(Berlín, una ciudad sin centro)
Cuando
vi Les distancies en el BCN Film Fest, escribí estas líneas en el blog: “El Berlín de Les distàncies, es un Berlín de vida
cotidiana donde aterrizan cuatro amigos para darle una sorpresa a un quinto que
vive en la ciudad desde hace años. La segunda y esperada película de Elena
Trapé es un retrato de la decepción, la sensación de fracaso de una generación,
la que tiene entre 30 y 40 años, que ha visto como se iban derrumbando una a
una sus ilusiones y esperanzas. Pero el que sus personajes se sientan acabados
no quiere decir que la película sea pesimista. El solo hecho de existir es la
prueba de que no hay derrotas posibles. Siempre se puede hacer frente a lo que
no funciona. Volveré a ella cuando se estrene en otoño”.
Bien,
no ha llegado aún el otoño, pero si toca volver a ella. Para empezar la ví de
nuevo. Quería comprobar si la sensación de decepción profunda que me habían
dejado los personajes seguía estando ahí. Y si, lo estaba, pero por suerte,
compensada ya no solo por la propia película, sino por los actores y la
directora a los que tuve ocasión de entrevistar para el programa La
Cartellera de BTV. Su entusiasmo, su alegría, sus ilusiones y sus ganas de
vivir y de trabajar eran el mejor antídoto ante el fracaso y el desencanto de
sus personajes. En esta segunda visión entendí mucho mejor porque Berlín era el
lugar ideal para contar esta historia descentrada de soledades compartidas. El Berlín
de Elena no es el de Victoria, la película
protagonizada por Laia Costa, ni el de la Julia de Elena Martí. Comparte con
ellas paisaje, pero no atmósfera, tiene en común personajes (españoles de nueva
generación que intentan construir sus vidas en una Europa que no debería ser sentida
como ajena). Pero este Berlín es más triste, más gris, más impersonal, más duro.
Es un Berlín de invierno, donde la falta de luz produce la falta de energía. En
este contexto viven estos cinco personajes su desencuentro personal y
colectivo. Hay otra cosa que distancia estas distancias de las otras dos pelis
berlineso/catalanas. El momento en que fueron escritas (no rodadas). Elena
Trape empezó a escribir el guión en el año 2011, en plena crisis económica, en
plena crisis de valores, en plena crisis de todo. Sus cinco amigos nacen de esa
crisis que siete años después, en el momento de su estreno, ya es otra. Por eso
el film es tan interesante. El tiempo que ha pasado ha hecho que deje de
ser un retrato generacional para convertirse en una lección moral. Lo que les
pasa a los amigos en ese fin de semana berlinés y solitario donde deben
enfrentarse a un pasado que ya no existe y afrontar un futuro que se adivina
incierto, este arreglo de cuentas con tu propia vida para ver si “has hecho los
deberes o no”, como dice uno de los actores, es algo que va más allá de la gente de
35 años y se puede aplicar a cualquier edad y a cualquier circunstancia. Y es
esa pregunta, en la que nos sentimos interpelados todos, donde este film de
silencios, miradas, paseos, ventanas cerradas y puertas que se entreabren, adquiere su grandeza y trasciende su historia.
Estamos
de suerte porque esta semana se ha estrenado, además de Les distancies, otra película española dirigida también por una mujer. Se trata del
debut como directora de Arantxa Echevarría, Carmen
y Lola. Reducir su importancia a un simple enunciado del argumento, dos
adolescentes gitanas descubren su lesbianismo a través de su amor y se
enfrentan a su comunidad con todas las consecuencias, es reducir mucho el
interés del film. Es cierto, las protagonistas son dos chicas de 16 y 17 años
que se enamoran casi sin darse cuenta, como lo hacen los adolescentes de
cualquier edad, sexo o raza. El hecho de ser gitanas (o mercheras, como se ha
encargado de aclarar una de ellas) las condiciona sin duda. Deberán enfrentarse
a los tabúes normales de la sociedad agravados por los tabúes propios de su
gente. Pero lo que hace que el film sea interesante no es la historia. A mí lo
que me gusta de esta película es el uso de los espacios, del paisaje de ese Madrid
de extrarradio que enmarca a estas dos chicas: los edificios donde viven, las
calles, el mercadillo, los lugares secretos que buscan para sus encuentros,
inocentes al principio, donde la única transgresión es fumar, cada vez más
íntimos. Me gusta como visten y como hablan Carmen y Lola, la vitalidad que les
dan Rosy Rodríguez y Zaira Morales. Me interesa ver cómo se comportan sus
madres y sus padres, más allá de si son gitanos o no. Me aterra esa iglesia de
evangelizadores exorcistas que tanto daño hace entre los sectores más vulnerables de la población. Me asusta la ignorancia respecto a la importancia de estudiar
y formarse, actitud que no es solo patrimonio de los gitanos. Y me gusta ese
final feliz que no lo es. Las chicas consiguen estar juntas, sí. No me importa
desvelarlo. Y no me importa porque me parece muy importante darles una salida
aunque en realidad sepamos que no será fácil que puedan seguir siendo
mucho tiempo Camen y Lola y acabaran siendo Carmen, Lola y el mundo.
Al
acabar de escribir estas líneas me doy cuenta de que hay un rasgo común entre
estas dos películas tan distintas entre sí: las dos contradicen con su propia
existencia las historias de fracaso o de intolerancia que cuentan. Estupendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario