(¿le gustaría este paisaje de Ramon a Wes Anderson?)
1. MOONRISE KINGDOM
Escribo este texto escuchando la banda sonora de Moonrise
Kingdom que se puede encontrar en la web oficial de la película. Es una
delicia, como lo es la
película. Claro que, como las buenas delicatessen, no gustan
a todo el mundo. A mi si. Me encanta el universo visual de Wes Anderson con sus
casitas de muñecas, con sus gorros rojos, con sus faros recortados contra el
cielo. Me interesan las constelaciones familiares que construye, excéntricas,
anómalas, diferentes. Familias con padre y madre, pero sin autoridad ni paterna
ni materna. Grupos, siempre grupos, en los que los individuos buscan y
encuentran un lugar, un espacio para seguir siendo uno sin dejar de ser muchos.
Me fascina como usa la música de Benjamín Britten, un
compositor que dedicó una buena parte de su música a los niños, en especial esa
perfecta Guía de orquesta para jóvenes que, por favor, no se pierdan al final
de los créditos. O François Hardy o las canciones de Hank Williams que nos
envían directamente al campamento indio de Peter Pan.
Peter Pan, ¿Por qué será que siempre acaba saliendo Peter
Pan? Incluso aquí. Claro que si nos paramos a pensar, Suzy es una Wendy que lee
cuentos a los niños perdidos y Sam es un Peter Pan vestido de (verde) explorador.
Y todo pasa en una isla de nunca jamás con un Capitán Garfio encarnado en Asistenta Social. Perfecto.
Hay cuatro condiciones que permiten disfrutar mucho mas esta película.
- No dudar de que detrás de la realidad que vemos puede (y hay) otra realidad.
- Saber que el amor no tiene edad y que a los 12 años se puede estar dispuesto a morir de amor.
- Vivir las aventuras que se inventan en el patio trasero o en un balcón.
- Disfrutar rompiendo reglas establecidas.
- Aceptar que la familia puede tener muchas formas.
(el río Tormes en una foto mía de hace muchos años)
2- ICEBERG
El mismo fin de semana que la película de Anderson se ha
estrenado una película española que también habla de adolescentes buscando su
sitio en el mundo. Es Iceberg, de Gabriel Velázquez. Si Anderson utiliza toda
una orquesta con dos solistas, Velázquez lo que pone en escena es un cuarteto
de cuerda. Cuerdas tensas por los momentos que atraviesan sus personajes.
Mauri, Rebeca, Jota y Simon pasan por una situación difícil, están solos, sin
adultos en los que confiar o a los que mirar y con el río como único refugio.
Todo sucede en las orillas del Tormes a su paso por Salamanca, un paisaje
tranquilo y sensual en el que los dramas de estos cuatro chicos se reflejan
como un espejo. Es una película de silencios internos y de sonidos de la naturaleza. Es
hermosa y suave y vale la pena que no pase desapercibida.
3. Una pequeña reflexión.
Las películas con adolescentes tienen un grave problema. No encuentran su público. Le sucedió
a Blog, de Elena Trapé, le ha pasado a Els nens salvatges, de Patricia Ferreira
y puede pasarle a Iceberg. ¿Por qué? No estoy muy segura pero creo que los
adolescentes, primero, no van al cine; segundo, no les gusta verse reflejados
como son o como los adultos creen que son;
y los adultos, primero tampoco van al cine; a los adultos no les gusta
ver como son sus hijos. ¿Quién va al cine
entonces? Casi nadie desgraciadamente. Los pocos que van son de edades intermedias,
las que están demasiado cerca de los adolescentes para querer recordar como
era; y demasiado cerca de los adultos para querer saber como serán.
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