sábado, 3 de diciembre de 2022

INADAPTADOS




La emperatriz rebelde, de Marie Kreutzer

Sissi forma parte de mi educación sentimental infantil. Para una niña mexicana, en un país donde no hace frío, ni hay nieve, ni palacios, ni reinas, la joven, linda, triste y enamorada emperatriz de cuento que hacía Romy Schneider, era la encarnación de los cuentos de hadas maravillosos. Recuperé a Sissi muchos años más tarde en el Ludwig de Visconti, donde una Romy Schneider de una belleza madura y muy inteligente, aceptó meterse de nuevo en la piel de la emperatriz melancólica en un interesante experimento de personalidades: Romy era Sissi, pero Sissi era Romy. No volví a pensar en la emperatriz hasta que fui a Viena a trabajar. Allí descubrí varias cosas; Viena es una ciudad que huele a flores secas y un poco marchitas, los austríacos son muy raros, y Sissi es el símbolo por excelencia de la ciudad, su seña de identidad. Sissi está en todas partes. Con estos antecedentes me senté a ver Corsage, traducida aquí como La Emperatriz rebelde, título horrible que no le hace justica a una mujer que no era rebelde, sino inteligente, con una gran visión política, una cultura inmensa y muy adelantada a su tiempo en cuestiones de moralidad y de comportamiento. Elisabeth, Emperatriz de Austria, era amucho más inteligente, mucho más brillante y mucho más competente que su mediocre marido. Si no me gusta el título español, en cambio me gusta mucho el título original de la película de Marie Kreutzer, Corsage, Corsé. Reconozco que en castellano no suena tan bonito ni tan sonoro como en francés, quizás por eso le han cambiado el nombre, Pero yo la habría llamado simplemente La Emperatriz, sin adjetivos. Lo del corsé es una metáfora perfecta del problema de esta mujer libre; el corsé restrictivo y agobiante de la corte imperial, con todas sus mentiras, hipocresías, mediocridades; el corsé físico que cada mañana oprime su cuerpo hasta convertirlo en irrespirable. Sissi se ahogaba por fuera y por dentro. Vicky Krieps, una actriz capaz de meterse en múltiples pieles en distintos idiomas, le da a esta Elisabeth dos cosas que la sitúan a la altura de la Romy de Visconti: una belleza madura, etérea y al mismo tiempo tremendamente física, ver como somete su cuerpo a la tortura del corsé casi hace daño, y una inteligencia como mujer, como estadista, como persona frente a un emperador francamente mejorable. La ambientación es exquisita (Viena es tan Sissi que casi no hace falta decoración adicional). Pero la directora juega de una manera brillante con elementos anacrónicos que funcionan muy bien y con una banda sonora que conjuga el presente de la emperatriz con el presente de su representación en la pantalla. Corsage es una gran película que como efecto colateral me ha despertado las ganas de volver a ver la trilogía inaugural, desde la alegre jovencita bávara, hasta la callada y doblegada emperatriz de la última entrega. (Por cierto, hay dos series sobre la emperatriz, una en Disney y otra en Netflix. La de Disney no la conozco, la de Netflix es una decepción).

 


