Blanco
con figuras y caos verdiamarillo. Este cuadro de Ramon me parece una buena
imagen de la nueva película de Pablo Berger, Abracadabra. Blanco con figuras, un hombre desdoblado en dos: uno
fragmentado, el otro integrado y en medio la línea sinuosa de una mujer que
escapa de ambos. Caos verdiamarillo de barrio madrileño de extrarradio, bodas
en restaurantes cutres, colores chillones.
Quizás
es una manera un poco rara de empezar a hablar de esta película. Pero es que la
película es rara, y divertida y sorprendente, inesperada y llena de ideas. Vamos, que Abracadabra me ha gustado mucho y me ha
sorprendido mucho. Me ha descolocado en realidad y eso es algo que agradezco en
las películas. Ver historias que no sé cómo acabarán. Ni siquiera por dónde van a ir. Es
una sensación estupenda de continuo descubrimiento. Si, es rara, pero eso es
muy bueno (al menos para mí), es rara pero comprensible, asequible. Me explico.
Puede gustar a los que vayan a buscar simplemente una comedia de matrimonio
chungo y a los que busquen una historia mas profunda.
Después
del éxito de Blancanieves, un film
que le costó Dios y ayuda levantar, ya que nadie se atrevía con una película en
blanco y negro, muda y sobre una mujer torera, Pablo Berger tenía dos caminos.
Quedarse paralizado por la responsabilidad de superar ese éxito o intentar
repetirlo con algo parecido. Pues bien, ni uno ni otro. No solo no se quedó
paralizado, sino que empezó a escribir una nueva historia delirante en su
planteamiento y no solo no se repite a si mismo, sino que se lanza al trapecio
sin red y sin miedo a caerse con una película estridente de colores y decorados,
de vestuario impensable, de espacios inesperados. Un film donde Maribel Verdú
brilla como la serpentina roja del cuadro centrando todas las miradas entre un
Antonio de la Torre desdoblado, un mago asustado y un fantasma desbocado. Todo
empieza como una película de Almodóvar, Volver
viene a la cabeza con ese marido hincha del real Madrid y esa hija adolescente.
Pero casi sin darnos cuenta, en la fiesta de la boda, las cosas empiezan a moverse, a irse por otros sitios, a sumergirse
en un laberinto de pisos abandonados por humanos y poblados de fantasmas
asesinos, de obras donde campa a sus anchas un mono inteligente haciendo
equilibrios en una grúa, de humor sutil sobre una sociedad alienada. Pasamos de
una comedia costumbrista a una comedia fantástica y de ahí a una abstracción casi
tan blanca como la parte izquierda del cuadro de Ramon.
El
final es absolutamente desconcertante, te deja pensando en lo que has visto, en
lo que ha pasado. Pero no voy a hablar de ese final porque no quiero privar a
nadie del placer de descubrirlo.
Ah¡
entre los riesgos que ha corrido Pablo Berger con este film transgresor y
divertido, está el de estrenar en plenas vacaciones de verano. Es una apuesta
por todo lo alto. Tanto si están de vacaciones como si se han quedado
trabajando, no pierdan la oportunidad de
compartir este reto con él.
(En
el año 1988, Elena Posa, entonces directora del Grec, trajo a Barcelona a Jeanne
Moreau)
Otra
clase de magia es la que desprendía Jeanne Moreau. Se ha escrito mucho estos
días sobre la muerte a los 89 años de esta mujer extraordinaria. El mismo día
que moría Sam, Sheppard a los 73 años. No voy a decir nada de ellos, hay ya mucha
literatura sobre sus figuras y su importancia. Si los traigo a estas líneas es
porque su muerte me ha provocado una reflexión personal. De pronto me he dado cuenta de que mi
generación (y entiendo por generación una franja amplia, los que nacieron entre
1940 y el año 1960), hemos tenido la suerte de vivir la historia del cine en
directo. En los cines de estreno, en primera persona. Pudimos ver a Jeanne
Moreau en Jules et Jim en su primera proyección.
