La
memoria es una cosa muy extraña. Funciona hacia adelante y hacia atrás sin que
en realidad se la pueda controlar. Una feliz coincidencia, de esas que pasan a veces o que yo busco y encuentro, ha unido en
este blog un libro y una película que hablan de memoria(s).
Las
dos experiencias creativas parten de la realidad de sus autores, las dos se
adentran en los recovecos de la memoria, pero lo bonito de ambas es que lo
hacen en sentido inversos.
La
película es Saura(s), de Félix Viscarret;
el libro es Gramática dels noms propis,
de Lluis Maria Todó. La película funciona en memoria dirección futuro; el libro
funciona en memoria dirección pasado. Las dos son estupendos retratos no solo
de los autores, sino de su tiempo y de sus gentes.
Empiezo
por la película
Saura(s) es un “supuesto”
documental sobre el cineasta Carlos Saura realizado en primera persona por
Félix Viscarret. Lo de la primera persona es importante porque explica la posición
del director de la docuvida frente al
protagonista de esa docuvida. Ante la
incapacidad de conseguir que Saura evoque el pasado, Félix Viscarret busca la
complicidad de sus hijos para entenderlo. Eso es lo más bonito de este trabajo.
No habla de la vida de un hombre mirando hacia atrás, como es lo habitual en
este tipo de reflexiones; sino de un hombre que mira el futuro. Saura afirma en
las charlas con sus hijos su aversión a la nostalgia, a mirar el pasado, a la melancolía.
No le gusta ver sus películas ni le gusta revisar las fotos que ha hecho. A no
ser para convertirlas, unas y otras, en un nuevo proyecto: descubrir en un
plano de Elisa vida mía, un hilo que
le une a hoy mismo; transformar sus fotos en lo que su hija Anna llama Fotosaurios. Para Carlos Saura, lo
importante es lo que está por hacer. Y en ese futuro están sin duda sus hijos,
siete, nacidos de cuatro relaciones sentimentales importantes. La memoria en
este caso funciona hacia el horizonte de esos hijos que son proyectos de
futuro: desde los dos mayores, Carlos y Antonio, hijos de su primera mujer
Adela, hasta la última, Anna, nacida de su unión con Lali Ramón. En medio,
Shane, el hijo de Geraldine Chaplin y los tres hijos que tuvo con Mercedes
Pérez, Manuel, Adrían, Diego. ¿Qué mejor libro de memorias que esos hijos? ¿Qué
mejor autobiografía que la que ellos representan?
Escucharles
hablar sin acritud y con respeto, pero sobre todo con cariño y admiración, es
el mejor regalo para celebrar sus 85 años. Eso, y pensar en el siguiente
proyecto que ya tiene en mente mientras mira un paisaje tranquilo junto a su única
hija, Anna.
Gramàtica dels
noms propis,
de Lluis Maria Todó, es muy diferente. Si Saura mira hacia abajo, es decir a
sus hijos que son el futuro, Todó mira hacia arriba, a sus ancestros directos,
remontando esta autobiografía sentimental de la palabra hasta sus abuelos,
pasando por sus padres y acabando en él y sus hermanos, dejando fuera de la historia a sus hijos. La palabra, el idioma, es el eje sobre el que Todó teje su memoria.
Las formas de hablar características de personas que traían a Barcelona su
acento tortosí, o un catalán teñido en positivo de un castellano de origen. A la
riqueza de ser educado en estas dos lenguas, se añade, ya adolescente, la pasión
por el francés. Tres idiomas, tres pensamientos, tres memorias que son privadas
y colectivas. Que evocan la Barcelona de principios de siglo, la republicana,
la de la posguerra, la de la lucha contra la dictadura, la de los aires de
libertad. Todó mira hacia atrás para entender su ahora, para asumirlo con
naturalidad, para reivindicar el mestizaje de las lenguas sin contaminarse unas
a otras. Leyendo este libro escrito en un catalán magnifico, se tiene la sensación
de estar asistiendo a un relato de casi cien años de historia de Barcelona, de
Catalunya, de España. El pasado construye el futuro. Es la lección que sale
involuntaria de sus páginas.
