sábado, 16 de marzo de 2019

TOKIO



He estado cinco días en Tokio  invitada por la Embajada de España y el Instituto Cervantes para dar dos conferencias, una sobre el film Antonio Gaudí de Hisroshi Teshigara y otra sobre un Panorama del Cine Español en el siglo XXI. Ha sido una experiencia apasionante que aun tengo que asimilar por completo. Tokio no se parece a nada. Es una ciudad de contrastes brutales, entre un mundo del futuro y un mundo del pasado, entre el ritual y lo abigarrado. He descubierto otra cultura, otras gentes y ha sido realmente estupendo. Estoy muy contenta de la charla que tuvimos el profesor Inuhiko Yomota y yo moderada por José Antonio de Ory, consejero cultural de la Embajada de España en Tokio. Ver el documental y hablar de él, me ha servido para reconciliarme con Gaudí. Por eso he pensado colgarla en esta entrada para intentar que haya mas gente que se reconcilie con su obra. Es un poco larga. Pueden o no leerla, cada uno que haga lo que le apetezca.


Antonio Gaudí de Hiroshi Teshigara

Antes que nada quiero agradecer a José Antonio de Ory y a la embajada de España en Tokio, así como al Instituto Cervantes en Tokio, la oportunidad de poder estar aquí y conocer esta ciudad y este país. Y también quiero agradecerle que me haya permitido reconciliarme con la obra de Antonio Gaudí gracias a la película de Hiroshi Teshigara. Me explico. Yo vivo en Barcelona, una ciudad a la que llegan cada año millones de turistas, la mayoría atraídos por Gaudí. Esto ha provocado en los barceloneses un alejamiento de los lugares gaudinianos y modernistas en general. Cuando yo era pequeña, podías ir al Parque Güell a cualquier hora; podías entrar en la Pedrera, aunque no acceder a las chimeneas, territorio reservado para los vecinos, pero si podías admirar su escalera y su techo; podías ir a la Sagrada Familia y subir a las cuatro torres que dejó construidas Gaudí. Gaudí era de la ciudad y la ciudad lo disfrutaba. Ahora eso es prácticamente imposible, todos esos sitios se han convertido en un parque temático del que los barceloneses estamos un poco al margen. Pero en la época en que Teshigara filmó su espléndido documental, Gaudí aun era de todos. Eso se puede ver en sus imágenes donde aparece gente disfrutando del parque, paseando delante de sus casas, admirando la Sagrada Familia, cosas que ya no hacen más que los turistas. No puedo dejar de pensar que quizás Tshigara y su documental haya tenido algo de culpa en el boom gaudiniano. Es tan hermoso lo que muestra, tan insólito, tan diferente y atractivo y lo hace de una manera tan elegante y simple, acompañado de una banda sonora que evoca la cultura popular catalana, que no puede más que despertar el deseo de conocerlo. Yo lo conozco, pero gracias al documental he podido disfrutarlo de otra manera. He podido mirarlo de otra forma y no solo me he reconciliado con Gaudí, sino que desde que lo vi he iniciado lo que casi podría llamar una peregrinación por sus espacios para descubrirlos desde la perspectiva limpia y clara del director japonés.
Perdonen esta entrada tan personal y tan larga, pero me parecía importante explicar porque me apetecía tanto venir a Japón a hablar del Gaudí de Teshigara.


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He leído en Internet una crítica del The Village Voice donde se describe la película como "Un proyecto apasionante realizado décadas después de una primera visita del director”. Otra crítica, ésta de The New York Times, afirma: "Las imágenes de 'Gaudí' son sorprendente en su belleza y audacia, en la mezcla de un misticismo neogótico con el Art Nouveau, lo que provoca una aprehensión surrealista del poder de la naturaleza". Estas dos frases encierran tres ideas que me parecen importantes: la fuerza de las imágenes de Gaudí se queda en la memoria para siempre y provoca el deseo de volver a ellas; la conexión con un pasado artístico vivo y un presente creativo, enlaza su obra con una tradición que se inicia en el románico y se hermana con el modernismo catalán de finales del XIX; la presencia de la naturaleza en todo su esplendor le proporciona a Gaudí los elementos fundamentales de su trabajo.
Teshigara ha sabido partir de la memoria y el deseo, para encontrar las raíces de su obra en los frescos y retablos románicos y góticos del Museu Nacional d’Art de Catalunya. Y ha buscado en la naturaleza, los bosques, la montaña de Montserrat, el mar, las fuentes que le inspiraron. Combinando todos estos elementos, se convierte en guía privilegiado de un viaje por los edificios y espacios gaudinianos. El mejor guía que se podía imaginar.

