sábado, 23 de junio de 2012

HERZOG Y LA CUEVA



Ayer fuimos al cine. Digo fuimos porque vino Ramón conmigo. Los dos teníamos ganas de ver el documental de Werner Herzog La cueva de los sueños olvidados. Al ser un documental y en 3D decidimos sacrificar la versión original para verlo en una pantalla grande. Fuimos al cine Urgel.  De entrada el palo de la entrada, valga la redundancia: 11 euros, diez, mas uno de las gafas. En fin, todo sea por la prehistoria. Nos adentramos en la sala  con el ánimo predispuesto a vivir una experiencia. Pero no predispuesto a sentirnos como unos náufragos en un mar de butacas. El cine Urgel tiene mas de mil localidades y en la sala, en la proyección de las 16.45, éramos siete. Tan pocos que cuando la otra pareja que había pasó cerca de nosotros, nos saludó como se hace en la montaña cuando te encuentras con alguien después de horas caminando sin ver a nadie.
Empieza la película. Nos ponemos las gafas y… lo que aparece en la pantalla es una imagen borrosamente grisácea, casi en blanco y negro, sin luz, sin contraste, sin color y cortada por arriba y por abajo de forma que las cabezas se quedan a nivel de las cejas y los nombres partidos por la mitad. La sensación de estafa era enorme.
Hasta aquí lo externo. Vamos ahora a lo interno, el documental propiamente dicho. Desde que se proyectó en febrero del año pasado en Berlín, el film de Herzog levantaba pasiones y entusiasmos. Era lógico ¿quién mejor que un director telúrico para hacer un recorrido por este lugar único? Herzog tenía todos los números para hacer un documental magnífico. Pero… creo que no le salió ninguno. Empezando por la música. Horrible, machacona, fuera de lugar. Insultante casi. Hay un momento en que uno de los científicos pide que todo el mundo calle para oír el silencio de la cueva, pero lo que nosotros oímos es un coro estridente. Y hablando de los científicos. No dudo que sean brillantes y muy inteligentes, pero no en este documental donde no paran de decir banalidades y lugares comunes “oímos los relinchos” “vemos las patas moverse”, O simplemente haciendo el ridículo como el que intenta demostrar como se cazaba con una lanza. Ninguno de ellos es capaz de transmitir un sentimiento de espiritualidad, de magia, de misterio. 
Magia y misterio que si están en la cueva de Chauvet-Pont-d’Arc y en sus pinturas perfectamente conservadas desde hace 32.000 años, por lo menos. Magia y misterio que le pedíamos a Herzog y que no nos da. Su mirada privilegiada, es uno de los pocos que ha tenido acceso a esa cueva, se queda en un documental bonito del 33 o de la 2. Incluso hay en la tele algunos mucho mejores. Para ver imágenes de la cueva y sus dibujos, en internet hay muchas de una calidad muy buena (incluidos los trailers de la película de Herzog que se ven mejor que en el cine Urgel); para empaparme del misterio, lo desconocido, el vértigo del pasado que pervive, hay muchos libros que lo consiguen con pocas líneas.
Sigfried Gideon en su libro El presente eterno: Los comienzos del arte, da una explicación del arte, el primitivo y el actual.
“El arte es una experiencia fundamental. Brota de la pasión innata del hombre de construir un medio de expresión de su vida interior. Es indiferente que el impulso básico de estos sentimientos surja de una angustia cósmica, de la necesidad de jugar, del arte por el arte, o, como hoy en día, del deseo de expresar en signos y símbolos el reino del inconsciente”.
Lamentablemente, yo no veo en el documental de Herzog ni pasión, ni angustia, ni juego. Lástima.
(quizás si hubiera visto este documental en una sala pequeñita y recogida, con una proyección excelente, en el formato clásico y escuchando la voz de Herzog y su entonación grandilocuente, me habría gustado mas. Tal como la vi, lo siento pero no se aguanta)

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