(un paisaje del Delta del Ebro de Ramón. Líneas y espacios
llenos de sentido)
Mañana se estrena la nueva película de Jaime Rosales, Sueño
y silencio. Lo digo de entrada: es preciosa. Pero lo que me ha sorprendido mas es
el carácter de resumen que tiene respecto a sus tres películas anteriores.
Sueño y silencio es el punto final de un capítulo que empezó a escribirse con
Las horas del día.
De su primera película, Rosales rescata el gusto por los
encuadres recortados por las puertas, las paredes, las ventanas; de su segunda
película, La soledad, toma el dolor de la pérdida absoluta, el vacío que nada
ni nadie puede llenar después de una muerte injusta; de la tercera utiliza la
mirada lejana dejando a los personajes moverse en silencio en el paisaje.
Con las tres comparte la idea de la muerte, tema presente en
toda su filmografía. Muerte violenta y absurda en todos los casos. En Las horas
del día, provocada por un asesino frío y despiadado que no necesita motivos; en
La soledad y Tiro en la cabeza, provocada por asesinos fríos y despiadados que
creen tener motivos. Y en esta, provocada por la estupidez de la vida que nos
rodea. En los cuatro films, la muerte se siente, se intuye, te hace daño.
Rosales ha ido destilando su discurso cada vez mas, dejándolo reducido a lo esencial, al puro esqueleto del
dolor. Es un camino muy parecido al que llevó a Mondrian a ir convirtiendo sus
figuras en líneas. La referencia a Mondrian no es gratuita, Rosales construye
sus planos con líneas rectas que crean espacios en el cuadro. Si estamos en un
interior, siempre habrá una puerta, una ventana, una pared que limite lo que se
ve; si estamos en el exterior siempre habrá una línea del horizonte que divida
el plano en dos partes, arriba y abajo. Tanto en uno como en otro, la figura
humana, el ser, estará en el centro del encuadre, sola casi siempre, nunca dos, A
Rosales solo le interesa uno, mientras el otro queda cortado, fuera de campo. Como
en Mondrian, donde a medida que destila su pintura va expulsando las otras líneas
hasta llegar al cuadro en blanco. (Ramon me corrige. No era Mondrian el que llegó al cuadro en blanco, fue Malevich. Perdón, pero en todo caso, el argumento sigue siendo válido)
Por eso creo que Sueño y silencio es un punto y final. Aquí
los sentimientos llevados hasta lo esencial siguen siendo sentimientos. Pero Rosales
corre el peligro de, si sigue por ahí, acabar mostrando mas los vacíos entre líneas
que las líneas.
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