Otro
tipo de memoria
Dentro
de unos días, concretamente el 7 de noviembre, se conmemoran los cien años de la
revolución de octubre del 1917. En esta entrada que habla de memorias no está
de más que recordemos como influyó este hecho, uno de los más importantes y
decisivos del siglo XX, en la historia de todos, incluido Carlos Saura, Lluis
Marìa Todó y yo misma.
La
primera reflexión que me hago es la de constatar lo imprescindible y positivo que
es la necesidad de cuestionarse las cosas continuamente: la situación política,
la vida personal, la sociedad, la forma de relacionarnos. Es importantísimo pensar
por uno mismo, no aceptar que las cosas son como son y no hay que tocarlas,
saber darse cuenta que el mundo cambia y por tanto cambian las necesidades, las
costumbres, las relaciones personales, políticas, morales. Las leyes no son
inmutables, saber adecuarlas a los tiempos, es algo no solo sano, sino
necesario para el buen funcionamiento de un país. Las relaciones personales tampoco
son inmutables, y hay que saber avanzar, cambiándolas tanto en la familia, como
en uno mismo.
¿Qué
tiene que ver esto con la Revolución de Octubre? Mucho.
El
problema de los cambios, sobre todo si son radicales, aparece cuando estos
cambios que se plantean para mejorar la vida (la privada, la colectiva), se
convierten en instrumentos de poder autoritario, de poder absoluto y lo que en
principio era positivo, en el caso de la Rusia zarista, acabar con el régimen de
los zares y conquistar un régimen más igualitario y solidario, se pervierte
enseguida, convirtiéndose en un nuevo régimen de terror y de control aún más
feroz amparado en una supuesta aura de progreso. La revolución de octubre,
el comunismo, condenó a su pueblo a setenta años de engaños, miseria y
dominación que aun no conocemos del todo. Y eso pasó muy pronto.
La
historia acostumbra a decir que Lenin era el bueno y Stalin el malo. La verdad
es que Lenin era tan malo o más que Stalin porque era más inteligente, pero
tuvo la suerte de morirse pronto y eso le preservó se la critica histórica
durante mucho tiempo. Poco a poco se ha ido sabiendo como Lenin ejerció su
reino del terror en los escasos años en que controló con mano de hierro el
destino de la Unión Soviética, sentando las bases de una manera de pensar,
actuar y contaminar al mundo que desgraciadamente sigue aún vigente (no puedo
soportar ver puños en alto y cantos de la Internacional, lo siento).
Esto
viene a cuento de una constatación: las revoluciones son buenas si sirven para
avanzar, para ir de A a B, si es posible sin violencia y sin pérdidas; pero no
son buenas si sirven para ir de A a menos A, involucionando la historia y
negando el valor de la capacidad del hombre de mejorar sus condiciones de vida.
La sociedad tiene el deber de cuestionar a sus gobernantes, de exigirles que
miren por los intereses colectivos, que busquen soluciones a sus problemas,
que acaben con las desigualdades, que rompan
las fronteras entre países, entre personas, entre clases. Son objetivos revolucionarios
que no debemos dejar que caigan en manos de los que, manipulándolos, nos
devuelven a una casilla de salida de hace sesenta años. Ya sabemos lo que
sucede cuando los nacionalismos se imponen sobre la razón crítica.
Aprendamos
algo de la gran tragedia de la revolución rusa que nos engañó durante tanto
tiempo (1). Aprendamos a luchar por lo que nos hace avanzar, no lo que nos hace
retroceder. No abonemos el camino para que los salvadores de la patria (odio la
palabra patria) de cualquier patria, nos digan lo que hemos de hacer, lo que
hemos de pensar, como debemos actuar. La memoria funciona en las dos
direcciones. Miremos al futuro como hace Saura con sus hijos; miremos al pasado
como hace Todó con sus abuelos. Y de esas dos miradas, saquemos la conclusión
de que no hay revoluciones buenas si no vienen acompañadas de respeto a los
individuos que las protagonizan.
(1)
Los
que siguen este blog saben de dónde vengo: padres republicanos, comunistas los
dos, exiliados en México donde nací i crecí. Justamente a ellos les debo una
capacidad de cuestionar las cosas, de no aceptarlas tal y como parecen que son.
Mi madre no tuvo tiempo de ver como se derrumbaba su sueño de igualdad, murió muy
pronto. Mi padre lo vio y supo reconocer sus errores sin renunciar a su propia
historia.
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