Se
estrenan esta semana tres películas absolutamente distintas, pero con un nexo
en común: hablan de gentes que creen conocerse y en realidad no saben nada unas
de otras.
(un mapa de
Florida en el que se ve donde está localizada esta película)
Empiezo
por la que bebe en la realidad: La vida y nada más, de Antonio Méndez
Esparza. Los personajes: una familia
afroamericana disfuncional compuesta de un adolescente conflictivo, su madre,
una mujer luchadora y cansada, el amigo de la madre, un hombre que no quiere
problemas. A ellos hay que añadir, una niña de tres años que lo mira todo sin
entender y un padre ausente, encarcelado desde hace mucho. El espacio: una
pequeña ciudad del norte de Florida donde las desigualdades, la pobreza y la
falta de horizontes dominan el paisaje. Andrew, el adolescente, va al instituto
y vive en la calle, su madre Regina trabaja en un bar donde conoce a Robert.
Viven juntos, pero son perfectos desconocidos entre si, no saben nada de lo que
realmente les pasa y desean de la vida. Lo interesante del film de Esparza es
la manera como nos plantea este neodocurealismo, con actores no profesionales
que se meten en las vidas de unos personajes que son y no son ellos mismos. Sin
música, con elipsis atrevidas y soluciones nada maniqueas a situaciones que
responden a la vida y nada más.
(un ciervo de
Ramon, sagrado pero no sacrificado)
Sigo
con la que bebe en la tragedia: El sacrificio de un ciervo sagrado de Yorgos
Lanthimos, el inclasificable director de Canino y La langosta. Los personajes:
una familia de médicos, rica y feliz compuesta por un padre cardiólogo, una
madre oftalmóloga, una adorable hija de catorce años y un rebelde hijo de doce.
A los que hay que añadir y no es poco, Martin, un adolescente extraño y
perturbador que entra en sus vidas como el ángel de Teorema dispuesto a hacer
saltar por los aires la aparente felicidad que les rodea. Viven juntos,
también, pero no se conocen. Ninguno de ellos sabe lo que puede llegar a hacer, que sacrificio será capaz de cometer, para salvarse y salvar lo que le
quede de vida. El espacio es el de un hospital de lujo y una casa de mas lujo,
filmado, tanto uno como otro, como si fuera una nave espacial, vacía de
personas y de pasillos interminables. Lanthimos no es un director convencional
y con este material que podría ser un melodrama o una película de terror,
construye un artefacto poblado de aliens escapados de los ladrones de cuerpos
de Siegel, seres sin emociones, sin sentimientos, perfectos en sus
comportamientos y reacciones. De una apatía y una indiferencia ante el mundo
que dejan en evidencia con unos diálogos neutros, sin emoción. Incluso la
terrible decisión del sacrificio, digna como se ha dicho en muchas críticas,
del mejor Haneke, carece de la frialdad que el austriaco impregna en sus
historias. Lanthimos no nos deja ni eso. Sacrificio de un ciervo desconocido
que exige del espectador un pacto de complicidad.
(alrededor de
esta mesa se reunieron este verano muchos perfectos conocidos)
La
tercera es la que bebe en la comedia negra: Perfectos desconocidos de Álex de
la Iglesia. Remake de un reciente film italiano, no se que
hay de fidelidad en lo que nos cuentan y que hay de invención de Álex y su
indispensable compinche en el guión Jorge G. Los personajes: siete amigos, tres
parejas y uno solo, se reúnen a cenar y se adentran en un juego peligroso:
compartir todos los mensajes de los móviles que lleguen durante la cena. Como
es de suponer, el resultado es catastrófico. Todos tienen secretos, todos son
perfectos desconocidos a pesar de conocerse hace veinte años, todos son
culpables y victimas. El espacio: una ciudad, Madrid, un piso burgués con una
enorme terraza y una luna roja que vuelve locos a los seres humanos. La mesa
alrededor de la que se sientan los siete amigos será el centro de un endiablado
cruce de diálogos reforzado por la gran interpretación que hacen todos ellos.
El ritmo no decae nunca, los giros se encadenan de una forma continua, todo lo
que sucede es verosímil. Comedia negra casi de Agatha Christie (¿quién es el
asesino de esa noche de luna roja?) acaba derivando hacia una revisión de
Melancolía, el planeta de Lars von Trier que iba a acabar con el mundo. De
alguna manera los perfectos desconocidos seguirán siéndolo al final salvo para
uno de ellos: el único que ha sido capaz de dar un paso atrás para poder seguir
adelante. Uno de los mejores trabajos de Álex de la Iglesia en mucho tiempo.
(el símbolo del
Festival Burning Man)
Hay
una cuarta película de la que quiero hablar. Se podrá ver en algunos cines en
las próximas semanas, pero su estreno oficial ha sido directamente en Netflix,
lo que permitirá que la vea mucha mas gente. Se llama The Girl From the Song, la dirige Ibai Abad y está escrita por Natalia Durán y Elisabet Mainez. En realidad aunque tenga título
en inglés, es una película producida en España con alumnos y ex alumnos de la
ESCAC. También The Girl From the Song
habla de desconocidos. Eric y Jo no acaban de conocerse nunca, aunque él la
siga hasta el infierno para después perderla. El infierno donde esta nueva
Eurídice está secuestrada es un escenario insólito, el festival de Burning Man
que tiene lugar en el desierto de Nevada durante siete días cada principio de septiembre. Alrededor del
Hombre en Llamas se construye una ciudad flotante, un mundo psicodélico donde
todo está permitido, la libertad es absoluta. Incluso la libertad de amar y de
perder al ser amado en la tradición del más puro romanticismo. Es una
extrañísima y fascinante localización, un espacio absolutamente inesperado,
sorprendente, donde se mezcla Mad Max (un Mad Max de los sentimientos y el
amor) con Miyazaki y sus castillos andantes. Con unas gotas del Antonioni de Zabriskie Point y algo de Gerry. Una de las mejores cosas del film
es que, aún siendo una película sobre gente
joven, no hay móviles, ni tablets, ni ningún artilugio. Solo personas y
sus relaciones. Música y canciones. Sueños y despertares. Una sorpresa
hecha por conocidos.
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