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He hablado de documental para definir este film, pero en rigor, Antonio Gaudí es más un poema visual que un documental, un film de arte conceptual más que una película. En la presentación de la excelente edición de Criterion Collection se la describe como “una experiencia estética” y efectivamente eso es lo que es. Por eso Teshigara prescinde de la palabra, de las explicaciones, de los análisis y se fija en los detalles, las curvas, los movimientos, leyéndolas como notas de la partitura de una sinfonía arquitectónica que su amigo Tôru Takemitsu y sus colaboradores Kurodo Mori y Shinji Hori, convirtieron en una extraordinaria banda sonora en la que se incorporan canciones populares del folklore catalán junto con músicas puramente orientales.

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Hay otra cosa que me gusta mucho de este poema sinfoarquitectónico en imágenes de cine: Teshigara muestra la obra de Gaudí integrada en la vida cotidiana. Esto es algo que tendemos a olvidar, pero Gaudí era un arquitecto que construía casas para vivir, parques para pasear, iglesias para rezar. Su trabajo estaba pensado para ser usado, para utilizarse más que para contemplarse. Actualmente esta vertiente de su obra no se tiene mucho en cuenta, cuando es fundamental para entender muchas de las soluciones arquitectónicas de sus edificios: nada es caprichoso aunque lo parezca. Las escaleras están pensadas para subir y bajar por ellas, las paredes, para colgar cuadros, las chimeneas para encenderse. Gaudí, a diferencia de muchos arquitectos contemporáneos, tenía muy claro que trabajaba para alguien que le pagaba por un encargo. Alguien, la burguesía catalana del XIX y en especial la familia Güell, que le dejaba total libertad de crear y de inventar, pero que quería espacios vivibles. Gaudí no se consideraba a sí mismo un artista, lo era, sin duda, pero sobre todo era un arquitecto. Toda su obra está pensada para ser útil, no para ser vista. Teshigara lo entendió muy bien y por eso la muestra habitada, vivida, viva en definitiva, aunque a veces incomprensible y absurda para quién la descubre por primera vez.

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Pero, ¿Por qué Teshigara se interesó por Antonio Gaudí? Si observamos su filmografía vemos que no es el primer documental, perdón mejor hablemos de ensayos cinematográficos, que realiza sobre personajes extraños, distintos, algunos aparentemente muy alejados de la cultura japonesa, como el boxeador puertorriqueño José Torres, al que filmó en 1959 y en 1965; o al contrario, muy próximos a su propia formación, como el precioso trabajo sobre el impresionante pintor japonés Hokusai, cuya obra, en especial la famosa La Gran Ola de Kanagawa no dudo en pensar que Gaudí conocía de alguna manera. Y si no la conocía, aun mejor, porque la conexión entre la pintura del japonés y las composiciones del catalán dialogan entre si perfectamente.
Como dialogan con las imágenes de la más famosa película de Teshigara, La mujer en la arena. Los paisajes movedizos de las dunas, la fluctuación de la arena mecida por el viento, el espacio invivible donde habita la mujer, la rugosidad de la piel observada como en un microscopio, todo se relaciona con las ondas y las curvas, los movimientos y las ondulaciones de algunos de los trabajos de Gaudí. ¿Hasta qué punto influyó en Teshigara y su concepción de la imagen, la primera visita que hizo a España en 1959 cuando descubrió a Gaudí y el modernismo?


