(libros en buena compañía)
Stefan Zweig. Seguro que han visto este nombre
repetido estos días en los diarios. No tanto como debería, pero más de lo normal.
La razón, el estreno de una película que se titula Stefan Zweig: Adiós a Europa, un título que no podía ser más
oportuno en esta Europa que parece decidida a decir adiós a todo lo que se ha
construido desde hace sesenta años. En 1936, Zweig soñaba con una Europa sin
fronteras, sin pasaportes, común. Y afirmaba: yo no lo veré. Y no lo vio, pero si sucedió. Lo tenemos y lo
disfrutamos nosotros, aunque hay tantas fuerzas oscuras, azules, rojas, negras
y multicolores, intentando que dejemos de tenerlo, que asusta pensar lo que diría
Zweig si pudiera ver lo conseguido y como se desperdicia en aras de naciones,
estados, y separaciones de todo tipo. Pero vuelvo a este film que merece verse.
No es un biopic ni mucho menos. Maria Schrader y Jan Schomburg han escrito un
guión que recupera una de las muchas formas literarias que utilizó el gran
autor austríaco. Podían haber hecho una biografía, Zweig escribió algunas de
las mejores de la historia, pero han preferido fijarse en Momentos estelares de la humanidad, aplicándolo a su personaje. Vemos
a Stefan Zweig en cinco momentos, no todos estelares: en Río de Janerio durante
un banquete en su honor en agosto de 1936; en Buenos Aires, participando en un congreso
internacional de escritores en septiembre de 1936 donde expuso sus ideas de
Europa. Durante este congreso Zweig se negó a condenar en público al régimen
nazi que le había obligado a exilarse. Los motivos para no hacerlo me han dado
mucho que pensar. Argumenta el escritor que decir lo que quiere oír la
audiencia que te escucha, no tiene ningún valor, es propaganda: Cada gesto de resistencia carente de riesgo
no es más que afán de protagonismo. Me parece una verdad que deberían aplicarse
los políticos cuando se lanzan a hacer mítines o presidir manifestaciones o
hacer actos mesiánicos. Reencontramos a Zweig y su mujer Lotte en Brasil, a principios
de 1941, cuando estaba escribiendo el libro sobre ese país en el que avanzaba
la idea de que Brasil era el futuro. El cuarto momento sucede en Nueva York, en
febrero de 1941. Es uno de los mejores del film. La larga conversación con su
primera mujer, Fritzi, una excelente Barbara Sukova, es reveladora de sus
debilidades, de su cansancio, de su impotencia. Zweig y Lotte vuelven a Brasil a finales de 1941, a
Petrópolis. Allí, le acompañamos en una conversación con otro exilado alemán en
la que el sentimiento de culpa y de dolor se hace más fuerte aún. Es el
preludio al suicidio compartido con su mujer en febrero de
1942 en Petrópolis, un delicado momento que vemos solo a través de un espejo
que divide la pantalla.
Me
gusta mucho esta película. No solo por Zweig, que ya me gustaba antes, me gusta
cómo se acerca la directora al personaje, calladamente, buscando no los
momentos de gloria, sino los más cotidianos, sin sentimentalismo, sin subrayados.
Me gusta como plantea las dos secuencias corales, la del banquete y la del
congreso, para luego encerrarse en secuencias de pocos personajes. Me gusta
como utiliza los idiomas, –éste es un
film que debe verse en versión original, doblado será insoportable– donde se
habla con fluidez alemán, inglés, francés, portugués, español. Me gusta que
Nueva York sea solo una esquina nevada. Me gusta como retrata el encuentro de
las dos esposas de Zweig, las dos amigas, las dos cómplices de su trabajo. Me gusta
el color y el tono de la fotografía y el uso del sonido, de los murmullos. Me
gusta Josef Hader como Stefan Zweig. Hay algunas cosas que no me gustan, pero
no vale la pena que las señale. Esto no es una crítica, es una reflexión. Si no
conocen la obra de Zweig, aprovechen este Sant Jordi para buscar sus libros y
para ver la película. Si ya lo conocen, aprovechen para releerlo y para ver la
película. Pero no busquen en el cine una apología. No lo encontraran. El film
de Schrader es un retrato de instantes, no una hagiografía.
Y
ya que ha salido Sant Jordi, aprovecho para hablar de dos libros que me gustan.
El indiferente azul del cielo, de
Emilio Aragón; Tierra de campos, de
David Trueba. No se parecen en nada, uno son relatos, el otro una novela de
vida. Pero los dos tienen en común sus autores: gente de cine, de música, de
televisión y de literatura. Tanto Aragón como Trueba, combinan todo lo que les interesa y lo aplican en una película, un libro, una canción o una serie de
televisión. Son ejemplos de personajes renacentistas (solo les falta pintar¡¡)
en un mundo en el que se tiende a la súper especialización.
Cuando
leí el libro de relatos de Emilio Aragón, le escribí un mail comentándolo. Lo
que le decía a él lo puedo compartir con todos. “Hay algunos cuentos que me han
gustado mucho, que para mi son los mejores: La
Huella de Alejandría, San Emiliano y La violinista de la estación de Shinjuku, son preciosos. Todos son
interesantes y te provocan sensaciones, algunas de desasosiego (Diabolus in música) o de inquietud (Morgantier) o de miedo (De Port Hedland a Broome), nunca te
dejan indiferente. Mientras lo leía me preguntaba el por qué del título.Y
cuando lo acabé, me pareció entenderlo. En todos los cuentos el cielo está
presente (por presencia o por ausencia) pero siempre es indiferente a lo que
sucede bajo su bóveda. El cielo azul, como el cuadro de la portada, como
algunos cuadros de Ramon, acoge y protege a todos estos personajes. También he
pensado otra cosa leyéndolos. Me gustaría verlos convertidos en cortos que
todos juntos hicieran un largo. Un largo azul.” Ahí queda el reto,
transformarlos en imágenes.
El
libro de David Trueba es muy distinto. Tierra
de campos es una novela que se expande. Sin parecerse, me ha recordado la
forma de narrar de Richard Ford. Todo pasa en un día en el que el protagonista,
Dani Mosca, acompaña el féretro de su padre al pueblo para enterrarlo. Pero ese
día se dilata hasta comprender toda la vida de Dani Mosca de una forma
orgánica. No es un relato biográfico, mas bien una canción de muchas estrofas.
Porque Dani Mosca es compositor y cantante de un grupo que se llama Las Moscas
y es su vida la que va desfilando antes nuestros ojos mientras él viaja con su
padre muerto. Es una novela que te engancha y que te deja tarareando músicas
que no existen.
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