(no
sé si es un Sinsajo, pero en todo caso es un pájaro bonito de Ramón)
La
semana pasada se estrenó Los juegos del hambre: Sinsajo, tercera parte (o mejor dicho, primera parte de la tercera
parte) de la trilogía juvenil de Suzanne Collins. Recuerdo que vi la primera
cuando se estrenó sin saber nada de ella. Entonces no me pareció gran cosa. La segunda no la llegué a ver en su momento. Pero ahora, quizás porque
se ha hablado mucho de Sinsajo, nos
entraron ganas de ver la saga de nuevo. Entre las dos suman casi cinco horas. Era una buena manera de
pasar una tarde lluviosa.
Lo
que me llamó la atención fue la diferencia entre las dos películas, y me
imagino que entre los dos libros. La primera es una mezcla extraña de juego de
rol y reality show televisivo, una especie de Gran Hermano salvaje. La
presencia y la explotación mediática de la imagen y la figura de la
protagonista, no solo está muy presente, sino que es casi el tema de la
historia, el único sostén de la tenue línea argumental que aguanta un edificio
espectacular de imaginería kitsch futurista. La lucha por la supervivencia de
los tributos, se convierte en un espectáculo para disfrute de espectadores
hambrientos de emociones fuertes. Nada que no supieran los romanos y su circo
de gladiadores.
Pero
la segunda es otra cosa. Aquí, la presencia mediática no es tan fuerte. Casi es
inexistente. El fabuloso personaje de Stanley Tucci, Caesar Flickerman, el presentador
estrella de la gran fiesta de los juego, prácticamente desaparece y el
protagonismo pasa a un Philip Seymour Hoffman que controla el plató de esa
arena que vive bajo la cúpula.
Y
ahí es donde la película, mejor dicho las películas me empiezan a cambiar de
sentido. De repente empiezo a verlas como una serie de televisión. Me doy
cuenta que tienen una estructura similar y sobre todo, tienen un tempo y un escenario
de serie. De serie famosa. De serie fundacional. Es decir de Perdidos. Los juegos del hambre: En llamas suceden en una especie de isla
como la de Perdidos, donde pasan
cosas inexplicables, y hay fenómenos extraños (justificados por el manipulador
que es el director del programa) pero tan misteriosos como los de la famosa
isla del avión. Y los personajes, dejan de ser fichas de un juego para
convertirse en una red, un conjunto, que tiene claro que su enemigo no es “el
otro”, sino “los otros”, los que controlan ese mundo ficticio e imaginario que se
revela como un mundo cerrado bajo una cúpula. Como la de Stephen King en la
serie y el libro de ese mismo nombre. Mas el libro que la serie. Y no cuento
mas por si hay gente que no lo ha leído y le apetece hacerlo.
Desde
este punto de vista, me ha interesado Los
juegos del hambre. No me atrae nada su manido discurso social de clase
dominante y pueblo explotado; no me importa mucho que la famosa rebelión
triunfe o no triunfe; no me siento arrebatada por la historia de amor
adolescente. Pero quiero saber mas. Como en las buenas series, que te dejan siempre
en el último capítulo con un misterio abierto que te obligará a ver la siguiente
temporada. Aunque, como buena serie adicta, he aprendido a controlar los
tiempos y los deseos y esperaré a que la tercera entrega, la que por lo que
intuyo se parece más a Revolution, esté
completa para verla.
2
Esta
semana se ha estrenado el último experimento de Godard Adiós al lenguaje. La película, por llamarla con un término que
todos podamos entender, se proyectó en Cannes y en Sitges en su versión
original en 3D. Pero en su estreno comercial en España no ha habido una sola
sala de las que cuentan con ese sistema que se haya dignado pasarla en su
formato correcto. El resultado es que se ha estrenado en 2D con lo que el
discurso godardiano sobre el lenguaje y su adiós se ve completamente
tergiversado. No estuve ni en Cannes ni en Sitges. Pero creo que tampoco iré a verla en el cine. Una de las cosas que me
atraían de este último acto del director suizo era comprobar cómo había
utilizado el 3D. Pero si no me lo dejan ver… En fin. La cultura, el cine, el
lenguaje, parece que a todo hay que empezar a decirle adiós. El empobrecimiento
general del pensamiento se acelera. Y si es cierto que me apetece ver Los juegos del hambre, eso no impide que
quisiera ver Adiós al lenguaje. O es
que por qué me guste Stephen King no puedo disfrutar con Borges, leer a Proust,
descubrir a Siri Hustvedt, o aprender de un ensayo sobre la belleza de los que
habla Ramón Herreros en su blog (1). Poner límites al deseo de conocer es una estupidez . Ponérselos uno mismo una tristeza, que te los (im)pongan, una
tragedia.
(1)
Ver su última entrada Otoño tardío.
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