Estos
días muchas cosas me han traído a la memoria lo que pasaba hace 20 años, en el
invierno de 1994 a 1995. Por un lado, ese año se fundó la ESCAC, una escuela de
cine donde me habría gustado trabajar desde el principio, pero que diversas
circunstancias completamente ajenas a mi no permitieron. De todos modos, doce
años después ese error se subsanó y desde el 2007 formo parte de la familia
ESCAC. O al menos eso quiero creer.
Para
celebrar su 20 aniversario, la escuela invitó a Pedro Almodóvar y a Marisa
Paredes que precisamente entonces rodaban La
flor de mi secreto. También esa visita y esa película ha removido recuerdos
en mi memoria. En 1987, escribí el primer libro dedicado a Pedro Almodóvar en
un trabajo muy cercano con él. Pedro, que entonces aun no era Pedro, era
generoso, feliz, alegre. Se podía pasear con él por Madrid o Barcelona, ir a un
bar, entrar en el Corte Inglés. Viajar a Sevilla o a Cádiz. Pedro era persona,
no personaje.
El
libro es uno de los que mas satisfacciones me ha dado. Y aún ahora, casi
treinta años más tarde, sigue estando considerado un clásico sobre su figura.
Después de eso, Pedro Almodóvar empezó a llamarme la biógrafa. Yo iba a todos sus rodajes y estrenos y escribía
reportajes para Fotogramas, éramos amigos, aunque la fama le iba alejando cada
vez más de la vida normal. Esta relación se rompió en 1993 por motivos que no
vienen a cuento explicar ahora. El caso es que Almodóvar me borró de su
paisaje.
Pero,
y por eso La flor de mi secreto tiene una especial significación para mí, en
el festival de San Sebastián de 1995 dónde se proyectó el film, Pedro y yo nos
reconciliamos. Y fue esta película la que obró el milagro. Esta película con
una Marisa Paredes desvalida y perdida, incapaz de quitarse unos botines ella
sola, incapaz de enfrentarse a la vida. Esta Marisa delicada y entrañable que
está en el centro de uno de los momentos mas bonitos de la filmografía entera
de Pedro Almodóvar: las vecinas en el pueblo, haciendo encaje de bolillos y
cantando una canción popular. Aun ahora, en el pase en la Filmoteca de hace un
par de días, esa secuencia, ese momento, volvió a emocionarme.
En
fin, esta semana en la que querría haber visto Orígenes pero ya no la hacen más que en sesiones de noche, esta
semana nostálgica y de celebraciones, me gusta recordar que hace veinte años,
nació una escuela y recuperé una relación.
2
De
los estrenos de esta semana me gustaría que dos no pasaran desapercibidos en
medio de la vorágine. Born, de
Claudio Zulián, o como hacer cine histórico en la línea de Rossellini y
Oliveira; y Nunca es demasiado tarde,
de Uberto Pasolini, una comedia negra inglesa que bebe en las películas de la
Ealing y hace pensar en Alec Guinness.
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