viernes, 2 de julio de 2021

AFINIDADES


(para mí el mejor retrato de Goethe)

“En un momento en el que se nos llama constante y duramente a ser coherentes y relacionar nuestras palabras con nuestros hechos, elijo ponerme del lado de la gentileza y la indulgencia en lugar de la acusación. Esta no es una posición ideológica, es mi temperamento, y debo admitir que me contradigo tan a menudo que no me atrevería a culpar a mis compañeros por ello. “No vamos, somos impulsados; como cosas que flotan... fluctuamos entre varias inclinaciones; no queremos nada libremente, nada, absolutamente nada, constantemente”, no quitaría ni una coma a estas palabras de Montaigne.” (Emmanuel Mouret)

“También hay un alegre escepticismo en Diderot al que soy muy sensible. Se trata de observar el mundo en su diversidad y amarlo cómo tal, y no intentar extraer ninguna conclusión o simplemente reducirlo a un sistema. A nivel cinematográfico, se trata de casar los deseos, sentimientos, opiniones y contradicciones de cada uno de los personajes, y hacerlos amables y hermosos.” (Emmanuel Mouret)

“Personas plenamente extrañas e indiferentes entre sí, si viven juntas durante algún tiempo, acaban por mostrarse recíprocamente su vida interna y tiene que producirse de este modo cierta intimidad.”(Las afinidades electivas, Goethe)

No, no se asusten. No estoy hablando del ilusorio idilio Sánchez/Aragonés que hemos podido vivir esta semana. No. Estoy hablando de una película tan francesa como Montaigne y Diderot, los dos escritores que su director Emmanuel Mouret evoca como inspiración, tan romántica como Las afinidades electivas de Goethe, a las que recuerda constantemente y tan veraniega y parlanchina como el mejor Rohmer. Estoy hablando de Las cosas que decimos, las cosas que hacemos, el mejor estreno de la semana. Todo pasa durante cuatro días en una casa al pie del Mont Ventoux, donde Daphné y Maxime se ven obligados a pasar juntos unos días mientras esperan la vuelta de François novio de ella y primo de él. En esos cuatro días deliciosamente tranquilos, la intimidad les lleva a hacerse confidencias, contar sus historias de amor. La de Maxime con Sandra y Gaspard; la de Daphné con François y Louise. Dos triángulos de vértices cambiantes y relaciones alternas que se cruzan se descruzan en función de esas afinidades electivas que son la base de una de las mejores novelas de Goethe. Todo esto, lo cuenta Mouret con placidez y serenidad, dejando espacio a lo imprevisible, no solo sin juzgar a nadie por su comportamiento, sino entendiéndolo, lo que justifica plenamente su referencia a Montaigne, –los seis protagonistas fluctúan y se dejan llevar por los sentimientos– y a Diderot, –porque lo hace de manera amble y hermosa–. Cosas que hacemos, cosas que decimos, es una película ideal para el verano, cuando hay tiempo para dejar pasar las horas, paseando, recordando y compartiendo emociones. Me gusta mucho.


(Belgravia un barrio de Londres escenario de muchas películas)

 

Belgravia (Movistar)

La referencia a Goethe me ha hecho pensar en una serie inglesa que empieza en Waterloo (nada que ver con los nuevos inquilinos de esa ciudad belga que, la verdad, demuestran tener muy pocas afinidades electivas,) pero si mucho que ver con el romanticismo del escritor alemán y sobre todo con el romanticismo de Jane Austen. Se trata de Belgravia, una serie encantadora y elegante. Una advertencia antes de continuar. Si les gustó Downton Abbey, la disfrutarán mucho; si nos les gustó Downton Abbey no la vean. La referencia no es gratuita porque Belgravia es una creación de Julian Fellowes, que adapta su propia novela romántica en una serie de seis capítulos utilizando una banda sonora que evoca Downton continuamente. La historia arranca en Bruselas en 1815, la víspera de la decisiva batalla de Waterloo. En un baile que reúne lo más granado de la nobleza y el ejército inglés en torno al almirante Nelson, conocemos a Sophie y Edmund, una pareja de enamorados. Ella es hija de un comerciante encargado de los suministros al ejército británico; él es un noble que desgraciadamente morirá en la batalla que acabó con Napoleón. La historia continua 26 años después, ahora en Londres, más concretamente en el aristocrático y elegante barrio de Belgravia donde la nobleza se aloja en las nuevas y ricas casas recién construidas. Aquí encontramos a Anne Trenchard, madre de Sophie y a la condesa de  Brockenhurst, madre de Edmund, dos mujeres que cruzan sus vidas para descubrir que tienen un pasado en común y un secreto compartido. Tercera en protagonismo es Lady María, una joven libre e independiente que se rebela contra el destino que su rígida madre y las más rígidas costumbres de la época le quieren imponer. Junto a ellas, como en Dowton Abbey, la servidumbre ocupa un lugar destacado. Pero en esta ocasión, los criados no son ni tan fieles ni tan adorables como los de la familia Crawley. Tampoco los caballeros son tan considerados, el personaje de John Bellasis es un buen ejemplo de arribista sin escrúpulos y el entrañable James Trenchard, no oculta su pasado plebeyo. Pero son las tres mujeres, las dos damas y la joven aspirante, las que conducen esta serie ligera y espumosa como un buen champán, deliciosa como un chocolate belga, cínica y crítica con una sociedad clasista incluso dentro de sus clases, hipócrita y convencional, pero con un gran sentido del humor y sobre todo una innata elegancia. Belgravia es un caramelo janeausteniano que se saborea de menos a más Si empiezas, no puedes dejarla.

 

EL RINCÓN DE LA RAREZA



Un blues para Teherán

Si hay una película que merece ocupar este Rincón de las Rarezas recomendables es este documento musical de Javier Tolentino llamado Un blues para Teherán. A priori se puede pensar qué se le ha perdido a Tolentino crítico de cine y conocido por su programa El séptimo vicio, en el Irán de ahora mismo. Pero mientras la ves, comprendes su fascinación y su amor por un paisaje que remite al mejor cine de Kiarostami, una ciudad que es el escenario de Panahi o de Farhadi y una música que es el símbolo de una revuelta no callada, pero si oculta. Tolentino busca en las calles de la populosa y caótica Teherán, los músicos que desde el anonimato mantienen viva la tradición persa de la belleza, la poesía y la armonía. Tres cosas que los ayatolás detestan profundamente. Sus canciones son poemas dulces y hermosos (nada que ver con el Rap urbano de las ciudades de Europa o América). Aquí, ser un rebelde se expresa no con gritos, insultos y violencias. La rebeldía en Irán es hacer algo hermoso e inútil, eso les molesta muchísimo a los que controlan el país. Pero Tolentino sale también de la ciudad y tomando las carreteras de Kiarostami nos lleva hasta los pueblos donde se mantiene la música de siempre, la de los campos, la de la vida colectiva. Prácticamente todos los músicos que aparecen son hombres, tan solo hay una mujer, doblemente rebelde porque en el mundo musulmán las mujeres tienen prohibido cantar en público. Como guía en este viaje a la música, el paisaje y el cine, Tolentino escoge a un joven kurdo aspirante a director de cine. Erfan es divertido, inesperado, vive con sus padres y un loro y sabe dónde encontrar a los músicos más interesantes. Sin hacer un solo comentario político, ni una sola crítica al régimen, el blues de Tolentino se convierte en un precioso instrumento de desactivación de la (a)cultura oficial impuesta por el rígido Ministerio de Orientación Islámica que controla con mano de hierro todos los niveles de la creación. Todos, menos los que se escapan en las calles por las rendijas de la música. El blues de Tolentino me ha recordado una película estupenda que ganó la Concha de Oro en San Sebastián en el 2006 y que se puede ver en Filmin. Se llama Media luna y está dirigida por el director kurdo Bahman Ghobadi. Es un canto a la música tradicional kurda, especialmente a la que cantan y conservan las mujeres obligadas a un exilio voluntario en las montañas más inaccesibles del Kurdistán. Como complemento del blues de Teherán este film maravilloso es un regalo.

 

Y el regalo de esta semana es un cuadro extraño de Ramon que, no sé porque, me parece ideal para acompañar una entrada de afinidades.



 

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