Ayer fuimos al cine. Digo fuimos porque vino Ramón conmigo.
Los dos teníamos ganas de ver el documental de Werner Herzog La cueva de los
sueños olvidados. Al ser un documental y en 3D decidimos sacrificar la versión
original para verlo en una pantalla grande. Fuimos al cine Urgel. De entrada el palo de la entrada, valga la
redundancia: 11 euros, diez, mas uno de las gafas. En fin, todo sea por la prehistoria. Nos
adentramos en la sala con el ánimo
predispuesto a vivir una experiencia. Pero no predispuesto a sentirnos como
unos náufragos en un mar de butacas. El cine Urgel tiene mas de mil localidades
y en la sala, en la proyección de las 16.45, éramos siete. Tan pocos que cuando
la otra pareja que había pasó cerca de nosotros, nos saludó como se hace en la
montaña cuando te encuentras con alguien después de horas caminando sin ver a
nadie.
Empieza la
película. Nos ponemos las gafas y… lo que aparece en la
pantalla es una imagen borrosamente grisácea, casi en blanco y negro, sin luz,
sin contraste, sin color y cortada por arriba y por abajo de forma que las
cabezas se quedan a nivel de las cejas y los nombres partidos por la mitad. La sensación de
estafa era enorme.
Hasta aquí lo externo. Vamos ahora a lo interno, el
documental propiamente dicho. Desde que se proyectó en febrero del año pasado
en Berlín, el film de Herzog levantaba pasiones y entusiasmos. Era lógico
¿quién mejor que un director telúrico para hacer un recorrido por este lugar único? Herzog tenía todos los números para hacer
un documental magnífico. Pero… creo que no le salió ninguno. Empezando por la música. Horrible ,
machacona, fuera de lugar. Insultante casi. Hay un momento en que uno de los
científicos pide que todo el mundo calle para oír el silencio de la cueva, pero
lo que nosotros oímos es un coro estridente. Y hablando de los científicos. No
dudo que sean brillantes y muy inteligentes, pero no en este documental donde
no paran de decir banalidades y lugares comunes “oímos los relinchos” “vemos
las patas moverse”, O simplemente haciendo el ridículo como el que intenta
demostrar como se cazaba con una lanza. Ninguno de ellos es capaz de transmitir
un sentimiento de espiritualidad, de magia, de misterio.
Magia y misterio que
si están en la cueva de Chauvet-Pont-d’Arc y en sus pinturas perfectamente
conservadas desde hace 32.000 años, por lo menos. Magia y misterio que le
pedíamos a Herzog y que no nos da. Su mirada privilegiada, es uno de los pocos
que ha tenido acceso a esa cueva, se queda en un documental
bonito del 33 o de la 2.
Incluso hay en la tele algunos mucho mejores. Para ver imágenes
de la cueva y sus dibujos, en internet hay muchas de una calidad muy buena (incluidos los trailers de la película de Herzog que se ven mejor que en el
cine Urgel); para empaparme del misterio, lo desconocido, el vértigo del pasado
que pervive, hay muchos libros que lo consiguen con pocas líneas.
Sigfried Gideon en su libro El presente eterno: Los comienzos
del arte, da una explicación del arte, el primitivo y el actual.
“El arte es una experiencia fundamental. Brota de la pasión
innata del hombre de construir un medio de expresión de su vida interior. Es
indiferente que el impulso básico de estos sentimientos surja de una angustia
cósmica, de la necesidad de jugar, del arte por el arte, o, como hoy en día,
del deseo de expresar en signos y símbolos el reino del inconsciente”.
Lamentablemente, yo no veo en el documental de Herzog ni
pasión, ni angustia, ni juego. Lástima.
(quizás si hubiera visto este documental en una sala
pequeñita y recogida, con una proyección excelente, en el formato clásico y
escuchando la voz de Herzog y su entonación grandilocuente, me habría gustado
mas. Tal como la vi, lo siento pero no se aguanta)
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