Esta semana se estrenan varias cosas interesantes. Algunas no las he visto, otras sí, pero no me apetece mucho hablar de ellas.
No he visto Avatar.
El sentido del agua, de James
Cameron, y me habría gustado. Soy muy fan de Avatar y sus seres azules. De hecho, inauguré este blog en el
lejano 19 de enero del 2010 con una entrada sobre Avatar. La copio porque me sigue gustando y porque confío que siga
sirviendo para esta segunda entrega: “Mientras veía Avatar, me venía constantemente a la cabeza este cuadro de Ramón
que tanto le gustaba a Joaquín Jordá. No sé por qué. Cuando volví a casa, lo
busqué y me di cuenta que la figura no se parece a los Na’vi, habitantes
fantásticos del planeta Pandora, pero tiene algo de su grandeza. Y sobre todo
tiene en común con la película de Cameron el fondo azul. ¡Como le gusta el
color azul y por extensión el agua a este director¡ Parece que cada diez años, tenga que volver a hacer una película “azul” y de
agua. En 1989 fue Abyss, para mí una de sus mejores historias, tan
claustrofóbica y al mismo tiempo tan abierta a otros mundos. Abyss tiene el color azul claro de los
ojos de Ed Harris y el azul rosado de la serpiente. La segunda fue Titanic en
1997; el mar de todos los azules; el agua en toda su grandeza como tercera
protagonista de una historia de amor eterna. La tercera es esta Avatar de
2009. Azul de la piel de los Na’vi; azul del agua donde se conservan los Avatar
antes de ser cuerpos que albergan almas de hombres y mujeres. Azul y verde. El
verde de los árboles, en especial del magnífico árbol/madre donde viven los
nativos invadidos por esos aliens tan hoscos, tan poco sutiles, tan elementales
en su falta de horizontes, tan terriblemente humanos. No quiero entrar a
valorar críticamente la película (se han escrito ríos sobre ella). Solo me
gustaría recomendarla a todos aquellos que tengan ganas de vivir una hermosa
aventura que de tan conocida y simple casi parece nueva en su sencillez.” Añado
ahora que Cameron sigue con su racha de hacer una película azul y de agua cada
diez años: Avatar. El sentido del agua.
No he visto El pequeño Nicolás, y me
habría gustado. Soy fan total de Jean-Jacques Sempé y René Goscinny y
sus preciosos dibujos de línea clara. Y sobre todo soy fan del pequeño Nicolás.
Estoy segura que este film en el que la criatura habla con sus creadores debe
ser una auténtica delicia.
Sí he visto El
techo amarillo, de Isabel Coixet, excelente documental con una mirada
personal sobre un tema de abusos del que se ha hablado mucho.
Sí he visto Aftersun,
de Charlotte Wells, delicada y tierna miniatura de amor, confianza y
respeto entre un padre muy joven y su hija de once años, recordada desde la
mujer adulta. Un film que puede hacer un díptico con Somewhere de Sofía Coppola en el que destaca la enorme capacidad de
la pequeña Frankie Corio para componer un personaje que entiende y sabe mucho
más de lo que parece.
Sí he visto Erase
una vez… de Alexandre Cirici Pellicer y José
Escobar, rareza histórica de dibujos animados, una versión muy
diferente de la Cenicienta realizada en 1950 y recuperada por la Filmoteca de
Catalunya. Lo mejor es la ambientación renacentista italiana de todo el film.
Sí he visto Eo,
de Jerzy Skolimovski. Un film experimental en todos los sentidos que el
veterano director polaco nos regala a sus 84 años. Entre Platero y Balthazar
(el burrito bressoniano), este Eo pequeño y gris mira el mundo que le rodea
desde la tristeza de verse separado de su compañera Magda por una absurda ley animalista
que prohíbe a los circos tener animales. A partir de ahí, Eo inicia un
recorrido por el mundo de los humanos, con encuentros y desencuentros de varios
tipos. Si Eo fuera solo esto, sería
una película maravillosa. Pero Eo es
una pesadilla. La música obsesiva que suena sin parar, los sueños de burritos
androides de Eo, las luces y deformaciones rojas y azules, acaban por producir
una auténtica sensación de terror, al menos a mí.
EL RINCÓN DE LAS SERIES
Para compensar tanta
intensidad en los estrenos, he visto esta serie de Movistar. No me gusta conducir es un titulo que
puede enganchar a mucha gente. A Pablo, un seco, arisco y desagradable Juan
Diego Botto, no le gusta conducir. Por eso ha llegado hasta los 40 años sin
carnet. Prepotente profesor de Universidad, frustrado novelista, siempre
enfadado, Pablo va a vivir en la autoescuela una situación para la que no está
preparado. Más que aprender a conducir, en los seis capítulos cortos que dura
esta serie de Borja Cobeaga, lo que Pablo aprenderá es a relacionarse con a la
gente de otra manera y a respetarse y respetar a los demás: sus alumnos, su profesor
de autoescuela, su ex mujer. Las tres mujeres que rodean a Pablo son sin duda
mucho mejores que él: Leonor Watling es Iria, su ex mujer, siempre dispuesta a
llevarle a cualquier parte; Lucía Caraballo es Yolanda, alumna de Pablo en la Universidad
y compañera de clase en la autoescuela; Marta Larralde es la colega de la
Universidad, la persona que le da la mejor lección de vida a Pablo. Junto a
ellos está el mejor personaje de la serie, David Lorente, Lorenzo el profesor
de la autoescuela, Ágil, sin tiempos muertos, con diálogos brillantes y un
sentido del humor muy soterrado, No me gusta
conducir es un respiro inteligente en medio de tanta serie que nos trata de
imbéciles.
El regalo de esta semana son
dos azules herrerianos dedicados a Avatar.
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