(esto es lo que queda del Muro de Berlín)
Mañana 9 de noviembre se cumplen 25
años de la caída del Muro de Berlín. Recuerdo lo emocionante que fue vivir ese
momento casi en directo. En octubre de 1989 participé en un jurado montado por
la incipiente Academia del Cine Europeo para preseleccionar las películas que
podrían optar a lo que entonces se llamaban Premios Félix del Cine Europeo. En
el blog de textos he colgado lo que escribí sobre esta experiencia como memoria
de mi lejano interés por la construcción de una cultura y un cine europeo.
Pero de ese viaje quiero recordar aquí una
visita al Berlín oriental donde pudimos asistir a uno de los momentos más
importantes de la reciente historia europea: el último discurso que el todo
poderoso Honecker, presidente dictatorial de la Alemania Oriental, dio junto
con Gorbachov y que significó el principio del fin de la República Democrática
Alemana. De ese día recuerdo el ambiente
de fiesta colectiva que se respiraba y sobre todo el enorme contraste entre el
desfile oficial con todo el mundo bien colocado en su sitio y con las banderitas
ondeando mientras coreaban las consignas del régimen, con los grupos de jóvenes
que en las calles paralelas se manifestaban pidiendo una ruptura con el pasado.
El mundo estaba a punto de dar un cambio
radical. Caía uno de los símbolos más brutales de la separación y la exclusión.
Era un momento de alegría y de esperanza.
Hoy, 25 años más tarde, podemos ser
críticos con lo que ha sucedido después, podemos pensar que las cosas no se
hicieron bien, que había que haber tenido mayor control sobre los estamentos
políticos y financieros, pero desde luego, tenemos que sentirnos contentos de
haber vivido y contribuido a que una aberración como aquella haya desaparecido.
Por eso, precisamente hoy me duele aun
más el que en mi propio país, en mi propia ciudad se esté trabajando para
levantar un nuevo muro. Un muro invisible pero tan letal y malvado como lo era
el de las piedras de Berlín. Un muro de separación, de marginación, de
exclusión. No ha servido de nada la experiencia empobrecedora y represiva que
significó la división del mundo. Aquí y ahora, hay quién sueña con que vuelva
levantarse una frontera entre los pueblos. Lo siento, pero me produce una
profunda tristeza.
Otros muros
De muros habla también la película más
importante de los estrenos de este fin de semana Interstellar, de Christopher Nolan. De unos muros que están en el
espacio y hay que derribar para encontrar el camino de salvación de la raza
humana. Hace muchos años que los científicos vienen diciendo que el futuro hay
que buscarlo en el espacio, en otros mundos, en otras galaxias. De eso habla
este precioso film. De eso y de los viajes en el tiempo y sus paradojas. Y lo
hace con sencillez, sin grandilocuencias, incluso sin abusar de los efectos
especiales o la jerga científica, jugando la baza de los personajes y sus
contradicciones. Porque en el fondo, Interstellar
es una historia de familia. Una historia de padres e hijas. Una hija que supera
al padre en su inteligencia y consigue recuperarlo al cabo del tiempo; y otra
hija que pierde al padre y nunca lo vuelve a ver. Pero ambas, la pelirroja y la
morena, tienen en el personaje del mayor Tom, el piloto escapado de la canción
de David Bowie, el punto en común. Interstellar no es una película fácil.
No es un blockbuster, aunque lo pueda parecer. Esta película, una de las más
ambiciosas de Nolan, traza una línea de continuidad con el 2001 de Kubrick. Pero si aquel film mítico era frio y casi quirúrgico,
este de Nolan es cálido y muy cercano. Aunque su acción pase más allá del
infinito, al otro lado de los agujeros negros. Al otro lado del muro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario