viernes, 8 de enero de 2016

EISENSTEIN Y OTRAS COSAS



(es difícil buscar una imagen para esta entrada, así que he pensado que un cuadrado de colores de Ramon era una buena opción)

Esta semana es un poco tonta. No hay ningún estreno auténticamente destacable. Lo que no quiere decir que no haya cosas que se puedan señalar como interesantes. O curiosas.

Por ejemplo, hay dos películas de las que se estrenan hoy viernes que están contadas por un muerto. No diré cuáles. La verdad es que da un poco igual, pero no me gusta hacer spoilers incluso con historias que no son demasiado relevantes. Lo interesante es la coincidencia en el recurso de la narración en off de un personaje que muere  y sin embargo, sigue contando la historia como si estuviera presente. Mientras el relato se cuenta en un pasado en plural, el del narrador y el del protagonista, todo se mueve en la normalidad. Pero cuando el narrador muere, el seguir oyéndole como nos va desgranando la historia que se adentra en un futuro que ese personaje nunca vivió, provoca una extraña sensación. 
Recuerdo películas magníficas contadas por un muerto, la mejor de todas, paradigma de esta forma de relato, es Sunset Boulevard, de Billy Wilder, en la que el muerto en la piscina nos cuenta cómo llegó a ese lamentable estado. Pero el film es un flashback que acaba con la memorable secuencia de la escalera, la única que el muerto no pudo ver y sin embargo nos cuenta. El caso de las dos películas de esta semana es diferente. No son flashbacks estrictos; son narraciones cronológicas que empiezan en el pasado, llegan al presente (del muerto) y siguen adelante con el futuro de los protagonistas. Es una fórmula que en literatura no sorprende, pero en el cine, tan ansioso de eso que se llama verosimilitud, crean una cierta incomodidad. Lástima que ninguna de las dos películas en las que se utiliza el recurso sean gran cosa.

Otra cosa curiosa en una película, de esta si diré el horripilante título castellano, No es mi tipo, que traduce el más ambiguo francés, Pas son genre, que sin ser un film para recordad, se deja ver con agrado. Pero si la destaco es por algo que no me canso de reconocer y de admirar en nuestro país vecino: su cultura. La historia es la del amor casi imposible entre un estirado profesor de filosofía y una desinhibida peluquera. Sucede en una pequeña ciudad de provincias, Arras. No tendría nada de curioso si no fuera por la doble educación sentimental que se produce entre ellos. Y pongo el acento en educación: él le regala libros de Dostoiewski y le explica quien es Kant; ella le descubre a Jennifer Aniston y el placer de cantar. Pero esto no pasaría de ahí si no fuera, porque ella, efectivamente lee a Dostoiewski y comprende a Kant. Esto solo se entiende en un país donde la literatura, la cultura, el pensamiento, se enseñan en las escuelas y se aprenden desde pequeños. Aunque luego seas una peluquera y te dediques al karaoke. ¿Se imaginan una situación parecida en cualquier pequeña ciudad de provincias de nuestro país (el grande y el pequeño)? No verdad.




(montaje de cuatro imágenes del material rodado en México por Eisenstein)
Una tercera curiosidad que ha sido una decepción. La idea de que Peter Greenaway contara la historia de la aventura mexicana de Eisenstein en los años 30, cuando estuvo en Guanajuato  mientras preparaba ¡Qué viva México! me apetecía mucho. Pero  el resultado me ha irritado tanto como aburrido. Primero porque el estilo de Greenaway, tan manierista, tan petulante, ya no produce ningún estímulo. Segundo porque poner el acento en el descubrimiento de la homosexualidad de Eisenstein, olvidando todo lo demás, me parece muy reduccionista. Tercero, porque nos presenta a un Eisenstein que parece un retrasado mental, cosa que no creo que fuera. Una oportunidad perdida de contar una parte de la historia del cine muy desconocida y que, a priori, es apasionante. 
Aun recuerdo las horas, varias porque duraba muchas, que pasé en la Filmoteca de la calle Mercaders en noviembre de 1972, viendo el montaje de las tomas del film que nunca llegó a existir. Era una experiencia conceptual y magnífica, una borrachera de imágenes que te hipnotizaba en su belleza. 
Solo para compensar la visión estúpida que da Greenaway de esa vivencia voy a copiar aquí unos fragmentos de un texto de Marie Seton, montadora del material que se rodó en México, titulado Histoire du film inachevé d’Eisenstein, publicado en la Revue du Ciném,nº 18, octubre de 1948.

Si se quiere comprender a Eisenstein y juzgar su película correctamente, es necesario precisar algunos puntos importantes.
Primero: En México, su concepción de la existencia evolucionó hacia una mayor  comprensión de la gente común y hacia un mayor afecto por ella; el amor que había considerado sólo como un pretexto para la diversión o la sátira, se transformó para él en algo ideal o bello, salvo entre seres brutales o corrompidos…
Segundo: Eisenstein, enemigo de la ortodoxia religiosa y que denunciaba a los “mercaderes de Dios”  y a los “explotadores de supersticiones”, descubrió en la piedad de los indios y en sus ceremonias religiosas, una manifestación humana  que lo conmovió profundamente y que trató en algunos pasajes de su film con un emocionado respeto y un fervor casi místico…
Tercero: La posición de Eisenstein frente al arte y a la vida había sido siempre la de un intelectual y la de un científico; salió de su aventura mexicana considerando la vida de un modo más sensible y casi religioso, sin cesar siempre de seguir fiel a la doctrina del materialismo dialéctico…
Cuarto: Su concepción de la estructura y de la realización de un film cambió radicalmente. Antes estimaba que la dinámica de una película residía en el montaje o, más precisamente, en el “montaje de atracciones”, verdadero contrapunto de imágenes y no daba importancia especial al contenido mismo de cada toma. Al realizar ¡Qué viva México!, la composición interna y formal de cada escena y cada toma, adquirió en su espíritu una importancia igual a la del montaje…
… Los indios de México recibieron, como uno de los suyos, a este hombre asombroso, que había conocido miles de hombres en muchos países, pero a quien muy pocos habían realmente conocido. Para los indios no era ni un genio y ni siquiera un gran artista; la mayoría ignoraba hasta su nombre; era simplemente un extranjero que tomaba fotografías y cuyos sentimientos eran similares a los suyos, que los comprendía sin hablar español, del cual no sabía sino juramentos y algunas frases pintorescas...


Nada de esto está en la película de Greenaway que reduce todo a una salida del armario vergonzante y francamente ridícula.

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