viernes, 29 de marzo de 2019

IMPERIOS Y VARDA



Imperios
En 1986 yo ya escribía para La Vanguardia, pero la crítica de El declive del Imperio Americano, del canadiense Denys Arcand, la hizo José Luís Guarner. De todos modos, me acuerdo muy bien de esa película, divertida y ácrata, libre y progresista, hablada en el francés quebequois tan peculiar y distinto del francés de la metrópoli (¿tendrán que pedir perdón los franceses por la conquista del Canadá?, buena pregunta). La historia de El declive ... era la de los hombres y mujeres que en ese momento teníamos treinta años. Cuatro profesores universitarios se reunían en una casa para preparar una cena, mientras sus cuatro invitadas y amigas, se preparaban para esa cena. Unos y otros hablaban sin parar del mundo, del sexo, de las relaciones hombre/mujer, y cuando acababan juntos, los temas dejaban de ser superficiales en medio de un ambiente de amistad y discusión. Era una película de las que se llaman generacionales.
Quince años después, Arcand recuperó a sus protagonistas y los volvió a reunir en Las invasiones bárbaras, un film mucho más profundo que el anterior. No en balde tanto el director como los actores (como los espectadores de ambas) eran adultos con una vida detrás. Vi Las invasiones bárbaras en el Festival de Cannes y me gustó mucho. Mejor dicho, me afectó mucho. He recuperado lo que escribí en Fotogramas de este film porque me parece que sigue estando vigente: “Continuación quince años después de la película El declive del imperio americano, en esta ocasión los mismos actores se reúnen alrededor del lecho de muerte de uno de ellos para constatar que los bárbaros han llegado a nuestras puertas. Un padre y su hijo, un viejo profesor universitario, socialista, libertario y vital frente a un joven broker capitalista puritano y reprimido, son el hilo conductor de una historia de reconciliación que acaba encontrando un espacio de convivencia. Arcand no juzga a sus personajes, ni al hijo que compra con el dinero el bienestar de su padre en sus últimos días, ni al padre que acepta este regalo sin arrepentirse de lo que ha hecho en su vida. Los bárbaros acabaron con la civilización romana, como los nuevos bárbaros han acabado con un mundo más tolerante, más libre, más civilizado y solidario que ha desaparecido definitivamente del mapa”. Recuerdo también la sorpresa que me produjo la lectura negativa que hacía en el festival gente mucho más joven que yo que despreciaba la figura del padre al que acusaban de inmoral y que despreciaba también la figura del hijo despachándolo con el insulto de nuevo rico. La incapacidad de este tipo de personas de aceptar la libertad de uno y la generosidad del otro, me produjo más tristeza y preocupación que todo el festival junto. Sobre todo al constatar que una de las conquistas de mi generación, la tolerancia en los comportamientos sexuales, había desaparecido del todo, y al darme cuenta de que se seguían manteniendo clichés que afirman que el que tiene dinero es malo por fuerza.
Otros quince años mas tarde, Denys Arcand ha completado la trilogía con el film que se estrena esta semana, La caída del Imperio Americano. En esta ocasión no cuenta con los mismos personajes, aunque si con un actor fetiche de las anteriores, que aquí encarna a un ladrón inteligente y ácrata que sabe aprovecharse de los entresijos del mundo capitalista para burlarse de una sociedad conformista, adormecida y dependiente de la cultura del imperio americano. Arcand construye una historia en la que deja claro que la inteligencia no es una buena presentación para triunfar ni en política ni en los negocios (impresionante primera secuencia, toda una declaración de principios). Pero si esa inteligencia se usa adecuadamente, y se combina con las cualidades de un pequeño grupo de marginados de distinta índole, se puede conseguir romper todas las situaciones. El protagonista podría ser un hijo de los personajes de El declive…, un hijo con más problemas para integrarse en la sociedad que el de Las invasiones bárbaras, pero con las mismas ideas que impulsaban a Remy y sus amigos en las anteriores historias.
Pierre-Paul es en una especie de Robin Hood que reúne a su alrededor una pequeña banda de indignados por una u otra razón y entre todos consiguen, no solo eludir el castigo de la ley por el robo perfecto, sino imponer unas reglas nuevas. Film con final feliz que cierra este retrato de los últimos treinta años con un rayo de esperanza. Al menos yo quiero verlo así. Frente a la decadencia del capitalismo salvaje (los chinos, los rusos, los que no tienen patria) se puede plantar cara con la inteligencia, la solidaridad y la capacidad de escapar de sus controles (morales, políticos y económicos).

