(yo
también tengo mis liliputienses)
No
podía ser mas oportuno el estreno de Una vida a lo grande, la nueva película de Alexander Payne. Es perfecta
para un día como hoy. Con un supuesto mensaje ecologista, la idea que
plantea es el sueño dorado de cualquier tiranuelo fascista, dictador populista
o nacionalista irredento: hacerse pequeño para aislarse, hacer pequeños a los
demás para aislarlos.
Este
mundo de liliputienses sin Gulliver es una auténtica pesadilla del futuro. Para
salvar a la humanidad un grupo de científicos consigue reducir el tamaño de los
humanos a unos pocos centímetros. Se crean nuevas ciudades enanas donde los habitantes de Lililandia se supone que vivirán felices y contentos. Pero
como era de esperar, a ese mundo feliz se arrastran también todas las
contradicciones y maldades del mundo grande, con sus desigualdades,
explotaciones, miseria y opulencia. Al margen de que la nueva fórmula, pensada
para aligerar la presión humana sobre el planeta, sirve para que los sátrapas
de cualquier pelaño reduzcan a los habitantes disidentes y los envíen directamente
a una caja de cartón. Pero incluso en esta Lililandia feliz hay unos cuantos
irredentos que aun quieren más pureza, los elegidos, los autenticas salvadores
que deciden esconderse bajo tierra indefinidamente, esperando que los demás,
liliputienses y humanos normales, se maten entre si.
Una
lección sin duda. Hacerse cuanto más pequeño mejor para no tener que compartir
con nadie. Separarse en una arcadia feliz al margen de los auténticos problemas
en lugar de solucionarlos y cuando se constata que la arcadia feliz no lo es
tanto, separarse aún más, hasta el punto de erigirse en pueblo elegido por no se
sabe quién para salvar a unos pocos. ¿Les suena el discurso? Muy pertinente, sí
señor.
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