Hay
algo que he podido comprobar a lo largo de los muchos años que llevo trabajando
en esto del cine: las películas no cambian, la que cambia soy yo, es decir, el
espectador. Hagan la prueba con pelis que les gustaron o al revés, no les
gustaron, y vean si sienten lo mismo. Por suerte hay algunas que siempre son
buenas, las mires como las mires. Pero otras, no: son mejores o son peores.
Todo
esto lo explico porque esta semana se estrenan dos películas que he revisitado
por segunda vez. No con mucho tiempo de diferencia, pero el suficiente para
darme cuenta de que ver una en un festival, no le hizo bien y que ver la otra
en el ordenador, (no pirata, ojo, fue con un link) no le hacía justicia. Así
que vuelvo a ellas y las re-descubro con otros ojos, con otra mirada.
(las
mujeres colosales de Ramon no tienen nada que ver con el Colossal de
Vigalondo, pero es una buena ocasión de poner el cuadro)
La
primera es Colossal, de
NachoVigalondo. La vi en San Sebastián y entonces no me sugirió nada, hasta el
punto que ni siquiera escribí una línea. Lo siento. Porque ahora, que la he
vuelto a ver, me ha gustado mucho y sobre todo, me ha parecido muy interesante
el juego de espejos entre comedia romántica y película de monstruo japonés (o
coreano). Vigalondo sigue trastocando los géneros llevándolos a su terreno, utilizando
un lenguaje hibrido que funciona muy bien. El humor, la ternura, la empatía que
provoca el personaje de Gloria, se traslada al del monstruo destructor como si
fuera una proyección de ella misma. Y eso es lo que es. Bajo la apariencia de
un film de género fantástico se esconde una historia más interesante, algo que
todos debemos hacer alguna vez en la vida: enfrentarnos a nuestro propio
monstruo para avanzar hacia adelante. Una película muy, muy apetecible.
(en
esta linda casita de Valldoreix pasó Ramon los mejores veranos de su
infancia)
La
segunda es La película de nuestra vida,
de Enrique Baró. La vi hace meses en un link que me dejó uno de los
productores. Entonces me sorprendió el aroma a verano que desprendía y la
nostalgia de sus imágenes. Pero cuando la volví a ver en el marco del D’A de
Barcelona, en una pantalla grande, disfruté mucho mas de esta mezcla de cine
amateur y profesional que trasciende la memoria privada para hacerse colectiva.
Tres hombres vuelven a la casita donde vivieron siendo dos de ellos niños, para
revivir el recuerdo de unos veranos felices. Filmaciones familiares de
distintas épocas, se entrelazan con lo que estos tres hombres, padre y dos
hijos, hacen esa tarde en la casita. Bañistas inesperadas, la inútil
representación de una escena dramática, juegos en la piscina… la canción de nuestra vida. El humor más
absurdo se conjuga con toda naturalidad con la herencia de Jonas Mekas y el
recuerdo escondido de Vida de familia
de José Luis Font. El resultado es una película (de nuestra, vuestra, de cualquier vida) que utiliza diversos
lenguajes para explicar una no historia de una tarde verano en la que el tiempo
se dilata hasta abarcar casi cincuenta años. Una curiosidad que, al menos a mi,
me estimuló a pensar cuál sería la película de (mi) vida.
(nubes
del verano de 1993)
El
verano, el tiempo, nuestra vida, el cine…. Todo eso forma parte de la que es
sin duda la película de la semana Verano
del 93. Si el docucomediaficcionamateur
de Baró me hizo pensar en la película de mi vida, el precioso film de Carla Simón
me hizo recordar que hacía yo en el 93, el año que esta niña de seis años vivió
una de las experiencias más dolorosas que se pueden tener: perder a su madre.
Carla, como ella misma se ha cansado de explicar, consigue trasladar a las
imágenes su propia experiencia de niña huérfana, pero trascendiendo, también
ella, lo privado para hacerlo colectivo. Verano
del 93 se mueve en el difícil equilibrio del drama y la ingenuidad sin caer
en la sensiblería. El hecho de no perder nunca el punto de vista de las niñas,
Frida y su hermana/prima Anna, hace que
todo el film destile frescura y espontaneidad. Los adultos están ahí, pero es
ella, Frida, la que conduce el relato. Verano
del 93 tiene humor, tiene vida. Y tiene cine. Hablar de uno mismo, de tus propias experiencias, contarlas para los
demás, es una tentación que no siempre se resuelve bien. Puedes escribirlo o
filmarlo para ti, pero si quieres que esa memoria sea compartida, tienes que
utilizar bien el lenguaje, ya sea la escritura, ya sea el cine. Y Carla Simón
lo hace muy bien. El ritmo es el necesario, los tiempos los justos, los
escenarios perfectos. Las niñas hace su papel sin dejar de ser niñas, el dolor
se siente mezclado con la sonrisa. No sé qué hará Carla Simón en su segunda
película, pero espero que no pierda esta capacidad de captar la luz del sol en
medio de una borrasca de emociones.
Unas
líneas al final solo para recomendar Wonder
Woman. Es estupenda. Aventuras, misterio, humor, malos, buenos, guerras,
dioses, peleas, bailes. No es una película más de superhéroes, es una película
de superheroina. Y eso la hace
diferente.
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