Esta semana de estrenos poco
estimulantes (no digo malos, solo poco estimulantes, al menos para mí) voy a
recuperar una película de la semana pasada que espero siga en cartel y si no,
al menos que quede para cuando aparezca en cualquier plataforma. Se trata de La ciudad oculta de Víctor Moreno. Se
presenta como un documental, pero en realidad es otra cosa. Es un experimento
de ciencia ficción cotidiana, que convierte la realidad de la ciudad que existe
bajo nuestros pies en un universo paralelo e infinito heredero del 2001 de Kubrick. Es cine abstracto como
lo podía ser el de Stan Brakhage pero hecho con elementos reales, existenciales,
mas que existente. Es un viaje alucinado al fondo de la ciudad, a la conciencia
infinita de lo que no vemos. Vaya, para que sepan de que va después de todo
esto: es una película rodada íntegramente en el subsuelo de la ciudad de Madrid,
en los túneles que la atraviesan, la cruzan, la horadan como las venas por
donde corre la sangre de la ciudad. De lo más grande, el infinito sugerido en
algunas de sus imágenes que evocan el universo, hasta lo más pequeño, los
aliens microscópicos que viven en el agua de ese subsuelo: de la nave espacial de
Alien a la nave espacial de Solaris donde viven los fantasmas. Aquí
no hay fantasmas, hay seres que se mueven en la sombra siempre a oscuras iluminando
pequeños espacios, hay escaleras que suben o bajan a la nada, hay paredes que
parecen cuadros de Rothko o imágenes futuristas de Metrópolis. Pero todo esto es real, algo que existe y está ahí,
debajo de nosotros, algo que no queremos ver, El director habla del inconsciente
colectivo de la ciudad. Sí, es eso, es lo escondido, lo oculto, lo oscuro. El
reino de las sombras. Ciencia ficción en estado puro. Con sus imágenes y también y es muy importante,
con el sonido y la música, Moreno y su reducido equipo de espeleólogos suburbanos,
ha construido una sinfonía de la gran ciudad subterránea. Un viaje fascinante
absolutamente recomendable.
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EL RINCÓN DE LAS SERIES
Vanity Fair
Esta semana toca una serie de
Movistar: Vanity Fair. Es quizás una
de las más bonitas que he visto en mucho tiempo, y de las más ácidas y las más
criticas con la sociedad sin despeinar un solo rizo de la linda cabecita de
Becky Sharp, su protagonista. Ambición, crimen, lujo, pasión, sexo, despecho,
luchas vitales y humor son los ingredientes de este drama que adapta en siete
capítulos una de las novelas más importantes de la literatura inglesa, La feria de las vanidades de William M.
Thackeray.
Hay libros clásicos que
periódicamente se llevan a la pantalla en nuevas versiones que los asimilan al
tiempo en que se realizan. Vanity Fair,
o La feria de las vanidades, es un
texto recurrente en el cine. En el periodo del cine mudo se hicieron cuatro
adaptaciones, en la década de los treinta hubo dos. La televisión volvió al
clásico en tres ocasiones con series en 1967, 1987 y 1998. Una nueva película
en 2003, dirigida por Mira Nair y con
Reese Witherspoon era hasta ahora la última aproximación al hilarantes,
transgresor y crítico libro de Thackeray publicado en 1848.
Vanity
Fair
es una tragicomedia con el trasfondo de las guerras napoleónicas en la que
seguimos las vidas paralelas de la descarada y amoral Becky Sharp y la dulce y
tímida Amelia Sedley, en un carrusel de triunfos y desgracias, de herencias y
desheredados, de humor y de amor y sobre todo, de cinismo y critica de una
sociedad puritana y muy hipócrita. Thackeray nunca confesó quien le había
inspirado el personaje de Becky, pero se sabe que había en su tiempo bastantes
candidatas para el papel. Tampoco la Becky que hace Olivia Cooke ha confesado
nunca sus influencias, pero para los que recuerden a Miriam Hopkins en el
espléndido film de Rouben Mamoulian, no hay muchas dudas de cuál ha sido su
modelo.
No es la única relación entre
ambos films. Becky Sharp de Mamoulian
fue el primer gran film rodado en Tecnicolor en 1935. Las transgresiones
morales de Becky se convertían en el film de Mamoulian en transgresiones
formales gracias al uso del color. Como lo son también en esta nueva adaptación
que tiene en la imagen y la música dos de sus principales atractivos.
Filmada en escenarios
naturales de Londres y Budapest, su estilo visual es espectacular. Inspirado en
los grabados de la época y en los cuadros de la pintura inglesa del XVIII, la luz, los
angulares y la fotografía nos remiten a un mundo de una enorme belleza
contemporánea, al tiempo que retrata nuestro propio mundo.
Si la imagen es espectacular,
el contaste lo pone a música que utiliza. Desde el All Along the Watchtower
de Bob Dylan, que abre los capítulos y nos da una clave para el personaje de
Becky en el verso “there must be some way out of here , debe haber
alguna manera para escapar de aquí, hasta las canciones que cierran los
capítulos como pequeños resúmenes de lo que hemos visto Material Girl,
de Madonna; Never Tear Us Apart, de InXS; Running Up That Hill,
de Kate Bush; Don’t Stop, de Fleetwood Ma c o Love Will Tear Us Apart,
de Joy Division. Vanity Fair escapa
por todas partes a lo que podemos esperar de un clásico inglés en la
televisión. Una sorpresa que se agradece.
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