Pero no solo a ella. Pudimos ver la primera película de Godard, junto con los
estrenos de Hitchcock, Bergman, Lang, Wilder, Hawks, Huston, Buñuel, Welles, Truffaut, Antonioni, Visconti, Losey…
Cuando yo empecé a ir al cine y a comprar Fotogramas, había un hilo vivo que
unía la historia con el presente. El cine aún no había entrado en la televisión
o en los museos. Creo que hemos sido una
generación privilegiada. Los mayores se perdieron la posibilidad de seguir construyendo
la historia del cine, con la incorporación de nuevos actores, nuevos
directores, nuevas cinematografías. Los más pequeños nunca pudieron disfrutar
de ver estas películas en un cine de estreno comercial. Las han descubierto en
la televisión, o en las Filmotecas o en los ciclos retrospectivos de los
festivales. Suerte han tenido de poder
verlas y más ahora, que la posibilidad de las plataformas ofrece un catálogo
casi infinito de clásicos. Pero nosotros las vimos cuando aún no eran clásicos,
solo los estrenos de la semana.
Esa
es la reflexión que me ha despertado la muerte de Jeanne Moreau y de Sam
Sheppard.
Os
dejo como regalo dos piezas poco conocidas de Moreau cantando. Se encuentran en
ese pozo de los tesoros que es Youtube
con
Marguerite Duras
con
Jean Renoir
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¿REFUGIADOS?
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¿REFUGIADOS?
La
imagen de las largas e interminables colas en el aeropuerto del Prat me ha traído
a la memoria otra imagen mucho más terrible, pero igualmente caótica, incomprensible y sin sentido.
Incomprensible y sin sentido no son lo mismo. Incomprensible quiere decir que
escapa a la comprensión, a la inteligencia. Algo sin sentido puede ser
perfectamente comprensible pero carecer por completo de ninguna clase de
sentido común. La imagen que me han recordado las colas de El Prat es la de los
miles de refugiados que hace justo un año circulaban como almas en pena por los
caminos de Europa llenando las portadas de los periódicos y los ayuntamientos
de carteles. De pronto me he dado cuenta que todas esas miles de personas
humanas zarandeadas por la historia, la guerra, la política y los intereses
nada comunes, han desaparecido del panorama, del paisaje. Nadie habla de ellos,
nadie se acuerda de ellos (con las honrosas excepciones de los que siguen ayudandolos
aunque sea sin publicidad). Aquellos refugiados que ofrecían una imagen medieval
del mundo, se han transformado en estas hordas de pasajeros pacientes que esperan cinco, seis horas, para
irse o para volver a su casa. Son otra clase de refugiados. Merecen mucha menos
misericordia (en el fondo se lo han buscado ellos mismos en un afán de “hacer
vacaciones” como sea). Pero el resultado es parecido. Gente abandonada a su
suerte.
Y
de esto he pasado a dos reflexiones: una ¿Por qué nadie habla ya de los
refugiados? ¿Es que ya no existen? ¿Dónde han metido a los miles de hombres,
mujeres y niños que huían de Siria? Creo que simplemente cumplieron su función:
espantar a una Europa que se lanzó a la xenofobia y la exclusión del otro. Una vez consolidado el
Brexit, la apuesta subió unos enteros en Francia, Holanda y Austria con el auge
de los populismos de todos los colores que, por suerte, se vieron reducidos en
las votaciones de los tres países. Una vez pasadas estas elecciones, donde no
ganó el miedo, el desprecio y el odio, los refugiados ya no servían para nada.
Y se olvidaron en un rincón de la historia, como tantas otras veces se ha hecho
con las masas desvalidas.
La
segunda reflexión es diferente. Es sobre el turismo. No voy a hablar de la
turismofobia. No pienso alimentar esta peligrosa serpiente de verano. Pero las
colas de El Prat me han hecho pensar en esa especie de urgencia por moverse,
por irse, por cambiar, por salir, cuanto más lejos mejor, cuanto más absurdo el
destino más tentador. Y todos a la vez, y todos lo más barato posible. ¿Qué produce esta ansia por ser turista,
especie humana que nada tiene que ver con el viajero? Supongo que muchas cosas
que escapan a este pequeño espacio de reflexión.
Perdón
por que el post de esta semana sea tan largo y tan variado. Pueden leer solo
una parte si las otras no les interesan.
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