(para mí el mejor retrato de
Goethe)
“En un momento en el que se
nos llama constante y duramente a ser coherentes y relacionar nuestras palabras
con nuestros hechos, elijo ponerme del lado de la gentileza y la indulgencia en
lugar de la acusación. Esta no es una posición ideológica, es mi temperamento,
y debo admitir que me contradigo tan a menudo que no me atrevería a culpar a
mis compañeros por ello. “No vamos, somos impulsados; como cosas que flotan...
fluctuamos entre varias inclinaciones; no queremos nada libremente, nada,
absolutamente nada, constantemente”, no quitaría ni una coma a estas palabras
de Montaigne.” (Emmanuel Mouret)
“También hay un alegre
escepticismo en Diderot al que soy muy sensible. Se trata de observar el mundo
en su diversidad y amarlo cómo tal, y no intentar extraer ninguna conclusión o
simplemente reducirlo a un sistema. A nivel cinematográfico, se trata de casar
los deseos, sentimientos, opiniones y contradicciones de cada uno de los
personajes, y hacerlos amables y hermosos.” (Emmanuel Mouret)
“Personas plenamente extrañas
e indiferentes entre sí, si viven juntas durante algún tiempo, acaban por
mostrarse recíprocamente su vida interna y tiene que producirse de este modo
cierta intimidad.”(Las afinidades electivas,
Goethe)
No, no se asusten. No estoy
hablando del ilusorio idilio Sánchez/Aragonés que hemos podido vivir esta
semana. No. Estoy hablando de una película tan francesa como Montaigne y
Diderot, los dos escritores que su director Emmanuel Mouret evoca como
inspiración, tan romántica como Las
afinidades electivas de Goethe, a las que recuerda constantemente y tan
veraniega y parlanchina como el mejor Rohmer. Estoy hablando de Las cosas que decimos, las cosas que hacemos,
el mejor estreno de la semana. Todo pasa durante cuatro días en una casa al pie
del Mont Ventoux, donde Daphné y Maxime se ven obligados a pasar juntos unos
días mientras esperan la vuelta de François novio de ella y primo de él. En
esos cuatro días deliciosamente tranquilos, la intimidad les lleva a hacerse
confidencias, contar sus historias de amor. La de Maxime con Sandra y Gaspard;
la de Daphné con François y Louise. Dos triángulos de vértices cambiantes y
relaciones alternas que se cruzan se descruzan en función de esas afinidades
electivas que son la base de una de las mejores novelas de Goethe. Todo esto,
lo cuenta Mouret con placidez y serenidad, dejando espacio a lo imprevisible,
no solo sin juzgar a nadie por su comportamiento, sino entendiéndolo, lo que
justifica plenamente su referencia a Montaigne, –los seis protagonistas
fluctúan y se dejan llevar por los sentimientos– y a Diderot, –porque lo hace
de manera amble y hermosa–. Cosas que
hacemos, cosas que decimos, es una película ideal para el verano, cuando
hay tiempo para dejar pasar las horas, paseando, recordando y compartiendo
emociones. Me gusta mucho.
(Belgravia un barrio de Londres escenario de muchas películas)
Belgravia (Movistar)
La referencia a Goethe me ha
hecho pensar en una serie inglesa que empieza en Waterloo (nada que ver con los
nuevos inquilinos de esa ciudad belga que, la verdad, demuestran tener muy
pocas afinidades electivas,) pero si mucho que ver con el romanticismo del
escritor alemán y sobre todo con el romanticismo de Jane Austen. Se trata de Belgravia, una serie encantadora y
elegante. Una advertencia antes de continuar. Si les gustó Downton Abbey, la disfrutarán mucho; si nos les gustó Downton Abbey no la vean. La referencia
no es gratuita porque Belgravia es
una creación de Julian Fellowes, que adapta su propia novela romántica en una
serie de seis capítulos utilizando una banda sonora que evoca Downton continuamente. La historia
arranca en Bruselas en 1815, la víspera de la decisiva batalla de Waterloo. En
un baile que reúne lo más granado de la nobleza y el ejército inglés en torno
al almirante Nelson, conocemos a Sophie y Edmund, una pareja de enamorados.
