Esta
semana que vuelven los estrenos a los cines, he preferido centrarme en tres
películas que no son estreno, ni en cines ni en plataformas. Las tres son
descubrimientos de Ramon, especialista en bucear en los inframundos de la red. Bueno,
una no es de inframundo, pero las otras dos, sí.
La
noche del 12, Dóminik Moll. Filmin
Cine
negro francés. Buen cine negro francés. Estrenada en el Festival de Cannes, la
última película de Dóminik Moll cuenta la historia de una obsesión y un
fracaso. Se inspira en un caso real y tiene como protagonista a Yohan, capitán
de la policía judicial en la ciudad de Grenoble, que la noche del 12 de octubre
del 2016 se enfrenta a un violento y terrible asesinato. La joven Clara aparece
quemada tras ser rociada con gasolina por un desconocido. Yohan comienza la
investigación de un crimen de una violencia inesperada y gratuita sin saber que
nunca conseguirá resolverlo. Poco a poco, la muerte de Clara se irá apoderando
de él hasta convertirse en una auténtica pesadilla. El film no juega al
misterio, desde el primer minuto sabemos que es un crimen sin solución. Por eso
apuesta todo al puzle de los sospechosos, las coartadas, los móviles,
ofreciendo uno a uno posible seguros asesinos que como azucarillos en un café van
diluyendo su culpa hasta desaparecer para desespero de Yohan. La figura de
Clara se va dibujando en la mente del investigador con sus aristas y sus
matices, un retrato de múltiples caras. Yohan sabe que tiene al asesino ahí,
pero es incapaz de verlo. Lo mejor de la película es el tono frío, seco. Podría
ser chabroliano si hubiera un resquicio de humor, podría ser hitchcokiano si
fuera capaz de encontrar un falso culpable. Pero Moll se decanta por una mirada
más bressoniana, distanciada, sin emociones en una cotidianidad cercana y casi
mediocre. La vida personal de Yohan y su compañero Marceau se cruza en la
investigación y de alguna manera la altera y se altera. El film no es
desesperanzador. Yohan, interpretado por Bastien Bouillon, se encierra en un velódromo nocturno para correr
en bicicleta y conjurar su impotencia frente al crimen. Pero Moll le concede
una salida a la oscuridad permitiéndole respirar una bocanada de aire puro.
1960
Gabriele Salvatores, Netflix
Documental
antiguo, es del 2010, pero antiguo sobre todo porque habla de un lejanísimo año
1960.Han pasado más de sesenta años y lo que Salvatores nos cuenta se puede
enunciar como Había una vez… Acabo de
escribir documental, y la verdad es que no creo que este film sea un documental
ni mucho menos. Es una ficción absoluta, una historia entre autobiográfica e
inventada de un año en la vida de un niño del sur de Italia. ¿Por qué se vende
como documental? Muy sencillo, porque utiliza imágenes de archivo, imágenes
reales, imágenes colectivas que sirven para ilustrar, relatar, imaginar el
sueño de este niño y su hermano Rosario, emigrante napolitano en el lejano
Milán, como Rocco pero con los hermanos separados. Cuando empiezan a llegar las
cartas de Rosario, el niño comienza su sueño, su aventura. Y cuando la familia
decida ir a buscarlo al paraíso milanés, lo que comienza es un viaje que les llevará
a cruzar Italia entera. Y así transcurre el año 1960 en el que Italia se abría
a la modernidad, con Visconti y De Sica y Fellini como abanderados; con los
Fiat 500 invadiendo las calles; con los primeros bikinis en las playas; con el
boom económico. Todo en blanco y negro, todo en imágenes evocadoras que vistas
desde España y ahora mismo, se confunden sigilosamente con las propias. Porque
la España franquista de 1960 no era tan diferente de la Italia republicana;
porque la pobreza y la falta de horizontes que hizo que tantos andaluces
subieran a Barcelona, es la misma que llevaba a los sicilianos y napolitanos a irse
a Milán; porque el desarrollismo incipiente se parecía mucho en ambos países.
Este es un placer añadido a la visión de un film docu ficción que con la música
de Domenico Modugno pone banda sonora a los recuerdos de tantas gentes que
éramos pequeños entonces, como lo era Salvatores y su ficticio hermano Rosario.
