Esta semana se estrenan dos
películas estupendas, de esas que se quedan en la memoria y se recordaran entre
las mejores del año (o de años). Una es española, la otra polaca. Una la dirige
una mujer joven, la otra la dirige un hombre joven. Vamos por partes.
(mi madre también cosía a máquina cuando vivíamos en México)
La española se titula Viaje al cuarto de una madre, precioso
titulo que evoca todo tipo de sensaciones, porque ¿qué hay de mas intimo y
secreto, que el cuarto de una madre? La dirige Celia Rico, una chica sevillana
que vive en Barcelona desde hace mucho
tiempo y ha trabajado en algunas de las productoras mas interesantes de la
ciudad: Oberon y Arcadia. Celia se dio a conocer con un corto precioso que
protagonizaba Asunción Balaguer. Y ahora nos regala este cuento tierno y
callado de una madre y una hija que son una sola figura y que poco a poco se
van separando para ser dos, pero igualmente unidas, igualmente respetuosas.
Lola Dueñas y Anna Castillo son la madre y la hija. Lola no sale nunca de casa
y es en ese piso minúsculo donde vive todo su viaje a su propio cuarto que
acabará por devolverla al mundo del que se había sentido excluida al perder a
su marido. Anna es la hija que sabe que tiene que salir del piso sin dejar de
viajar al cuarto de su madre y buscar fuera el aire que les permitirá respirar. Las dos hablan, se quieren, están unidas por hilos: el de la costura,
tan importante, el del teléfono tan definitivo. Y las dos sin ningún tipo de melodrama, sin perder la
sonrisa, sin miedos ni revueltas, nos invitan a viajar a ese cuarto de su mano y
de paso, a recordar cómo fueron nuestros propios viajes a los cuartos de
nuestras madres.
(coros y danzas soviético/franquistas)
La polaca la dirige Pawel
Pawiloswki y se titula Cold war,
guerra fría. Es una historia de amor en blanco y negro; una historia de amor
con la música como tercer personaje; una historia de amor entre dos personas,
un pianista y una joven que canta y baila, condenados a amarse y a perderse
continuamente. Empieza en la Polonia soviética de 1949 y acaba en la Polonia
soviética de 1964. Entre medio, Berlín y Paris, son los escenarios de sus
encuentros y desencuentros. Es un film contado con elipsis, lo que sucede fuera
de campo es tan importante como lo que vemos, lo que les pasa a estos dos seres
que se buscan, se encuentran, se pierden, a lo largo del tiempo es lo que no
vemos pero vivimos a través de sus diálogos, sus enfrentamientos, sus tristezas
e incluso sus momentos de plenitud. No puedes dejar de mirarla y no puedes
dejar de darte cuenta con que inteligencia el director (recuerden la delicadeza
de Ida y su carga de crítica política sin necesidad de levantar la voz) nos va
metiendo en el alma de estos dos amantes usando la música como vehículo: la
música popular primero, el jazz después, el rock and roll, en un momento de
liberación y la canción que nace del alma al final. Dura muy poco, no solo
porque es corta, sino porque esas vidas pasan sin darnos cuenta. Desde las
primeras imágenes de recogida de canciones populares en el campo hasta el
melancólico e impresionante plano final, desfila ante nuestros ojos no solo la imposible
historia de amor de Viktor y Zula sino la
terrible tragedia de unos países castrados en lo mejor de su juventud durante
muchos, muchos años. Como decía en una entrada anterior. Si solo han de ver una
película este año, que sea esta.
(Hay un efecto colateral de la
película que no me resisto a destacar.
Viktor y Zula se conocen en una escuela de formación de una compañía de bailes
y danzas populares estatales promovida por el gobierno comunista para
reivindicar la cultura del pueblo por encima de todo. Viendo estos espectáculos
no he podido dejar de recordar los famosos Coros y Danzas del franquismo que
eran exactamente lo mismo y estaban concebidos con el mismo propósito. Si en la
terrible imagen de los coros cantando con el retrato gigantesco de Stalin
detrás lo sustituimos mentalmente por el de Franco veremos que las similitudes
son mucho mas que formales. Las dos eran dictaduras brutales. Harían bien todos
los que levantan el puño y enarbolan banderas con hoces y martillos en informarse
un poco de que es lo que están reivindicando. No sea que se encuentren de golpe
con un nuevo stalfranquismo o
incluso, en clave local, un stalcarlismo).
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