Ella es hija de un comerciante encargado de los suministros al ejército
británico; él es un noble que desgraciadamente morirá en la batalla que acabó
con Napoleón. La historia continua 26 años después, ahora en Londres, más
concretamente en el aristocrático y elegante barrio de Belgravia donde la
nobleza se aloja en las nuevas y ricas casas recién construidas. Aquí
encontramos a Anne Trenchard, madre de Sophie y a la condesa de Brockenhurst,
madre de Edmund, dos mujeres que cruzan sus vidas para descubrir que tienen un
pasado en común y un secreto compartido. Tercera en protagonismo es Lady María,
una joven libre e independiente que se rebela contra el destino que su rígida
madre y las más rígidas costumbres de la época le quieren imponer. Junto a
ellas, como en Dowton Abbey, la
servidumbre ocupa un lugar destacado. Pero en esta ocasión, los criados no son
ni tan fieles ni tan adorables como los de la familia Crawley. Tampoco los
caballeros son tan considerados, el personaje de John Bellasis es un buen ejemplo
de arribista sin escrúpulos y el entrañable James Trenchard, no oculta su
pasado plebeyo. Pero son las tres mujeres, las dos damas y la joven aspirante, las
que conducen esta serie ligera y espumosa como un buen champán, deliciosa como
un chocolate belga, cínica y crítica con una sociedad clasista incluso dentro
de sus clases, hipócrita y convencional, pero con un gran sentido del humor y
sobre todo una innata elegancia. Belgravia
es un caramelo janeausteniano que
se saborea de menos a más Si empiezas, no puedes dejarla.
EL RINCÓN DE LA RAREZA
Un blues para Teherán
Si hay una película que merece
ocupar este Rincón de las Rarezas recomendables es este documento musical de
Javier Tolentino llamado Un blues para
Teherán. A priori se puede pensar qué se le ha perdido a Tolentino crítico
de cine y conocido por su programa El
séptimo vicio, en el Irán de ahora mismo. Pero mientras la ves, comprendes
su fascinación y su amor por un paisaje que remite al mejor cine de Kiarostami,
una ciudad que es el escenario de Panahi o de Farhadi y una música que es el
símbolo de una revuelta no callada, pero si oculta. Tolentino busca en las
calles de la populosa y caótica Teherán, los músicos que desde el anonimato
mantienen viva la tradición persa de la belleza, la poesía y la armonía. Tres cosas
que los ayatolás detestan profundamente. Sus canciones son poemas dulces y
hermosos (nada que ver con el Rap urbano de las ciudades de Europa o América).
Aquí, ser un rebelde se expresa no con gritos, insultos y violencias. La
rebeldía en Irán es hacer algo hermoso e inútil, eso les molesta muchísimo a
los que controlan el país. Pero Tolentino sale también de la ciudad y tomando
las carreteras de Kiarostami nos lleva hasta los pueblos donde se mantiene la
música de siempre, la de los campos, la de la vida colectiva. Prácticamente
todos los músicos que aparecen son hombres, tan solo hay una mujer, doblemente
rebelde porque en el mundo musulmán las mujeres tienen prohibido cantar en público.
Como guía en este viaje a la música, el paisaje y el cine, Tolentino escoge a
un joven kurdo aspirante a director de cine. Erfan es divertido, inesperado,
vive con sus padres y un loro y sabe dónde encontrar a los músicos más
interesantes. Sin hacer un solo comentario político, ni una sola crítica al
régimen, el blues de Tolentino se convierte en un precioso instrumento de
desactivación de la (a)cultura oficial impuesta por el rígido Ministerio de
Orientación Islámica que controla con mano de hierro todos los niveles de la
creación. Todos, menos los que se escapan en las calles por las rendijas de la
música. El blues de Tolentino me ha recordado una película estupenda que ganó
la Concha de Oro en San Sebastián en el 2006 y que se puede ver en Filmin. Se
llama Media luna y está dirigida por
el director kurdo Bahman Ghobadi. Es un canto a la música tradicional kurda,
especialmente a la que cantan y conservan las mujeres obligadas a un exilio
voluntario en las montañas más inaccesibles del Kurdistán. Como complemento del
blues de Teherán este film maravilloso es un regalo.
Y el regalo de esta semana es
un cuadro extraño de Ramon que, no sé porque, me parece ideal para acompañar una
entrada de afinidades.
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