He estado cinco días en Tokio invitada por la Embajada de España y el
Instituto Cervantes para dar dos conferencias, una sobre el film Antonio Gaudí de Hisroshi Teshigara y
otra sobre un Panorama del Cine Español
en el siglo XXI. Ha sido una experiencia apasionante que aun tengo que
asimilar por completo. Tokio no se parece a nada. Es una ciudad de contrastes
brutales, entre un mundo del futuro y un mundo del pasado, entre el ritual y lo abigarrado. He descubierto otra cultura, otras gentes y ha sido realmente
estupendo. Estoy muy contenta de la charla que tuvimos el profesor Inuhiko
Yomota y yo moderada por José Antonio de Ory, consejero cultural de la Embajada
de España en Tokio. Ver el documental y hablar de él, me ha servido para
reconciliarme con Gaudí. Por eso he pensado colgarla en esta entrada para
intentar que haya mas gente que se reconcilie con su obra. Es un poco larga.
Pueden o no leerla, cada uno que haga lo que le apetezca.
Antonio
Gaudí de Hiroshi Teshigara
Antes que nada quiero agradecer a
José Antonio de Ory y a la embajada de España en Tokio, así como al Instituto
Cervantes en Tokio, la oportunidad de poder estar aquí y conocer esta ciudad y
este país. Y también quiero agradecerle que me haya permitido reconciliarme con
la obra de Antonio Gaudí gracias a la película de Hiroshi Teshigara. Me
explico. Yo vivo en Barcelona, una ciudad a la que llegan cada año millones de turistas,
la mayoría atraídos por Gaudí. Esto ha provocado en los barceloneses un
alejamiento de los lugares gaudinianos y modernistas en general. Cuando yo era
pequeña, podías ir al Parque Güell a cualquier hora; podías entrar en la
Pedrera, aunque no acceder a las chimeneas, territorio reservado para los
vecinos, pero si podías admirar su escalera y su techo; podías ir a la Sagrada
Familia y subir a las cuatro torres que dejó construidas Gaudí. Gaudí era de la
ciudad y la ciudad lo disfrutaba. Ahora eso es prácticamente imposible, todos
esos sitios se han convertido en un parque temático del que los barceloneses
estamos un poco al margen. Pero en la época en que Teshigara filmó su
espléndido documental, Gaudí aun era de todos. Eso se puede ver en sus imágenes
donde aparece gente disfrutando del parque, paseando delante de sus casas, admirando
la Sagrada Familia, cosas que ya no hacen más que los turistas. No puedo dejar
de pensar que quizás Tshigara y su documental haya tenido algo de culpa en el
boom gaudiniano. Es tan hermoso lo que muestra, tan insólito, tan diferente y
atractivo y lo hace de una manera tan elegante y simple, acompañado de una
banda sonora que evoca la cultura popular catalana, que no puede más que
despertar el deseo de conocerlo. Yo lo conozco, pero gracias al documental he
podido disfrutarlo de otra manera. He podido mirarlo de otra forma y no solo me
he reconciliado con Gaudí, sino que desde que lo vi he iniciado lo que casi
podría llamar una peregrinación por sus espacios para descubrirlos desde la
perspectiva limpia y clara del director japonés.
Perdonen esta entrada tan personal
y tan larga, pero me parecía importante explicar porque me apetecía tanto venir
a Japón a hablar del Gaudí de Teshigara.
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He leído en Internet una crítica
del The Village Voice donde se describe la película como "Un proyecto
apasionante realizado décadas después de una primera visita del director”. Otra
crítica, ésta de The New York Times, afirma: "Las imágenes de 'Gaudí' son
sorprendente en su belleza y audacia, en la mezcla de un misticismo neogótico
con el Art Nouveau, lo que provoca una aprehensión surrealista del poder de la naturaleza".
Estas dos frases encierran tres ideas que me parecen importantes: la fuerza de
las imágenes de Gaudí se queda en la memoria para siempre y provoca el deseo de
volver a ellas; la conexión con un pasado artístico vivo y un presente creativo,
enlaza su obra con una tradición que se inicia en el románico y se hermana con
el modernismo catalán de finales del XIX; la presencia de la naturaleza en todo
su esplendor le proporciona a Gaudí los elementos fundamentales de su trabajo.
Teshigara ha sabido partir de la
memoria y el deseo, para encontrar las raíces de su obra en los frescos y
retablos románicos y góticos del Museu Nacional d’Art de Catalunya. Y ha
buscado en la naturaleza, los bosques, la montaña de Montserrat, el mar, las
fuentes que le inspiraron. Combinando todos estos elementos, se convierte en
guía privilegiado de un viaje por los edificios y espacios gaudinianos. El
mejor guía que se podía imaginar.
