Midiendo el
mundo
Carl
Friedrich Gauss y Alexander Von Humboldt son dos figuras fundamentales de la
ciencia del siglo XIX. Los dos dieron una dimensión nueva al mundo con su deseo
y obsesión por medirlo: uno desde la abstracción matemática; el otro desde la
concreción geográfica. La mente y el cuerpo se embarcaron en una doble aventura
en paralelo. Gauss nunca salió de su pequeño pueblo natal; Humboldt acabó dando
la vuelta al mundo. Sus vidas se cruzaron dos veces, siendo ambos niños en el
condado de Brunswick y siendo los dos viejos
en un congreso en Berlín. Un principio y un final.
La
aventura del conocimiento de estos hombres se podía contar de muchas maneras.
Si
hubiera sido Bruce Chatwin el encargado de escribirla, las imágenes las tendría
que haber puesto Werner Herzog y el resultado sería un film seco, duro, sin
concesiones, seguramente trascendente.
Si
en cambio hubiera sido el escritor Karl May el que se enfrentara a ellos, la
película la tendría que haber dirigido Hans Jurgen Syberberg y el film habría
sido elegante, exquisito, seguramente fascinante.
Como
la novela en que está basada la película la ha escrito un autor de betsellers,
Daniel Kehlmann y la ha dirigido un artesano del cine alemán muy poco conocido
fuera de su país, el resultado no es ni trascendente ni fascinante. Pero es
algo más, igual de importante. Midiendo el
mundo es un film vital, sencillo en su narración, inocente incluso, con
unas imágenes preciosas y cuidadas que se inspiran en la pintura de la época y
en los hermosos dibujos de Humboldt.
Al margen de quien pusiera la mirada en estos dos científicos,
lo que quedaría en cualquier interpretación que se hiciera de ellos es la
potente idea de que el conocimiento no tiene límites y que la aventura de su
descubrimiento puede ser igual de apasionante encerrado en una habitación, o
perdido en un río desconocido.
Esa es la gracia de este film amable, entretenido, hermoso,
que no quiere ser grandilocuente y que no necesita de un director/estrella para
ser muy atractivo.
La
juventud
La palabra que me viene a la cabeza al pensar en La juventud, es decepción. Es la palabra
que mejor define la sensación ante el nuevo experimento de Paolo Sorrentino.
Decepción porque frente al deslumbrante torrente de vida, de belleza, de ideas, de música, que era La gran
belleza, La Juventud aparece como
un pálido reflejo de algo que pudo ser. Hay una cuestión fundamental. Roma y Jep
Gambardella no eran solo la dolce vita de Sorrentino, eran una reflexión que
nacía de sí mismo. En cambio el balneario suizo donde viven su decadencia el
compositor Ballinger y el director de cine, Mick, no responde a su propia
experiencia. Son producto de una
escritura artificial, impostada. Una escritura lastrada por la debilidad que
produce imágenes vacías y superficiales. Sorrentino parece haberse creído que
es el nuevo Fellini y después de la Dolce vita ha querido hacer su Ocho y
medio. Pero no es lo mismo. Y por eso La
juventud decepciona. Al menos a mí.
Moretti me cae mal. Me cae mal él y su cine. Con algunas
excepciones, desde luego. Caro diario,
por ejemplo, me sigue gustando mucho. Por eso me he alegrado al salir de ver Mia madre reconciliada con él. Moretti
sigue contando su vida de una manera muy poco pudorosa. Pero esta vez lo hace
por figura interpuesta, la de la directora de cine que interpreta
magníficamente Margherita Buy, lo cual le permite ser menos indulgente consigo
mismo de lo que es habitual. Moretti se coloca fuera, en un papel marginal, el
de hermano de la protagonista y desde ahí puede mirarla, juzgarla, perdonarla y
sobre todo suplir sus carencias. Además, este no estar en primer plano, le permite
introducir cierto sentido del humor (el personaje de Turturro está ahí para
eso) en una historia cargada de melodrama y de culpa. Y también le permite otra
cosa importante y que para mi hace de este film de Moretti uno de los mejores
de su filmografía: no caer en el sentimentalismo autoindulgente. Bravo por él.
A ver como lo explico. Esta película me ha gustado mucho.
Pero no es fácil recomendarla. En primer lugar por su lenguaje. Por muy familiarizados
que estemos con los términos económicos que nos han llevado a padecer esta larguísima
crisis, la rapidez de los diálogos y la complejidad de algunas operaciones
hacen difícil seguir el ritmo desenfrenado de la historia. En segundo lugar por
lo que cuenta. Hecha la abstracción del lenguaje, lo que te cuenta la gran
apuesta es muy sencillo. Hubo unos cuantos agentes financieros (por llamarlos
de alguna manera) que vieron venir lo que iba a pasar con la burbuja inmobiliaria
y las hipotecas basura. ¿Qué hicieron? Algunos intentaron avisar de lo que iba
a suceder, pero otros decidieron aprovecharse de la situación apostando contra
los bancos, sin pensar que los bancos nunca pierden y que su falta de
escrúpulos iba a conducir a la sociedad a una crisis sin precedentes. Una
crisis que ha cambiado las reglas del juego. Esta es una forma rápida de
explicar la historia de este film apabullante. Apabullante por la cantidad de
información que da; apabullante por el ritmo desenfrenado de sus diálogos y sus
situaciones; apabullante por lo que su historia nos devela. Una gran apuesta
que en realidad fue una gran estafa que se llevó por delante una forma de vida.
Una película de terror.
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