Suro, de Mikel Gurrea

Esta sorprendente opera prima, descubierta en el Festival de San Sebastián, se podría enmarcar dentro del neo-ruralismo del cine español más contemporáneo. Pero en realidad, es un poco diferente. El punto de vista en este caso no es el del campo, agricultor o ganadero, que ve su mundo destruido por el progreso industrial y urbano. Aquí, el punto de vista es el de ese supuesto progreso, dos urbanitas progres y supuestamente ecologista, que deciden trasladar al campo, concretamente a una masía y una finca de alcornoques en el Ampurdán, todos sus problemas, sus tics, su falsa ética. Ellos son la amenaza para el ecosistema; ellos son el mal, quizás necesario. Iván y Helena esperan su primer hijo, ella ha heredado una masía en el campo y ven en ello la oportunidad de cambiar sus vidas. Son arquitectos y emprenden con ilusión la reconstrucción de la casa y la explotación del corcho de los alcornoques de la finca. De una manera muy sutil, casi sin que se den cuenta, Helena va asumiendo el rol dominante, es la heredera y la dueña, mientras Iván intenta adaptarse al entorno trabajando en la recogida del corcho, el suro, del título. Los conflictos no tardan en aparecer, entre ellos en primer lugar, entre ellos y los trabajadores, entre ellos y la naturaleza. Gurrea va de uno a otro en un juego de espejos viendo como se transforman en lo que nunca pensaron que serían: explotadores. Sin embargo, lo mejor de este film no es su historia con ser, sin duda interesante. Lo mejor es como el director es capaz de transmitir con su mirada el progresivo proceso de endurecimiento de los dos personajes. Vemos como poco a poco se van mimetizando con ese corcho que arrancan dolorosamente de los árboles. Se van convirtiendo en corcho, en un suro, que no siente nada. La película ya sería importante simplemente por esto, pero Mikel Gurrea va un poco más allá y nos ofrece un tercer acto, muy corto, muy contundente donde el suro definitivamente los ha dominado por dentro y por fuera. En ese sentido, el último plano, es absolutamente revelador de lo que han acabado por ser estos dos seres. Y aquí hago una reflexión muy personal, si toda la película tiene un aire al Joaquín Jordá de Un cuerpo en el bosque, este último acto, y sobre todo este último plano, me hizo pensar en el cine del griego  Yorgos Lanthimos. Suro no está lejos de Canino aunque no lo parezca.

 


(Este conjunto de colores me sirve para ilustrar estas historias)

Historias para no contar, de Cesc Gay

La semana pasada no pude hablar de esta película y la recupero ahora. Lo primero es decir que es Cesc Gay en estado puro, La esencia de su cine y de su mundo está representada en estas deliciosas miniaturas sobre la condición humana pequeño burguesa, cobardica e hipócrita, pero entrañable en su ridiculeces. En realidad esta película podría llamarse Historias ridículas por su pequeñez, su mezquindad, su cercanía. Porque creo que cualquiera de nosotros puede reconocerse en una u otra; todos hemos hecho el ridículo alguna vez, todos hemos mentido tontamente hasta meternos en un lío. Cesc vuelve a recurrir al film de episodios, un terreno que domina y controla como nadie. Historias… es casi una micro serie, en película. Y lo es, porque a pesar de que las historias son distintas e independientes, están unidas por el espacio, el barrio del Born, la clase social, pequeña burguesía, y los conflictos de pareja, de amistad, de hacerse mayor, de envidias, de…vida en definitiva. Los actores están espléndidos. Todos, aunque unos me gusten más que otros (pero eso es personal). Hay un refrán en catalán que dice Al pot petit hi ha la bona confitura, supongo que existe algún refrán castellano equivalente, pero no me sale. En todo caso, Cesc ha reunido cinco pots petits, pequeños recipientes, llenos de bona confitura, repletos de buena mermelada. La mermelada de fresas, Darin, Castillo, Rey con el añadido imprescindible de un perro entrañable (¡cómo le gustan los perros a Cesc!) en Tengo ganas de verte; la mermelada de melocotón de León, De la Torre y Brendemühl, con el tropezón apetitoso de un guapo chico/a en Sandra; la mermelada de naranja amarga de Coronado y Alejandra Onieva, con un amigo indiscreto para amargarlo aún más en Me has hecho muy feliz estos meses; la mermelada de moras moradas de Verdú, Giménez, Navas que ya se bastan solas para llenar el pote en Los martes y los jueves, y la mermelada de ciruela de Gutiérrez, Echegui, que solo se puede comer acompañada del pan Brays Efe. Un suculento desayuno para empezar bien un día cualquiera, con una sonrisa entre cómplice y vergonzante. Una joyita muy apetecible para olvidarnos de un entorno cada vez as enrarecido. 

El regalo de esta semana es un paisaje de alcornoques, o no, pero en todo caso es un gran paisaje.



 

 

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