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He hablado de documental para
definir este film, pero en rigor, Antonio Gaudí es más un poema visual que un
documental, un film de arte conceptual más que una película. En la presentación
de la excelente edición de Criterion Collection se la describe como “una
experiencia estética” y efectivamente eso es lo que es. Por eso Teshigara
prescinde de la palabra, de las explicaciones, de los análisis y se fija en los
detalles, las curvas, los movimientos, leyéndolas como notas de la partitura de
una sinfonía arquitectónica que su amigo Tôru Takemitsu y sus colaboradores Kurodo
Mori y Shinji Hori, convirtieron en una extraordinaria banda sonora en la que
se incorporan canciones populares del folklore catalán junto con músicas
puramente orientales.
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Hay otra cosa que me gusta mucho de
este poema sinfoarquitectónico en imágenes de cine: Teshigara muestra la obra
de Gaudí integrada en la vida cotidiana. Esto es algo que tendemos a olvidar,
pero Gaudí era un arquitecto que construía casas para vivir, parques para
pasear, iglesias para rezar. Su trabajo estaba pensado para ser usado, para
utilizarse más que para contemplarse. Actualmente esta vertiente de su obra no
se tiene mucho en cuenta, cuando es fundamental para entender muchas de las
soluciones arquitectónicas de sus edificios: nada es caprichoso aunque lo
parezca. Las escaleras están pensadas para subir y bajar por ellas, las
paredes, para colgar cuadros, las chimeneas para encenderse. Gaudí, a
diferencia de muchos arquitectos contemporáneos, tenía muy claro que trabajaba
para alguien que le pagaba por un encargo. Alguien, la burguesía catalana del
XIX y en especial la familia Güell, que le dejaba total libertad de crear y de
inventar, pero que quería espacios vivibles. Gaudí no se consideraba a sí mismo
un artista, lo era, sin duda, pero sobre todo era un arquitecto. Toda su obra
está pensada para ser útil, no para ser vista. Teshigara lo entendió muy bien y
por eso la muestra habitada, vivida, viva en definitiva, aunque a veces
incomprensible y absurda para quién la descubre por primera vez.
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Pero, ¿Por qué Teshigara se
interesó por Antonio Gaudí? Si observamos su filmografía vemos que no es el
primer documental, perdón mejor hablemos de ensayos cinematográficos, que
realiza sobre personajes extraños, distintos, algunos aparentemente muy
alejados de la cultura japonesa, como el boxeador puertorriqueño José Torres,
al que filmó en 1959 y en 1965; o al contrario, muy próximos a su propia
formación, como el precioso trabajo sobre el impresionante pintor japonés
Hokusai, cuya obra, en especial la famosa La
Gran Ola de Kanagawa no dudo en pensar que Gaudí conocía de alguna manera.
Y si no la conocía, aun mejor, porque la conexión entre la pintura del japonés
y las composiciones del catalán dialogan entre si perfectamente.
Como dialogan con las imágenes de
la más famosa película de Teshigara, La
mujer en la arena. Los paisajes movedizos de las dunas, la fluctuación de
la arena mecida por el viento, el espacio invivible donde habita la mujer, la
rugosidad de la piel observada como en un microscopio, todo se relaciona con
las ondas y las curvas, los movimientos y las ondulaciones de algunos de los
trabajos de Gaudí. ¿Hasta qué punto influyó en Teshigara y su concepción de la
imagen, la primera visita que hizo a España en 1959 cuando descubrió a Gaudí y
el modernismo?
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Algunas palabras de Teshigara
explican esta fascinación por Antonio Gaudí: “Estaba completamente desprevenido
para el intenso shock de mi encuentro con el arquitecto”; "Gaudí trabajó siempre
rozando las fronteras de varias artes, y me hizo sentir que el mundo en el que
vivía aún tenía muchas posibilidades".
Su propio origen también lo puede
explicar: Hiroshi Teshigara es hijo de Sofu Teshigara. Un hombre que se ha
ganado un lugar en la cultura japonesa como fundador y gran maestro de la
Escuela Sogetsu de Ikebana. Hiroshi aprendió de su padre que el arte de ikebana
era algo más que una simple artesanía decorativa y vio como introducía en un
arte tradicional y muy codificado, elementos materiales distintos que
complementaban las flores propias de este tipo de, llamémosle sin miedo,
esculturas de la naturaleza. Los adornos de Gaudí, su combinación de elementos
y colores, tenían mucho que ver con este arte centenario.
Hiroshi tenía 18 años cuando acabó
la segunda guerra mundial con la terrible derrota de Japón y la barbarie de las
dos bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki. Era un momento muy difícil para
los jóvenes japoneses que tuvieron que escoger entre sufrir la derrota como
prolongación de la de sus padres, o empezar a construir un mundo nuevo a partir
del dolor que acababan de padecer. Hiroshi encontró en su padre y en el arte de
las flores un refugio para salir de las incertidumbres del futuro. A los 26
años se dio cuenta de que el cine era su camino para acercarse a ese mundo de
poesía y de paz. Su primer trabajo fue el documental sobre Hokusai en 1953.
Seis años después y ya con varias películas realizadas, Hiroshi acompañó a su
padre como ayudante en un viaje que les llevó a Estados Unidos y Europa para
presentar diversas exposiciones de su trabajo como escultor de la naturaleza.
Fue una revelación para el joven que descubrió otras formas de entender la
cultura y el cine. El neorrealismo, la vanguardia francesa, Buñuel, Salvador
Dalí, le abrieron los ojos a otros mundos. En Nueva York conoció al boxeador
José Torres y puede, no lo sé, pero puede que viera las fotografías de Stanley Kubrick
para la revista Look o incluso el corto Day
of the Fight que Kubrick filmó en 1951.
Pero fue en Barcelona donde
encontró el camino que iba a marcar toda su carrera como cineasta y como
artista, lo que denominó el cruce de géneros, producido por su primer contacto
con el modernismo y la arquitectura de Antonio Gaudí. En una conversación con
su productor Noriko Namura en 1986, publicada en la edición en DVD de la
Criterion Collection, Teshigara reconoce algo que me parece muy importante.
Cuenta que ese viaje de 1959 no solo le permitió descubrir a Gaudí, sino le
hizo descubrir y sobre todo valorar a su propio padre. “Por primera vez, estuve
muy cerca de él y observé lo que hacía… Incluso aunque no hablaba su lengua, se
comunicaba fácilmente con artistas de primera línea, como Miró o Dali… A su
lado sentí el poder de su energía creativa… Me vi arrastrado por él y su manera
de acercarse a su trabajo… Ver esto fue una inspiración y una revelación para
mi.” Gaudí y su padre estarían unidos para siempre en esa experiencia
determinante.
En 1959 Barcelona era muy distinta
a la que se encontró Teshigara en 1984 cuando volvió para rodar Antonio Gaudí. En 1959, Barcelona era
una ciudad pequeña que vivía de espaldas al mar. Pero también era una ciudad
llena de una luz mediterránea inconfundible y atravesada por extravagantes
edificios a los que nadie hacía demasiado caso. En sus propias palabras, “me
encontré frente a frente de Gaudí y su magia me abrumó”.
Creo que una de las razones de
porque Hiroshi Teshigara se sintió fascinado y sobre todo identificado con
Gaudí viene de su formación como dibujante y como cineasta. Él mismo es una
suma de dos artes (o más, si tenemos en cuenta la importancia que le da a la
música en su cine), es un artista fronterizo entendiendo por fronteras los
límites permeables entre distintos ámbitos de la creación, entre el cine y la
arquitectura, entre las flores y la escultura, entre el dibujo y la música,
entre oriente y occidente. En definitiva entre diversas maneras de expresar un
sentimiento poético.
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En 1984, después de revisar y
editar el material rodado en 1959 y ya con una carrera consolidada como
cineasta y como figura importante de la cultura en Japón, Teshigara vuelve a
Barcelona, una Barcelona preolímpica pero postfranquista; una Barcelona
cosmopolita y abierta que está a punto de consumar su gran revolución urbana.
Una Barcelona, que aun no reivindica o explota a Gaudí, pero ya empieza a ver
el potencial de su obra en la promoción de la ciudad. En esa Barcelona que
sigue siendo luminosa y mediterránea, la mirada de Teshigara se detiene en los
detalles, en la letra pequeña de una obra grande. Y surge un espléndido poema
visual.