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Algunas palabras de Teshigara explican esta fascinación por Antonio Gaudí: “Estaba completamente desprevenido para el intenso shock de mi encuentro con el arquitecto”; "Gaudí trabajó siempre rozando las fronteras de varias artes, y me hizo sentir que el mundo en el que vivía aún tenía muchas posibilidades".
Su propio origen también lo puede explicar: Hiroshi Teshigara es hijo de Sofu Teshigara. Un hombre que se ha ganado un lugar en la cultura japonesa como fundador y gran maestro de la Escuela Sogetsu de Ikebana. Hiroshi aprendió de su padre que el arte de ikebana era algo más que una simple artesanía decorativa y vio como introducía en un arte tradicional y muy codificado, elementos materiales distintos que complementaban las flores propias de este tipo de, llamémosle sin miedo, esculturas de la naturaleza. Los adornos de Gaudí, su combinación de elementos y colores, tenían mucho que ver con este arte centenario.
Hiroshi tenía 18 años cuando acabó la segunda guerra mundial con la terrible derrota de Japón y la barbarie de las dos bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki. Era un momento muy difícil para los jóvenes japoneses que tuvieron que escoger entre sufrir la derrota como prolongación de la de sus padres, o empezar a construir un mundo nuevo a partir del dolor que acababan de padecer. Hiroshi encontró en su padre y en el arte de las flores un refugio para salir de las incertidumbres del futuro. A los 26 años se dio cuenta de que el cine era su camino para acercarse a ese mundo de poesía y de paz. Su primer trabajo fue el documental sobre Hokusai en 1953. Seis años después y ya con varias películas realizadas, Hiroshi acompañó a su padre como ayudante en un viaje que les llevó a Estados Unidos y Europa para presentar diversas exposiciones de su trabajo como escultor de la naturaleza. Fue una revelación para el joven que descubrió otras formas de entender la cultura y el cine. El neorrealismo, la vanguardia francesa, Buñuel, Salvador Dalí, le abrieron los ojos a otros mundos. En Nueva York conoció al boxeador José Torres y puede, no lo sé, pero puede que viera las fotografías de Stanley Kubrick para la revista Look o incluso el corto Day of the Fight que Kubrick filmó en 1951.
Pero fue en Barcelona donde encontró el camino que iba a marcar toda su carrera como cineasta y como artista, lo que denominó el cruce de géneros, producido por su primer contacto con el modernismo y la arquitectura de Antonio Gaudí. En una conversación con su productor Noriko Namura en 1986, publicada en la edición en DVD de la Criterion Collection, Teshigara reconoce algo que me parece muy importante. Cuenta que ese viaje de 1959 no solo le permitió descubrir a Gaudí, sino le hizo descubrir y sobre todo valorar a su propio padre. “Por primera vez, estuve muy cerca de él y observé lo que hacía… Incluso aunque no hablaba su lengua, se comunicaba fácilmente con artistas de primera línea, como Miró o Dali… A su lado sentí el poder de su energía creativa… Me vi arrastrado por él y su manera de acercarse a su trabajo… Ver esto fue una inspiración y una revelación para mi.” Gaudí y su padre estarían unidos para siempre en esa experiencia determinante.
En 1959 Barcelona era muy distinta a la que se encontró Teshigara en 1984 cuando volvió para rodar Antonio Gaudí. En 1959, Barcelona era una ciudad pequeña que vivía de espaldas al mar. Pero también era una ciudad llena de una luz mediterránea inconfundible y atravesada por extravagantes edificios a los que nadie hacía demasiado caso. En sus propias palabras, “me encontré frente a frente de Gaudí y su magia me abrumó”.
Creo que una de las razones de porque Hiroshi Teshigara se sintió fascinado y sobre todo identificado con Gaudí viene de su formación como dibujante y como cineasta. Él mismo es una suma de dos artes (o más, si tenemos en cuenta la importancia que le da a la música en su cine), es un artista fronterizo entendiendo por fronteras los límites permeables entre distintos ámbitos de la creación, entre el cine y la arquitectura, entre las flores y la escultura, entre el dibujo y la música, entre oriente y occidente. En definitiva entre diversas maneras de expresar un sentimiento poético.


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En 1984, después de revisar y editar el material rodado en 1959 y ya con una carrera consolidada como cineasta y como figura importante de la cultura en Japón, Teshigara vuelve a Barcelona, una Barcelona preolímpica pero postfranquista; una Barcelona cosmopolita y abierta que está a punto de consumar su gran revolución urbana. Una Barcelona, que aun no reivindica o explota a Gaudí, pero ya empieza a ver el potencial de su obra en la promoción de la ciudad. En esa Barcelona que sigue siendo luminosa y mediterránea, la mirada de Teshigara se detiene en los detalles, en la letra pequeña de una obra grande. Y surge un espléndido poema visual.


