Buenos pues ya he pillado el bicho o mejor, me ha pillado el bicho. Tras dos años esquivándolo, al final se ha instalado en mi cabeza, mi garganta y mi cuerpo entero. No es muy grave, pero desde luego es muy pesado. Recuerdo que cuando leía La montaña mágica de Thomas Mann pensaba que una de las pocas cosas buenas de estar enfermo era no tener que hacer nada, poder leer, mirar el paisaje y dormitar. Pero no es verdad, cuando estás enfermo tienes ganas de tener ganas de hacer cosas, no tienes ganas de leer y el paisaje, ya sea el que se ve a través de las ventanas o el que se ve en las pantallas, no tiene suficiente atractivo para sacarte del espesor y la bruma. En medio de este estado semifebril (no mucho, no piensen que me he puesto a delirar) el recuerdo de la ultima película que vi antes de que me atacara el bicho no ha hecho más que crecer y crecer.
Memoria de Apichatpong Weerasethakul
Al cine del tailandés
Apichatpong Weerasethakul le sienta muy bien la enfermedad. Memoria es el título de su último trabajo.
Y memoria es lo que he estado rememorando estos días entre test y test, entre
paracetamol y paracetamol. Una memoria fértil, mágica, misteriosa, mística,
salvaje, acústica, interplanetaria. Memoria
es un film envolvente, hipnótico. El más accesible de un director críptico que
no siempre consigue romper la barrera de la comunicación con el público, Pero
esta vez sí. Utilizando la antena maravillosa que es Tilda Swinton, nos conecta
a través de ella con un sonido, BOM, BOM, BOM, que solo escucha ella (y
nosotros). Un sonido que viene de más allá de la realidad de este mundo, viene
del núcleo de la tierra, nace del círculo de la luz. Un sonido que viene de
otros mundos. Tilda/Jessica, hablando un castellano especial, es una botánica
de visita en Bogotá. Ella vive en Medellín, pero la extraña enfermedad de su
hermana la ha traído a la capital de Colombia. Y es allí, en la soledad
nocturna de casa de su hermana, donde oye por primera vez el BOM, BOM, BOM.
Obsesionada por saber que es y de donde viene, Jessica, la antena, conecta con
dos hombres que se llaman igual, Hernán. Uno es el cable tecnológico que la
ayuda a encontrar un sonido parecido en un ordenador; el otro es un cable
humano que la conecta con otros mundos a través de la muerte, a través del sueño
y las piedras que guardan los secretos más escondidos. Y todo esto en un
ambiente húmedo, de lluvias, de orquídeas, de plantas tropicales, de insomnios,
de perros vagabundos, de esqueletos de hace seis mil años. Memoria es un viaje sonoro (hay que verla en versión original y con
un buen sistema de sonido en el cine) Memoria
es un viaje al otro lado. La película me hizo pensar en las personas que tienen
acufenos, esa maldición terrible de oír ruidos permanentes, siseos, silbidos,
bom bomes, siempre, continuamente. Es insoportable para ellos, algo que los que
no tenemos acufenos no podemos ni llegar a imaginar. Memoria me hizo pensar en ellos porque de alguna manera intenta dar
una explicación nada lógica, muy mágica, muy misteriosa a esos ruidos que no se
saben de dónde vienen. BOM, BOM, BOM. Jessica/Tilda, la antena, se sumerge en
ellos y en las historias de las piedras que recuerdan, en los sueños que son
puentes al otro lado. Los espectadores que se dejen arrebatar por sus imágenes,
su cadencia, su ritmo, su humedad, que se sientan fascinados por el BOM, BOM,
BOM del latido de la tierra, podrán sentirlo como ella. Solo una cosa es
necesaria para conseguirlo: ser capaces de convertirnos en antenas hacia otras
maneras de ver, de escuchar, de sentir.
(Escribí este texto cuando el
bicho me dominaba. Hoy sábado, el bicho ha empezado a dejarme en paz y estoy
mucho mejor, pero sigo pensando que Memoria
es uno de los films más mágicos, reveladores, únicos que he visto desde hace
mucho tiempo).
El regalo de esta semana es
evidentemente una oreja misteriosa y fantástica, hermosa y laberíntica. Forma
parte de un cuaderno de dibujos de orejas, uno de los proyectos más originales
y personales de Ramon.
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