L’etoile du Nord, Pierre Granier-Deferre, Netflix
Llevo
un par de mese sumergida en las novelas de Maigret y por extensión, en las
obras de George Simenon. En este tiempo he buscado y he visto muchas
adaptaciones al cine, la mayoría decepcionantes. Pero esta no. Esta la
descubrió Ramon y fue una sorpresa. Es una película francesa de 1982, nada
menos que de hace cuarenta años. La protagoniza Philippe Noiret y Simone
Signoret y aparece una jovencita rubia, Fanny Cottençon, que le robaría el
corazón a Vicente Aranda cuando la convirtió en Fanny Pelopaja. El film adapta muy libremente la novel Le locataire publicada en 1934. La
acción comienza en el exótico Egipto. En el barco que le lleva de Alejandría a
Marsella, Edouard Binet, es decir Philippe Noiret, conoce a la joven Sylvie, y
al rico hombre de negocios Nemrod Lobetoum. La fatalidad, el destino o
simplemente la estupidez, lleva a Edouard a matar a Nemrod a bordo del tren
Etoile du Nord. Sylvie se ve obligada a ayudarle y le ofrece refugio en casa de
su madre, una modesta pensión de barrio en Charleroi cerca de Bruselas, donde
Madame Baron, con el rostro hermoso y cansado de Simone Signoret, controla su
pequeño mundo. Es en esta casa, de la que rara vez sale, donde Edouard ejerce
toda su fascinación envolvente contando historias misteriosas de Egipto y su
amada, una famosa cantante. Lo importante no es como acabe esta aventura, lo
que hace del film algo especial, es el encanto entre ingenuo y seductor de
Noiret en plena química con el austero placer de Signoret que los une casi sin
darse cuenta. No sé si se llego a estrenar en España, en todo caso, yo no la
recuerdo. Tampoco conozco la novela que, creo, no se ha publicado en
castellano. Pero el film me ha encantado, con su aroma a aventuras exóticas y
el olor a coliflor que casi se siente en esa cocina en la que el inquilino y la
casera intercambian conversaciones.
EL
RINCÓN DE LA EMOCIÓN
La
tarde del 1 de enero vimos el Concierto de despedida de Joan Manuel Serrat el
23 de diciembre en el Palau Sant Jordi de Barcelona que retransmitió TV3 y se
puede recuperar en la web de la cadena. No sé qué nos llevó a querer verlo más
de una semana después de su emisión y tras leer ríos y ríos de tinta digital
sobre lo que había sido. Quizás la necesidad de celebrar que se había acabado
un año malo con un concierto de despedida que en ningún caso fue triste; o el
deseo de que el año que empieza esté lleno de esa luz y alegría que transmitía
Serrat. En todo caso, fue una elección feliz que nos reconcilió con el mundo y
nos llenó el alma de emoción viendo a alguien lúcido, brillante, emotivo, vital
e inteligente, despidiéndose de una etapa de su vida que ha durado casi sesenta
años.
Ya
desde el principio estaba claro que aquel no iba a ser un concierto como los
demás. Serrat saludaba al público con un elocuente. Bona nit senyores, senyors i… gent imparcial, que resumía en una
frase un pensamiento que en este 2022 se ha convertido en dogma. Hay señoras,
hay señores y hay… gente imparcial. Bien para empezar. A partir de ahí se
fueron sucediendo las canciones y, mientras las escuchaba y las disfrutaba, me
di cuenta de tres cosas. Una, que nunca le había concedido a Serrat la
importancia que se merecía como poeta, como cantante. Mal por mi parte, La
otra, que sus canciones eran auténticas historias en miniatura contadas y cantadas
desde la cercanía de lo cotidiano, y que en ellas se escondía un aliento
poético sin duda, pero también una manera de ver el mundo mucho más libre y
desprejuiciada de lo que estanos acostumbrados en estos tiempos de corrección
política. Y una tercera cosa me llamo la atención: eran canciones políticas,
entendiendo la política como la voz de la gente frente a la voz de los que mandan.
Pensaba como se sentirían los políticos que asistían al concierto ante esas
letras aparentemente banales. Fue una delicia ver ese desfile de canciones en
catalán y en castellano, sin complejos, sin miedos, demostrando que este país,
Catalunya, es un país abierto a los horizontes de ese Mediterráneo que es ya un
himno de todos. Canciones que evocaban momentos de mi vida, canciones que
provocaban recuerdos, canciones que desconocía por completo. Todas eran
preciosas, todas eran emocionantes. Y Serrat aguantó hasta el final, hasta
quedarse solo en el escenario con su guitarra y despedirse de ese espacio, no
de la música, porque por suerte no se despide de la creación, ni de la
escritura. Dejar los escenarios no quiere decir jubilarse. Gentes como Serrat
no se jubilan nunca.
Este
es el enlace del concierto de Serrat en TV3
https://www.ccma.cat/tv3/alacarta/programa/joan-manuel-serrat-el-vici-de-cantar/video/6194141/
Ramon, además de ser un gran
pintor es muy buen fotógrafo, sabe mirar el entorno y encontrar la imagen más
inesperada. Este año que empieza., alternaré el regalo semanal de cuadros y
dibujos con fotos suyas que me gustan mucho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario