(Fred Basset ilustra
perfectamente la idea de “dejar pasar el tiempo” disfrutándolo)
Tenía muchas ganas de ver Tiempo, la nueva película de M. Night
Shyamalan. Así que fui a verla a un cine la tarde de su estreno, es decir el
viernes pasado. Había gente, no mucha, unas veinte personas en la sesión de las
cuatro. Me dispuse a disfrutar. Las ficciones que tienen el tiempo como
elemento de la narración me gustan mucho. El tiempo, lo rápido que pasa, lo mal
que lo usamos, la enorme facilidad que tenemos para perderlo y lo poco que
sabemos disfrutar de su transcurrir si hacer nada útil, solo dejándolo pasar,
son temas que me interesan. También los viajes en el tiempo, los universos
paralelos de tiempo y cualquier variación de la ciencia ficción que tenga el
tiempo como motor. Pues ahí estaba, en mi butaca en un cine refrigerado y… Y,
nada. Este tiempo de Shyamalan fue una enorme decepción. Me aburrí, que es lo
peor que te puede pasar con una película como ésta. (Uno se puede aburrir con
algunas películas que tienen el aburrimiento en su ADN, pero no con ésta). En
fin, no solo me aburrí. Hubo momento de vergüenza ajena, otros de pensar ¿Cómo
alguien como este director cae en estos errores? Algunos de mirar el reloj, el
tiempo pasaba muy despacio al contrario que en esa historia de tiempo
acelerado. No conseguí sentir empatía por ningún personaje, mientras iban
cayendo como moscas, uno, dos, tres, cuatro…. Todos muriendo por envejecimiento
o por estupidez. El mensaje es muy claro: el tiempo pasa muy deprisa, no lo
desperdicies. Pues bien, como decía una crítica de las que he leído estos días:
no lo pierdan yendo a ver Tiempo.
Ustedes mismos.
Si tienen tiempo, mejor
dedíquenlo a este festival que durante un mes, hasta el 26 de agosto, se puede
disfrutar en Filmin. Hay más de cincuenta películas disponibles, de todo tipo: documentales,
ficciones, cine político, cine de género (no podía faltar) historias de todos
los colores. Me resulta difícil recomendar una u otra. De hecho he visto cinco
y de ellas solo dos me parecen muy estimulantes: Bajo los cielos del Líbano de Chloé Mazlo, una curiosa comedia
romántica teñida de tragedia con toques de Wes Anderson ambientada en Beirut en
la incompresible guerra civil que sumió esa preciosa ciudad en un caos en los
años setenta. Es artificiosa de una manera naif, es divertida de una manera
inocente y es política en su denuncia de la irresponsabilidad de destruir un
equilibrio de convivencia con iras identitarias.
La otra es un documental se titula El
chico más bello del mundo, que no es otro que el Tadzio de Muerte en Venecia, es decir el actor
Björn Andrésen. Juguete roto durante buena parte de su vida, el adolescente descubierto
por Visconti es hoy un hombre de 65 años, con el pelo blanco y muy largo, una
barba entrecana y los mismos ojos grises que encandilaron al director. Lo que
empieza como una crónica de su descubrimiento, con imágenes inéditas del
casting de Tadzio y el rodaje de Muerte
en Venecia, va derivando poco a poco a una búsqueda personal sobre las
tragedias que jalonan su vida, empezando por la desaparición de su madre cuando
era tan solo un niño; la explotación de una abuela que quiso hacer de él una
estrella y la decadencia de un chico tímido que no soportó las presiones de ser
objeto del deseo de unos y otras. No es un gran documental, pero si hay un gran
personaje. Viéndolo me preguntaba si habría alguien capaz de hacer algo
parecido, o mejor, con Marisol, Pepa Flores, nuestra propia niña más bella del
mundo. Es un tema documento pendiente.
En fin, lo mejor que pueden
hacer, si pueden, tienen tiempo y quiere, es arriesgarse con las películas de
la Atlántida, empezar a verlas, y si no les gustan o no les interesan, no pierdan
ese tiempo tan valioso, déjenla de lado y empiecen con otra. Seguro que
encuentran alguna que si les permitirá decir: ¡Qué bien he aprovechado el
tiempo!
EL RINCÓN DE LAS SERIES
En la ciénaga Netflix
También tiene algo que ver con
el tiempo esta serie. Llegué a ella por casualidad: buscaba series criminales No
americanas No inglesas. Y así me salió esta serie polaca. No sabía nada de
ella. Empecé a verla con cierto escepticismo (no siempre los experimentos dan
buenos resultados) pero tengo que reconocer que me enganchó. En la ciénaga tiene dos temporadas. La primera pasa en 1984,
cuando el régimen comunista empieza a dar muestras de clara descomposición. La
segunda nos lleva a 1997, cuando Polonia ha entrado, se supone, en la vía de la
democratización. La acción se sitúa en una pequeña ciudad de provincias,
triste, miserable, mediocre. Los protagonistas son dos periodistas de un diario
local. El más veterano, quiere dejarlo todo para marcharse a Alemania, el más
joven, llega con una carga de energía. Ninguno de los dos son personajes
ejemplares, tienen sus claroscuros y sus grises. Pero los dos se empeñan en
resolver un crimen que las autoridades han dado por cerrado. La investigación
del crimen es la trama central de la serie de cinco episodios, pero no es la
única. Casi más importante o tan importante como resolver el asesinato de una
prostituta y un líder político, es el contexto represivo, moralmente corrupto
de una ciudad deprimida y en decadencia absoluta rodeada de un bosque que
encierra una vergüenza colectiva. La serie es auto conclusiva: el crimen se
resuelve no sin antes dejar por el camino algunos cadáveres no tanto reales,
como personales y profesionales. Por eso me sorprendió que hubiera una segunda
parte ambientada 13 años después. ¿Cómo iban a relacionarla con la de 1984?
Pues, lo hacen de una manera muy inteligente. Y además, la vinculan a la
vergüenza colectiva del bosque maldito en el que, primero los nazis y luego los
rusos, perpetraron atrocidades que nadie quiere recordar, pero que tienen
consecuencias tanto en 1984 como en 1997. Los dos periodistas vuelven a ser
protagonistas: el joven convertido en redactor jefe del periódico; el veterano,
mucho más presente en la historia de 1945 que le atormenta. A ellos se suman
dos personajes nuevos muy interesantes: una comisaria que viene de Varsovia arrastrando
un problema personal y un policía que intenta sobrevivir en ese mundo de
corrupción. La mediocridad y la miseria de los años 80 sigue con su mugre
física y moral, pero ahora bajo una capa de falso capitalismo de casas adosadas
y lavadoras. Las tramas se entrecruzan: la rotura de un dique provoca una gran
inundación y deja la ciudad convertida en un basurero, espejo del basurero que
es su sociedad; un niños de doce años aparece ahogado en lo que se supone es un
accidente, pero en realidad es un asesinato que la mujer policía se empeña en
investigar cueste lo que cueste; el misterio del bosque con sus crueldades da paso
a una realidad en la que nada ha cambiado aunque parezca que todo ha cambiado. En
esa ciudad olvidada siguen mandando los mismos que mandaban, solo que ahora son
más ricos y despreciables. En la ciénaga
no es una serie fácil. Su ritmo es pausado (no lento), hay poca acción y mucho
trasfondo. No hace falta conocer la historia de Polonia para entenderla,
simplemente recordar que hasta 1989 Polonia era comunista bajo el manto dominante
de la URSS y que en 1997 Polonia ya no era comunista pero sus traumas seguían
estando ahí. Hay que verla con atención para no perder los detalles que ayudan
a entenderla y hay que perdonarle algunos giros de guión relativamente forzados.
Precisamente por todo esto es una pequeña sorpresa entre las series de cine
negro. No se parece a las americanas ni a las inglesas y además nos muestra un
país, Polonia, que no parece haber evolucionado mucho en cuarenta años, o si me
apuran, en casi ochenta, si nos remontamos a 1945.
El regalo de esta semana es un paisaje para dejar pasar el tiempo
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