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La estructura del poema es muy
clara: la ciudad, la presencia del moderno arte catalán, los antecedentes
artísticos del pasado, los contemporáneos del modernismo, la naturaleza. Todo
esto sirve de prólogo antes de entrar en el primer edificio que se visita: la
Casa Batlló. A partir de aquí, el film hace un recorrido cronológico por las
obras de Gaudí en el que podemos apreciar como la sensualidad, el color y la
alegría de sus primeras arquitecturas se va ensombreciendo y haciéndose cada
vez mas fantasmagórica y oscura hasta desembocar en los troncos martirizados de
la sagrada familia, obra torturada e inacabada a la que contemplamos sin miedo
por la costumbre, pero que la cámara de Teshigara y la música de Takemitsu nos revelan
en toda su tenebrosidad, dándole la razón a George Orwell cuando afirmaba que
la Sagrada Familia era uno de los edificios más horribles del mundo.
Teshigara no es un erudito ni un
académico, tampoco es un publicista. Teshigara es un “escritor en imágenes y
sonidos” que observa el mundo gaudiniano desde fuera y desde dentro. Desde
fuera, con una mirada limpia de ideas preconcebidas y teorías artísticas
convencionales; desde dentro, con una reflexión que emparenta el mundo
gaudiniano con el suyo propio. La lectura de lo que Gaudi llamaba “el gran
libro de la naturaleza” está muy arraigada en el espíritu de este japonés que
sabe lo que son las flores y las plantas, como demostró en sus preciosas
instalaciones de bambú realizadas cuando ya era director de la escuela de
Ikebana de Sogetsu.
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Una de las mejores cosas, de las muchas
buenas que tiene, este poema visual es el hecho de no explicar nada de la vida
de Gaudí. Se puede ver perfectamente, disfrutarlo, localizarlo (Barcelona y
Catalunya si son referentes necesarios y respetados), pero acabamos el film sin
saber nada de la vida de Gaudi. Es un acierto como se puede construir un
homenaje a alguien prácticamente sin ningún dato biográfico. Creo que esta es
una lección que deberían aprender muchos documentalistas contemporáneos que se
empeñan en dar informaciones que no son necesarias. ¿Qué más da cuando se
construyó La Pedrera o el Parque Güell? Lo que importa es que sigue siendo
parte viva de la ciudad y de la cultura.
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No sé muy bien cómo justificar lo
que voy a decir ahora mismo. Pero no puedo dejar de contarlo. Mientras veía el
film de Teshigara o buscaba información sobre su trabajo y sobre Gaudí en
Japón, no dejaba de flotar un nombre en mi cabeza. El de Naomi Kawase, quizás
la más conocida en España de los realizadores contemporáneos japoneses. (El
otro es Hirokazu Kore-eda, pero Kore-eda nunca flotó en mi mente, su cine no
tienes nada que ver con Gaudi ni con Teshigara ni con Barcelona). En cambio,
Kawase seguía ahí presente todo el tiempo. Hasta que me paré a pensar por qué.
Y encontré dos posibles respuestas: una, porque la directora japonesa sabe
retratar la naturaleza de una manera gaudiniana, transformándola en imágenes
donde la luz, el viento, el agua, o los bosques se conjugan para escribir
poemas visuales como los que Teshigara retrata en su film. La naturaleza
hermana a Kawase con Gaudí, pero también su carácter fronterizo entre distintas
artes. La poesía y la música, la arquitectura y el videoarte, el documento y la
ficción. Y ahí surge el segundo punto de contacto, el que la relaciona con
Barcelona a través de su correspondencia visual con Isaki Lacuesta, un director
fronterizo como ella y como Teshigara y como Gaudi, que sabe leer el paisaje y
sabe construir mundos imaginarios.
Me gusta la idea de pensar que la
obra de Gaudí sigue ejerciendo una influencia en el cine japonés, incluso sin
que se la reconozca. Me gusta la idea de que el hermoso documental de Teshigara
haya tenido más efectos que los de convertir a Barcelona en un destino
turístico obligado. Me gusta la idea de que, a través del espacio y del tiempo,
se puede establecer una línea que une al arquitecto visionario, con el escultor
de bambú y con la cineasta de los bosques.
Gracias por su atención.
Barcelona, 12 de marzo 2019
.....
Seria estupendo que la película se pudiera ver en un cine. Desde aquí invito a la Filmoteca a proyectarla si es posible. Pero mientras tanto, si alguien quiere verla, está en Youtube.
Este es el enlace
https://www.youtube.com/watch?v=SC2vHKqzyYw&t=3499s
.....
Seria estupendo que la película se pudiera ver en un cine. Desde aquí invito a la Filmoteca a proyectarla si es posible. Pero mientras tanto, si alguien quiere verla, está en Youtube.
Este es el enlace
https://www.youtube.com/watch?v=SC2vHKqzyYw&t=3499s
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