Antes que nada. No he visto ¡Ave César! de los Coen, así que no puedo hablar de ella todavía.
Eso no quiere decir que no haya cosas a comentar.
Por ejemplo, un libro.
Me gusta leer libros de amigos. Me gusta reencontrarme con su
voz y su vida en las páginas de los libros que escriben. Pero aún me gusta más
darme cuenta de que el libro que estoy leyendo, al margen de ser de un amigo,
es francamente bueno. Y este lo es. El último
mono, de Lluis Maria Todó, ha provocado varios equívocos en las críticas y
comentarios. Equívocos que el título
ambiguo invoca queriendo. ¿Qué es el último mono? El de la drogodependencia de
un hijo, sin duda, pero también una manera de definir el trabajo como traductor
del protagonista, el último mono en la cadena de la escritura. Todó no hace un
libro autobiográfico de sí mismo, escribe un libro autobiográfico de una generación
que empezó a construir una red de relaciones familiares y de amistad muy
distintas a las establecidas. Leer este libro me ha permitido recordar tiempos
comunes y vivencias parecidas en una Barcelona que ya no existe, la del patio
de la Facultad de Letras a finales de
los sesenta, la del Jazz Colon y el Barrio Chino, la del descubrimiento de
distintas sexualidades. Pero sobre todo, me ha gustado el libro por lo que
tiene de engarce del presente y el pasado sin nostalgias ni falsos recuerdos. Un
engarce que funciona muy bien, que, se podría decir, está muy bien traducido. Y
ese, como me hizo ver Ramon Herreros que leyó el libro antes que yo, es el tema
mas interesante de este entretenido e importante libro: la traducción del pensamiento
propio, en palabras, la traducción de las palabras de otro en palabras de uno,
la traducción como elemento fundamental para entender las relaciones. Y lo mejor, con una escritura
fluida, sencilla (no simple), llena de ironía y con un final feliz. Porque Todó
se permite el lujo de acabar con un nuevo engarce entre el presente y el futuro.
Se podría decir que el libro hace suyo el pensamiento del Talmud: El pasado no existe. El futuro no ha empezado. El
presente es un punto infinitesimal en el tiempo, en el cual se encuentra el
pasado ya no existente con el futuro inminente.
(fotografía de Richard Evans)
Por ejemplo, una película
Hay películas que tienen la cualidad de despertar en mí el
deseo de saber cosas. No solo me gustan, me entretienen o me hacen
pensar. Sobre todo me estimulan a usar Internet, esa herramienta que es un
regalo si se sabe utilizar bien, para descubrir por ejemplo la figura de
Theodor Koch-Grünberg, un explorador y antropólogo alemán que en los años
veinte del siglo pasado se adentró en la Amazonía colombiana buscando pueblos y
culturas desconocidas. “Los europeos somos los que menos
derecho tenemos a llamar a otro pueblo “salvaje”, sobre todo después de esta
guerra”, escribió en 1922 en su libro Del
Roraima al Orinoco, donde contaba sus experiencias en este paraíso perdido,
buscando una planta sagrada, la yakruna. El abrazo de la serpiente, precioso film en blanco y negro de Ciro
Guerra, cuenta este viaje y su encuentro con un chamán llamado Karamakate. Pero
la película va un poco más allá y alterna este episodio con otro momento fundamental,
el del mismo chamán, envejecido y convertido en un chullachaqui,
un hombre vacío y sin recuerdos ni memoria, al que el botánico americano Richard Evans encuentra en 1941 y con el que emprende la misma búsqueda de la planta sagrada. Visualmente el film se
inspira directamente en las fotos y las películas, hay una de 1911 muy curiosa,
de los dos exploradores. La historia, la reconstruye a partir de los diarios de
ambos científicos. El resultado es una película fascinante precisamente por su
belleza y en especial porque no juega a la trascendencia ni a la lección
etnológica. A Herzog y a Wenders les gustaría mucho, pero ni uno ni otro habrían
podido darle ese tono de “cotidianidad” que Ciro Guerra, colombiano y conocedor
de la Amazonía y sus gentes, consigue con total facilidad.
Dejo una serie de enlaces de grabaciones musicales de Koch
realizadas en 1905 y 1907 en la Amazonía y la película que se conserva de 1911.
También
un enlace para ver un extracto de La
Amazonía perdida, el viaje fotográfico del legendario botánico Richard Evans
Schultes.
Disfrútenlos
y vean El abrazo de la serpiente que, por cierto, puede ganar un Oscar a la Mejor Película en
Habla no Inglesa el próximo domingo.
Por
ejemplo, un gol
El
que compusieron como una gran pieza de arte mayor, Messi, Suárez y Neymar el
domingo 14 de febrero. Si hablo de este gol, este penalti inesperado y
magnífico es porque quiero reivindicar, y no solo en el fútbol, la capacidad de
sorprender, de salirse del guión, de romper rutinas establecidas, normas que se
siguen porque siempre se ha hecho así. Lo que me gusta de esta jugada es lo que
tiene de innovar, de crear algo nuevo a partir de lo ya conocido. Me parece fundamental
esa capacidad. Y me gustaría verla,
descubrirla y disfrutarla en otros campos de la vida. Por ejemplo en la política
donde lo más fácil es seguir el guión ya escrito: las izquierdas haciendo de
izquierdas, las derechas de derechas, los nacionalistas de nacionalistas. Me
encantaría que alguien hiciera de Messi, Suárez y Neymar y pudiéramos ver un gol marcado a la vieja y acartonada
política: la de la izquierda leninista (¿no han pasado ya muchos años y muchos
fracaso para seguir diciendo las mismas cosas que sabemos que no funcionan?);
la de la derecha inmovilista (¿no se han dado cuenta que el mundo ya no funciona con los esquemas mentales de hace sesenta años?)
y la de los nacionalismos (¡el siglo XIX está ya muy lejos!). Me encantaría que
de repente, los políticos nos dieran una sorpresa y pusieran en marcha un
tridente que no se mirará en el pasado, sino en ese futuro que tenemos la obligación
de construir. Y disfrutar. Como este gol extraordinario.
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