Nuestro
tiempo, la quinta película de Carlos Reygadas, me ha hecho
recordar México de una manera especial. Muy distinta a la de Roma, más cerca del sentimiento y la
emoción, Nuestro tiempo me ha hecho evocar
un México rural y un mundo, el de los ranchos, que para mí era tan extraño y
lejano como los castillos y las hadas. En el caso de esta película, el rancho
es el escenario perfecto donde se encuadra la aventura personal de esta pareja
del siglo XXI, un lugar donde se puede intentar la experimentación de las
relaciones. Y es ahí donde Nuestro tiempo
se demuestra profundamente mexicana. Lo que les sucede a Ester y Juan, con el
vértice del triángulo en el norteamericano Phil, sería muy distinto en Europa
(Bergman ya lo había contado) o en Estados Unidos. El paisaje, la luz, el
clima, los animales, la tradición, la historia, influyen para que Ester y Juan
vivan su experimento de relación abierta desde una perspectiva mexicana que de
alguna manera dificulta que pueda existir. Juan está interpretado por el propio
Reygadas en un ejercicio de desdoblamiento en un personaje que es y no es él;
Ester es la montadora Natalia López, mujer de Reygadas que tampoco es ella sin
dejar de serlo. Todo esto lo cuenta Reygadas en una película que dura tres
horas sin que te des cuenta, una historia que empieza en la luz de la inocencia
de los niños jugando en las marismas, de los adolescentes en sus primeros
escarceos amorosos, y que poco a poco se va encerrando en espacios más
claustrofóbicos, donde, a pesar de estar en medio del campo, falta el aire para
respirar. Sin olvidarse de los animales, porque si en la relación de Juan/Ester
no hay violencia física, casi ni siquiera sexo, ya se encargan los toros de mostrarla
de una manera completamente primitiva. Nuestro
tiempo quizás sea el film más sencillo y clásico de los cinco que ha
realizado Reygadas. Una historia triangular donde la libertad que Juan ofrece a
Ester se convierte en un asfixiante control que acaba por ahogarla. El tema
principal es, en definitiva, lo difícil que es adecuar el pensamiento a la
realidad. Querer y pensar en una
relación abierta, no es siempre fácil de ejecutar y Juan acaba por dirigir la
vida de Ester porque en el fondo sigue considerándola de su propiedad. Desde la
deslumbrante Japón y la casi
insoportable (por su violencia física) Batalla
en el cielo, Reygadas ha ido construyendo un cine de paisajes y nubes, de
tormentas climatológicas y emocionales, un cine que no tiene miedo a rozar la
abstracción en algunos momentos, como ese misterioso y fascinante plano en el
interior del motor del coche, o el espectacular plano de la ciudad de México
desde el tren de aterrizaje de un avión. Un cine pausado, que se toma el tiempo
necesario para que el espectador deje fuera todo su contexto y se entregue a la
contemplación de esta relación tóxica que contamina todo su entorno y de la
que, paradójicamente, o no, acaba por salir potenciada la figura de la mujer.
Tan hermosa como Post Tenebrax Lux o Luz silenciosa, Nuestro tiempo se
ilumina con otra clase de luz: la de la constatación de que nuestro tiempo es
el de un mundo masculino que intenta entender desde el pensamiento los cambios
imparables de parámetros sociales ancestrales, pero no puede controlarlos desde
el sentimiento.
EL RINCON DE LAS SERIES
La casa de las flores
En esta semana mexicana
recupero una serie de Netflix que se estrenó en otoño del año pasado y que,
seguramente, mucha gente habrá visto. Pero no importa recordarla y
recomendarla. Se trata de La casa de las
flores, trece capítulos de media hora que te hacen reír y te enganchan
utilizando los mecanismos del melodrama y las telenovelas para darles la vuelta
sin ninguna piedad. Cuando yo era pequeña, en mi casa se leía un periódico que
se llamaba Novedades. Los domingos,
creo recordar, había una sección que se llamaba algo así como Vida Popoff.(para ser justos , no sé si
se llamaba así o la llamábamos así en mi casa). La familia de La Mora, dueños
de una floristería de lujo en Las Lomas (para los que no conozcan México, es el
barrio más pijo de la ciudad), son un ejemplo perfecto de esa Vida Popoff. La matriarca del clan,
Virginia, ha construido lo que ella considera la familia perfecta. Que en
realidad no es tan perfecta como parece, según vamos descubriendo paso a paso
en los delirantes y divertidos capítulos donde encontramos suicidios, microtráfico
de marihuana entre las flores, homosexualidad, bisexualidad, transexualidad,
padres que no son padres, familias chicas, hijas ilegítimas, travestis,
corrupción, narcos y hasta un calcetín que habla y se llama Chui. Hay de todo
en esta floristería que se desdobla en un cabaret del mismo nombre con flores
un tanto diferentes en lo que respecta a la sexualidad de sus estrellas. Con
todo, La casa de las flores se podría
haber quedado en una versión más o menos mexicana de Mujeres desesperadas o en una burla cruenta de las famosas
telenovelas si no fuera por un personaje que la convierte en serie de culto.
Paulina de la Mora, interpretada por Cecilia Suárez, la hija mayor del clan,
empeñada en salvar a la familia de todas las catástrofes que les caen encima
sin perder nunca la calma, alterar el semblante y hablar de una manera que se
ha hecho viral. Paulina es el alma de esta casa que titula sus capítulos con
nombres de flores cuyo simbolismo nos da una pista de lo que nos va a contar y
que desde aquí recomiendo si lo que quieren es reírse con los males de una
familia rica mexicana que, en el fondo, es uni ver sal en su hi po cre sía, do bles
vi das, co rrup te las y men tiras.(no me he vuelto loca, es un intento de
explicar gráficamente como habla Paulina, aunque en realidad, solo ella puede
hacerlo bien).
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