Triple frontera
Si no fuera porque hay un pequeño nexo de unión entre el film de Arcand y la película que ha estrenado Netflix, quizás no hablaría de Triple frontera. Pero me ha hecho gracia como una misma situación, se resuelve de forma muy distinta en ambos casos. La situación es esta. ¿Qué se puede hacer con un montón de dinero, mucho dinero, millones, producto de un robo en ambos casos? (las circunstancias del robo son muy diferentes, pero el resultado es el mismo). Unos lo resuelven con imaginación, solidaridad y arquitectura financiera; los otros lo resuelven con amistad, riesgo y… ( no voy a explicar cómo) pero el tema es el mismo. En nuestro mundo contemporáneo, tener mucho dinero físico es un problema. El dinero no existe realmente, es algo abstracto. Y convertir en abstracción una fortuna de dinero físico es un trabajo muy complejo. Triple frontera tiene más cosas y matices en su historia, pero esta era la que me apetecía destacar.
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AGNÈS VARDA
Se ha muerto Agnès Varda. Me ha entristecido la noticia. Aunque en realidad no debería estar triste. Agnès Varda ha vivido hasta los 90 años haciendo lo que más le gustaba: filmar y hacer cine en todas sus variantes, conocer gente de todo tipo, tener curiosidad y ganas de saber más cosas. Ha sido una vida plena, feliz, disfrutada. Nos deja un legado extraordinario, un puñado de films inclasificables que solo se pueden entender como el “Genero Varda”. Era una mujer deliciosa, brillante, con mucho humor y muy inteligente. Tuve la suerte de entrevistarla dos veces para el programa de Jaume Figueras Cinema3. Fueron dos entrevistas estupendas. La primera en la Mostra de Venecia del año 1985 donde ganó el León de Oro con Sin techo ni ley. Hicimos una larga entrevista (entonces se podían hacer largas entrevistas) con ella y con Sandrine Bonnaire. Para estar acorde con el film, las llevamos al otro lado del canal, debajo de un puente que hacía más verosímil la entrevista sobre una vagabunda y nos divertimos mucho con ellas sentados todos por el suelo húmedo de los bordes del canal. Tres años después la encontré en el Festival de Berlín donde presentaba el díptico Jane B par Agnès V y Kung-fu Master, que habían perpetrado al alimón ella y Jane Birkin. También en esa ocasión hicimos una entrevista a dos voces con dos mujeres extraordinarias. Ya sabíamos que a Agnès Varda le gustaba situar sus encuentros en los sitios más insólitos. En ese caso filmamos en la cafetería del hotel mientras desayunaban, en el hall, y en plena calle, a pesar de la lluvia y el frío. Ese era su estilo, un estilo de vida y de hacer cine que la distinguía del resto de los directores de su tiempo (y de todos los tiempos). De esa larga entrevista extraigo algunas frases que me sirven para recordarla:
-Siempre he intentado trabajar sin dormirme. El cine es un medio de expresión, tan vasto, tan grande, que me sorprende a mí misma que se siga pensando que sólo puede ser cine una historia convencional, con un guión cerrado, un actor principal y unos decorados. Yo rompo con esta regla constantemente.
- A mi me gusta hacer cosas extraordinarias, es decir, fuera de lo ordinario.
-A los pintores, cuando llegan a una cierta edad no les importa mucho quedar bien. Hacen lo que quieren. Yo no quiero ser inmodesta, pero he seguido su ejemplo. Picasso tomaba algo que ya existía, como yo con Jane, y hacía con ello algo original. La diferencia enorme con la pintura es que yo hago cine y el cine es un arte de diálogo.
Mientras escribía estos recuerdos me he dado cuenta de que en las dos ocasiones entrevistamos a Agnès Varda acompañada de una actriz. No es una casualidad, Varda entendía el cine como un arte colectivo, hecho con muchas manos, incluso con alguna patita almohadillada de su gato Tamaris, pero no una obra personal y única. La vamos a echar de menos, pero su cine y su memoria no permitirá que la olvidemos.




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