La
primera vez que vi una película de Jacques Rivette fue en el Festival de
Benalmadena. Debía ser el año 1973 o 1974. Recuerdo que nos quedamos clavados
en la silla viendo Out One:Spectre,
la versión de cuatro horas. Cuando empezamos a trabajar en la Filmoteca
Nacional de España, Rivette fue uno de nuestros objetivos. Teníamos que revisar
su cine, era imprescindible. La semana del 5 de junio de 1977 en que
proyectamos en la calle Mercaders Noroit,
Duelle, y Out One:Spectre,
coincidía en la sala el Moses und Aron
de Straub y el ciclo de Philippe Garrel. No es extraño que esa época se
considere la auténtica universidad del cine para muchos cineastas.
Pero
yo quiero hablar de Rivette. Rivette fue el más callado y tímido de los directores
de la Nouvelle Vague. También el más importante (es una opinión personal) en la
evolución de la revista Cahiers du Cinéma.
La etapa Rivette/Rohmer, entre 1960 y 1968 es sin duda la mejor de toda la
historia de la revista. Rivette, hacía cine, pero no era tan conocido como sus
compañeros. Si Rohmer era el cronista, Rivette era el narrador; si Truffaut
amaba las mujeres, Rivette amaba la vida; si Godard era el intelectual, Rivette
era el humanista. Discreto en todo, sus primeras películas no daban mucho lugar
a la polémica, Hasta que llegó Out One,
Noli me tangere con sus casi 12 horas de cine/pensamiento. Rivette, a
partir de ese momento, dejó de ser el “olvidado” de la NV y pasó a ocupar un
lugar de honor en el cine europeo.
Céline et Julie
vont en bateau
fue un soplo de aire fresco; el díptico Duelle
y Noroit una incursión en la
aventura; Le pont du Nord, un
documental de creación avant la lettre realizado con la complicidad de las dos
Ogier, Bulle y Pascale; La banda de las
cuatro, un divertido film de suspense y de teatro. El siguiente salto en su
filmografía seria La Belle noiseuse en sus dos versiones, la
larga y el Divertimento. La Belle noisesuse fue para mí un film revelación.
Una de esas películas que de repente te comprometen, te implican, te increpan y
a la que tienes que dar respuesta emocional. La vi en Cannes y escribí mucho de
ella. En el otro blog cuelgo un artículo que publiqué en el El Observador en 1992 y que para mi
sigue estando vigente. Rivette siguió haciendo películas interesantes, bonitas,
profundas: las dos entregas de Juana de Arco, Alto, bajo, frágil, Vete a saber, la última, la inclasificable El último verano.
En
el año 2003, Rivette vino al Festival de San Sebastián. Histoire de Marie et Julien concursaba en la Sección Oficial. Fue
una de las experiencias más duras de mi vida profesional. El pase de prensa de
la película, fue un desastre. La crítica la maltrató de una forma inaudita y
demostró una enorme falta, no solo de cultura cinematográfica, sino de educación
respecto a un cineasta con la trayectoria de Rivette. Fue muy difícil tratar de
hacerles entender a él y a Emmanuelle Bèart, la protagonista, que no tenían que
hacer caso de esa estúpida reacción. Rivette se marchó de San Sebastián muy
dolido y yo me sentí muy avergonzada.
Rivette
se ha muerto con la misma discreción con la que vivió. Como decía Guerín en facebook:
“Godard se ha quedado solo”. Todos nos hemos quedado un poco solos.
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