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La estructura del poema es muy clara: la ciudad, la presencia del moderno arte catalán, los antecedentes artísticos del pasado, los contemporáneos del modernismo, la naturaleza. Todo esto sirve de prólogo antes de entrar en el primer edificio que se visita: la Casa Batlló. A partir de aquí, el film hace un recorrido cronológico por las obras de Gaudí en el que podemos apreciar como la sensualidad, el color y la alegría de sus primeras arquitecturas se va ensombreciendo y haciéndose cada vez mas fantasmagórica y oscura hasta desembocar en los troncos martirizados de la sagrada familia, obra torturada e inacabada a la que contemplamos sin miedo por la costumbre, pero que la cámara de Teshigara y la música de Takemitsu nos revelan en toda su tenebrosidad, dándole la razón a George Orwell cuando afirmaba que la Sagrada Familia era uno de los edificios más horribles del mundo.
Teshigara no es un erudito ni un académico, tampoco es un publicista. Teshigara es un “escritor en imágenes y sonidos” que observa el mundo gaudiniano desde fuera y desde dentro. Desde fuera, con una mirada limpia de ideas preconcebidas y teorías artísticas convencionales; desde dentro, con una reflexión que emparenta el mundo gaudiniano con el suyo propio. La lectura de lo que Gaudi llamaba “el gran libro de la naturaleza” está muy arraigada en el espíritu de este japonés que sabe lo que son las flores y las plantas, como demostró en sus preciosas instalaciones de bambú realizadas cuando ya era director de la escuela de Ikebana de Sogetsu.


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Una de las mejores cosas, de las muchas buenas que tiene, este poema visual es el hecho de no explicar nada de la vida de Gaudí. Se puede ver perfectamente, disfrutarlo, localizarlo (Barcelona y Catalunya si son referentes necesarios y respetados), pero acabamos el film sin saber nada de la vida de Gaudi. Es un acierto como se puede construir un homenaje a alguien prácticamente sin ningún dato biográfico. Creo que esta es una lección que deberían aprender muchos documentalistas contemporáneos que se empeñan en dar informaciones que no son necesarias. ¿Qué más da cuando se construyó La Pedrera o el Parque Güell? Lo que importa es que sigue siendo parte viva de la ciudad y de la cultura.


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No sé muy bien cómo justificar lo que voy a decir ahora mismo. Pero no puedo dejar de contarlo. Mientras veía el film de Teshigara o buscaba información sobre su trabajo y sobre Gaudí en Japón, no dejaba de flotar un nombre en mi cabeza. El de Naomi Kawase, quizás la más conocida en España de los realizadores contemporáneos japoneses. (El otro es Hirokazu Kore-eda, pero Kore-eda nunca flotó en mi mente, su cine no tienes nada que ver con Gaudi ni con Teshigara ni con Barcelona). En cambio, Kawase seguía ahí presente todo el tiempo. Hasta que me paré a pensar por qué. Y encontré dos posibles respuestas: una, porque la directora japonesa sabe retratar la naturaleza de una manera gaudiniana, transformándola en imágenes donde la luz, el viento, el agua, o los bosques se conjugan para escribir poemas visuales como los que Teshigara retrata en su film. La naturaleza hermana a Kawase con Gaudí, pero también su carácter fronterizo entre distintas artes. La poesía y la música, la arquitectura y el videoarte, el documento y la ficción. Y ahí surge el segundo punto de contacto, el que la relaciona con Barcelona a través de su correspondencia visual con Isaki Lacuesta, un director fronterizo como ella y como Teshigara y como Gaudi, que sabe leer el paisaje y sabe construir mundos imaginarios.
Me gusta la idea de pensar que la obra de Gaudí sigue ejerciendo una influencia en el cine japonés, incluso sin que se la reconozca. Me gusta la idea de que el hermoso documental de Teshigara haya tenido más efectos que los de convertir a Barcelona en un destino turístico obligado. Me gusta la idea de que, a través del espacio y del tiempo, se puede establecer una línea que une al arquitecto visionario, con el escultor de bambú y con la cineasta de los bosques.
Gracias por su atención.
Barcelona, 12 de marzo 2019
.....
Seria estupendo que la película se pudiera ver en un cine. Desde aquí invito a la Filmoteca a proyectarla si es posible. Pero mientras tanto, si alguien quiere verla, está en Youtube.
Este es el enlace
https://www.youtube.com/watch?v=SC2vHKqzyYw&t=3499s


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