Esta semana se estrenan once
películas. De esas once, algunas son importantes (pero no me interesan); otras
son malas, y hay un tercer grupo que, simplemente, no conozco. Pero si hay dos
que me llaman la atención. Mas una que otra, pero las dos están bastante por
encima del resto de propuestas. Al menos bajo mi criterio.
Memorias de un cuerpo que arde, Antonella Sudasassi Furniss
Hace un par de años escribí de
una película de Costa Rica que se llamaba El
despertar de las hormigas. Me había gustado mucho, pero no había vuelto a
saber nada de su directora hasta ahora. Hasta que me tropecé con un cartel que
me llamó inmediatamente la atención. Una mujer mayor, desnuda, de espaldas, con
el cabello gris flotando en llamas sobre un fondo azul. Supongo que lo que más
me gustó fue la combinación de colores naranja y azul, pero también el título: Memorias
de un cuerpo que arde. Sin verla aún, pensé que se podría llamar Memorias de una mujer en llamas, como
homenaje a Retrato de una mujer en llamas
de Céline Sciamma. Luego, cuando la vi y descubrí que era de la misma directora
que las hormigas, fui consciente que era mejor la idea de arder que la de la
llama. Una llama se consume, se apaga, un cuerpo que arde es permanente, el
ardor dura toda la vida. Y de eso va esta interesante película, de cómo el
cuerpo arde a pesar del tiempo. Arde de deseo, arde de sexo. ¿Cómo contar esta
historia de un grupo de mujeres mayores,
entre 60 y 80 años, que relatan con sinceridad su vida entera, desde que empezó
a arder su cuerpo con los primeros amores infantiles hasta ahora mismo en que
son adultas, o mejor dicho viejas, con deseos que no quieren reprimir?
Antonella gravó sus voces respetando el anonimato visual: no había que verlas.
Pero ¿entonces? Ahí entra la imaginación y el recurso a un mecanismo de juego
entre lenguajes. El relato hablado de estas mujeres es la columna vertebral; el
cuerpo lo pone una actriz que asume el rol de representarlas en un decorado; y
hay un grupo de actores que se cruzan con ella en los distintos momentos de su
vida. Con todos ellos se crea un Pentimento, un cuadro nuevo, una realidad
nueva hecha de las voces, la imagen y la representación. El mecanismo funciona,
y el juego se mantiene sin decaer en todo el metraje de la película. Porque Memorias de un cuerpo que arde no es un documental, ni es una
ficción, ni es un docudrama: es una película sobre la vida de Una y Muchas
mujeres. Muchas porque en realidad, cualquier mujer puede reconocerse en ese
relato vital. Ahora me doy cuenta, de que en el fondo, también es el retrato de
una mujer en llamas. Una recomendación, fíjense en la última secuencia justo
antes de los créditos. Vale la pena disfrutarla en toda su belleza.
La última reina Karim Aïnouz
En realidad esta no es la historia de una última reina, más bien el título debería ser La primera reina. Porque aunque Catalina Parr fue la sexta y última esposa del Enrique VIII, en realidad fue la primera en reinar con auténtico poder, la que abrió el camino para que Isabel I se convirtiera en la soberana más poderosa del mundo en el siglo XVI y XVII. Catalina Parr es la protagonista de esta historia centrada en los tres meses que pasó Enrique VIII en Francia, y el tiempo que vivió en el castillo cuando volvió, enfermo de una ulcera en la pierna que le impedía caminar, pero no le impedía seguir mandando de una manera absoluta y sin control. Conocemos a Catalina en el momento en que flirtea con las nuevas ideas del protestantismo luterano, considerado una herejía en la Inglaterra de Enrique VIII, mientras educa a sus hijastros Isabel y Eduardo y se enfrenta al poder de la iglesia anglicana que ya ha roto con Roma y reconoce al Rey como su cabeza visible. La política, la religión, la traición, el amor, se entrecruzan en ese palacio lleno de sombras murmuradoras. Pero todo esto no es más que lo que se cuenta, cómo se cuenta es quizás lo más interesante. En todo caso porque su director, Karim Aïnouz, es un brasileño sin raigambre en Inglaterra lo que le permite acercase a los personajes como si fueran nuevos para él, sin el peso de la historia aprendida desde pequeño. Su reina Catalina en los rasgos de Alicia Vikander, es poderosa, moderna, inteligente, sí, pero también sabe ser furtiva y manipuladora. Enrique VIII encarnado por un Jude Law desconocido, es tan frágil como terrible, tan vulnerable en su podredumbre física (a veces sientes que lo hueles y arrugas la nariz) como malvado en su podredumbre moral. El oscuro castillo donde se ha refugiado la corte huyendo de la peste de Londres, es un laberinto de salas y estancias en los que todo el mundo susurra, conspira, miente. Karim Aïnouz consigue hacer un relato shakesperiano sin parecerse a Shakespeare. Quizás eso se deba al origen literario de la novela de Elizabeth Fremantle publicada en el 2013 con el título de Queen’s Gambit y revisada con motivo de la adaptación al cine en el 2024. Sin ser una película que dejará un poso en la historia (del cine), esta última reina es un film que se disfruta, pasando del terror gótico (o pre isabelino), a la reivindicación feminista tamizada por la época que, como es habitual en el cine británico, cuenta con una ambientación y una fotografía espectaculares.
El regalo de esta semana es el
retrato de una mujer naranja y azul
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