sábado, 22 de abril de 2017

STEFAN ZWEIG EN BUENA COMPAÑIA


(libros en buena compañía)

Stefan Zweig. Seguro que han visto este nombre repetido estos días en los diarios. No tanto como debería, pero más de lo normal. La razón, el estreno de una película que se titula Stefan Zweig: Adiós a Europa, un título que no podía ser más oportuno en esta Europa que parece decidida a decir adiós a todo lo que se ha construido desde hace sesenta años. En 1936, Zweig soñaba con una Europa sin fronteras, sin pasaportes, común. Y afirmaba: yo no lo veré. Y no lo vio, pero si sucedió. Lo tenemos y lo disfrutamos nosotros, aunque hay tantas fuerzas oscuras, azules, rojas, negras y multicolores, intentando que dejemos de tenerlo, que asusta pensar lo que diría Zweig si pudiera ver lo conseguido y como se desperdicia en aras de naciones, estados, y separaciones de todo tipo. Pero vuelvo a este film que merece verse. No es un biopic ni mucho menos. Maria Schrader y Jan Schomburg han escrito un guión que recupera una de las muchas formas literarias que utilizó el gran autor austríaco. Podían haber hecho una biografía, Zweig escribió algunas de las mejores de la historia, pero han preferido fijarse en Momentos estelares de la humanidad, aplicándolo a su personaje. Vemos a Stefan Zweig en cinco momentos, no todos estelares: en Río de Janerio durante un banquete en su honor en agosto de 1936; en Buenos Aires, participando en un congreso internacional de escritores en septiembre de 1936 donde expuso sus ideas de Europa. Durante este congreso Zweig se negó a condenar en público al régimen nazi que le había obligado a exilarse. Los motivos para no hacerlo me han dado mucho que pensar. Argumenta el escritor que decir lo que quiere oír la audiencia que te escucha, no tiene ningún valor, es propaganda: Cada gesto de resistencia carente de riesgo no es más que afán de protagonismo. Me parece una verdad que deberían aplicarse los políticos cuando se lanzan a hacer mítines o presidir manifestaciones o hacer actos mesiánicos. Reencontramos a  Zweig y su mujer Lotte en Brasil, a principios de 1941, cuando estaba escribiendo el libro sobre ese país en el que avanzaba la idea de que Brasil era el futuro. El cuarto momento sucede en Nueva York, en febrero de 1941. Es uno de los mejores del film. La larga conversación con su primera mujer, Fritzi, una excelente Barbara Sukova, es reveladora de sus debilidades, de su cansancio, de su impotencia. Zweig y  Lotte vuelven a Brasil a finales de 1941, a Petrópolis. Allí, le acompañamos en una conversación con otro exilado alemán en la que el sentimiento de culpa y de dolor se hace más fuerte aún. Es el preludio al suicidio compartido con su mujer en febrero de 1942 en Petrópolis, un delicado momento que vemos solo a través de un espejo que divide la pantalla.
Me gusta mucho esta película. No solo por Zweig, que ya me gustaba antes, me gusta cómo se acerca la directora al personaje, calladamente, buscando no los momentos de gloria, sino los más cotidianos, sin sentimentalismo, sin subrayados. Me gusta como plantea las dos secuencias corales, la del banquete y la del congreso, para luego encerrarse en secuencias de pocos personajes. Me gusta como utiliza los idiomas, –éste es  un film que debe verse en versión original, doblado será insoportable– donde se habla con fluidez alemán, inglés, francés, portugués, español. Me gusta que Nueva York sea solo una esquina nevada. Me gusta como retrata el encuentro de las dos esposas de Zweig, las dos amigas, las dos cómplices de su trabajo. Me gusta el color y el tono de la fotografía y el uso del sonido, de los murmullos. Me gusta Josef Hader como Stefan Zweig. Hay algunas cosas que no me gustan, pero no vale la pena que las señale. Esto no es una crítica, es una reflexión. Si no conocen la obra de Zweig, aprovechen este Sant Jordi para buscar sus libros y para ver la película. Si ya lo conocen, aprovechen para releerlo y para ver la película. Pero no busquen en el cine una apología. No lo encontraran. El film de Schrader es un retrato de instantes, no una hagiografía.

Y ya que ha salido Sant Jordi, aprovecho para hablar de dos libros que me gustan. El indiferente azul del cielo, de Emilio Aragón; Tierra de campos, de David Trueba. No se parecen en nada, uno son relatos, el otro una novela de vida. Pero los dos tienen en común sus autores: gente de cine, de música, de televisión y de literatura. Tanto Aragón como Trueba, combinan todo lo que les interesa y lo aplican en una película, un libro, una canción o una serie de televisión. Son ejemplos de personajes renacentistas (solo les falta pintar¡¡) en un mundo en el que se tiende a la súper especialización.

Cuando leí el libro de relatos de Emilio Aragón, le escribí un mail comentándolo. Lo que le decía a él lo puedo compartir con todos. “Hay algunos cuentos que me han gustado mucho, que para mi son los mejores: La Huella de Alejandría,  San Emiliano y La violinista de la estación de Shinjuku, son preciosos. Todos son interesantes y te provocan sensaciones, algunas de desasosiego (Diabolus in música) o de inquietud (Morgantier) o de miedo (De Port Hedland a Broome), nunca te dejan indiferente. Mientras lo leía me preguntaba el por qué del título.Y cuando lo acabé, me pareció entenderlo. En todos los cuentos el cielo está presente (por presencia o por ausencia) pero siempre es indiferente a lo que sucede bajo su bóveda. El cielo azul, como el cuadro de la portada, como algunos cuadros de Ramon, acoge y protege a todos estos personajes. También he pensado otra cosa leyéndolos. Me gustaría verlos convertidos en cortos que todos juntos hicieran un largo. Un largo azul.” Ahí queda el reto, transformarlos en imágenes.


El libro de David Trueba es muy distinto. Tierra de campos es una novela que se expande. Sin parecerse, me ha recordado la forma de narrar de Richard Ford. Todo pasa en un día en el que el protagonista, Dani Mosca, acompaña el féretro de su padre al pueblo para enterrarlo. Pero ese día se dilata hasta comprender toda la vida de Dani Mosca de una forma orgánica. No es un relato biográfico, mas bien una canción de muchas estrofas. Porque Dani Mosca es compositor y cantante de un grupo que se llama Las Moscas y es su vida la que va desfilando antes nuestros ojos mientras él viaja con su padre muerto. Es una novela que te engancha y que te deja tarareando músicas que no existen.

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