viernes, 3 de noviembre de 2017

MEMORIA(S)


La memoria es una cosa muy extraña. Funciona hacia adelante y hacia atrás sin que en realidad se la pueda controlar. Una feliz coincidencia, de esas que pasan a  veces o que yo busco y encuentro, ha unido en este blog un libro y una película que hablan de memoria(s).
Las dos experiencias creativas parten de la realidad de sus autores, las dos se adentran en los recovecos de la memoria, pero lo bonito de ambas es que lo hacen en sentido inversos.
La película es Saura(s), de Félix Viscarret; el libro es Gramática dels noms propis, de Lluis Maria Todó. La película funciona en memoria dirección futuro; el libro funciona en memoria dirección pasado. Las dos son estupendos retratos no solo de los autores, sino de su tiempo y de sus gentes.



Empiezo por la película
Saura(s) es un “supuesto” documental sobre el cineasta Carlos Saura realizado en primera persona por Félix Viscarret. Lo de la primera persona es importante porque explica la posición del director de la docuvida frente al protagonista de esa docuvida. Ante la incapacidad de conseguir que Saura evoque el pasado, Félix Viscarret busca la complicidad de sus hijos para entenderlo. Eso es lo más bonito de este trabajo. No habla de la vida de un hombre mirando hacia atrás, como es lo habitual en este tipo de reflexiones; sino de un hombre que mira el futuro. Saura afirma en las charlas con sus hijos su aversión a la nostalgia, a mirar el pasado, a la melancolía. No le gusta ver sus películas ni le gusta revisar las fotos que ha hecho. A no ser para convertirlas, unas y otras, en un nuevo proyecto: descubrir en un plano de Elisa vida mía, un hilo que le une a hoy mismo; transformar sus fotos en lo que su hija Anna llama Fotosaurios. Para Carlos Saura, lo importante es lo que está por hacer. Y en ese futuro están sin duda sus hijos, siete, nacidos de cuatro relaciones sentimentales importantes. La memoria en este caso funciona hacia el horizonte de esos hijos que son proyectos de futuro: desde los dos mayores, Carlos y Antonio, hijos de su primera mujer Adela, hasta la última, Anna, nacida de su unión con Lali Ramón. En medio, Shane, el hijo de Geraldine Chaplin y los tres hijos que tuvo con Mercedes Pérez, Manuel, Adrían, Diego. ¿Qué mejor libro de memorias que esos hijos? ¿Qué mejor autobiografía que la que ellos representan?
Escucharles hablar sin acritud y con respeto, pero sobre todo con cariño y admiración, es el mejor regalo para celebrar sus 85 años. Eso, y pensar en el siguiente proyecto que ya tiene en mente mientras mira un paisaje tranquilo junto a su única hija, Anna.




Gramàtica dels noms propis, de Lluis Maria Todó, es muy diferente. Si Saura mira hacia abajo, es decir a sus hijos que son el futuro, Todó mira hacia arriba, a sus ancestros directos, remontando esta autobiografía sentimental de la palabra hasta sus abuelos, pasando por sus padres y acabando en él y sus hermanos, dejando fuera de la historia a sus hijos. La palabra, el idioma, es el eje sobre el que Todó teje su memoria. Las formas de hablar características de personas que traían a Barcelona su acento tortosí, o un catalán teñido en positivo de un castellano de origen. A la riqueza de ser educado en estas dos lenguas, se añade, ya adolescente, la pasión por el francés. Tres idiomas, tres pensamientos, tres memorias que son privadas y colectivas. Que evocan la Barcelona de principios de siglo, la republicana, la de la posguerra, la de la lucha contra la dictadura, la de los aires de libertad. Todó mira hacia atrás para entender su ahora, para asumirlo con naturalidad, para reivindicar el mestizaje de las lenguas sin contaminarse unas a otras. Leyendo este libro escrito en un catalán magnifico, se tiene la sensación de estar asistiendo a un relato de casi cien años de historia de Barcelona, de Catalunya, de España. El pasado construye el futuro. Es la lección que sale involuntaria de sus páginas.




Otro tipo de memoria
Dentro de unos días, concretamente el 7 de noviembre, se conmemoran los cien años de la revolución de octubre del 1917. En esta entrada que habla de memorias no está de más que recordemos como influyó este hecho, uno de los más importantes y decisivos del siglo XX, en la historia de todos, incluido Carlos Saura, Lluis Marìa Todó y yo misma.
La primera reflexión que me hago es la de constatar lo imprescindible y positivo que es la necesidad de cuestionarse las cosas continuamente: la situación política, la vida personal, la sociedad, la forma de relacionarnos. Es importantísimo pensar por uno mismo, no aceptar que las cosas son como son y no hay que tocarlas, saber darse cuenta que el mundo cambia y por tanto cambian las necesidades, las costumbres, las relaciones personales, políticas, morales. Las leyes no son inmutables, saber adecuarlas a los tiempos, es algo no solo sano, sino necesario para el buen funcionamiento de un país. Las relaciones personales tampoco son inmutables, y hay que saber avanzar, cambiándolas tanto en la familia, como en uno mismo.
¿Qué tiene que ver esto con la Revolución de Octubre? Mucho.
El problema de los cambios, sobre todo si son radicales, aparece cuando estos cambios que se plantean para mejorar la vida (la privada, la colectiva), se convierten en instrumentos de poder autoritario, de poder absoluto y lo que en principio era positivo, en el caso de la Rusia zarista, acabar con el régimen de los zares y conquistar un régimen más igualitario y solidario, se pervierte enseguida, convirtiéndose en un nuevo régimen de terror y de control aún más feroz amparado en una supuesta aura de progreso. La revolución de octubre, el comunismo, condenó a su pueblo a setenta años de engaños, miseria y dominación que aun no conocemos del todo. Y eso pasó muy pronto.
La historia acostumbra a decir que Lenin era el bueno y Stalin el malo. La verdad es que Lenin era tan malo o más que Stalin porque era más inteligente, pero tuvo la suerte de morirse pronto y eso le preservó se la critica histórica durante mucho tiempo. Poco a poco se ha ido sabiendo como Lenin ejerció su reino del terror en los escasos años en que controló con mano de hierro el destino de la Unión Soviética, sentando las bases de una manera de pensar, actuar y contaminar al mundo que desgraciadamente sigue aún vigente (no puedo soportar ver puños en alto y cantos de la Internacional, lo siento).
Esto viene a cuento de una constatación: las revoluciones son buenas si sirven para avanzar, para ir de A a B, si es posible sin violencia y sin pérdidas; pero no son buenas si sirven para ir de A a menos A, involucionando la historia y negando el valor de la capacidad del hombre de mejorar sus condiciones de vida. La sociedad tiene el deber de cuestionar a sus gobernantes, de exigirles que miren por los intereses colectivos, que busquen soluciones a sus problemas, que  acaben con las desigualdades, que rompan las fronteras entre países, entre personas, entre clases. Son objetivos revolucionarios que no debemos dejar que caigan en manos de los que, manipulándolos, nos devuelven a una casilla de salida de hace sesenta años. Ya sabemos lo que sucede cuando los nacionalismos se imponen sobre la razón crítica.
Aprendamos algo de la gran tragedia de la revolución rusa que nos engañó durante tanto tiempo (1). Aprendamos a luchar por lo que nos hace avanzar, no lo que nos hace retroceder. No abonemos el camino para que los salvadores de la patria (odio la palabra patria) de cualquier patria, nos digan lo que hemos de hacer, lo que hemos de pensar, como debemos actuar. La memoria funciona en las dos direcciones. Miremos al futuro como hace Saura con sus hijos; miremos al pasado como hace Todó con sus abuelos. Y de esas dos miradas, saquemos la conclusión de que no hay revoluciones buenas si no vienen acompañadas de respeto a los individuos que las protagonizan.

(1)   Los que siguen este blog saben de dónde vengo: padres republicanos, comunistas los dos, exiliados en México donde nací i crecí. Justamente a ellos les debo una capacidad de cuestionar las cosas, de no aceptarlas tal y como parecen que son. Mi madre no tuvo tiempo de ver como se derrumbaba su sueño de igualdad, murió muy pronto. Mi padre lo vio y supo reconocer sus errores sin renunciar a su propia historia.









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