Esta semana en la que todas
las miradas cinéfilas están dirigidas a Cannes, fijarse en los estrenos del
viernes es un poco descorazonador. Algunos films no los he visto, Almodóvar,
por ejemplo, otros están bien, Maestro(s)
y Matar cangrejos son
interesantes, también hay que no me gustan nada, El colibrí sobre todo. Pero hay un documental que me ha provocado
muchas sensaciones contradictorias. He aprovechado que había pocas pelis para
recuperar un libro muy bonito y destacar
una serie de esas que te dejan pensando.
(mis abuelos también vivieron
toda una vida juntos)
El
documental: Toda una vida de Marta
Romero
Toda
una vida/Me estaría contigo/No me importa en qué forma/Ni dónde, ni cómo/Pero
junto a ti
Toda
una vida/Te estaría mimando/Te estaría cuidando/Como cuido mi vida/Que la vivo
por ti
Este precioso bolero de
Antonio Machín es el que utiliza la documentalista Marta Romero para enmarcar
toda la vida de sus abuelos, Trini y Paco, a los que empezó a filmar en el 2010
y a los que siguió filmando hasta la muerte de la abuela Trini en el 2022.
Cuando empezó a rodar con ellos con la idea de que simplemente no se perdiera
su memoria, la memoria de su abuela estaba intacta, pero poco a poco, a lo
largo de los años, esa memoria fue desvaneciéndose, perdiéndose en la niebla de
la terrible enfermedad. Paco estaba a su lado, con ella, cuidándola y
queriéndola como en el bolero. Marta estaba ahí, testigo mudo y doliente de ese
deterioro imparable. Fue duro asistir a ese proceso, fue difícil aceptarlo.
Pero la directora encontró una coartada para seguir en la idea del amor. Lo que
filmaba en esas horas perdidas en la casa familiar de Benicarló, era una
historia de amor perdurable. Y era eso lo que ella quería que quedara en las
imágenes evitando caer tanto en el sentimentalismo, como en la condescendencia
y desde luego soslayando todo el lado más sórdido de ese espantoso proceso. Y
de repente: llegó la pandemia y lo cambió todo. Trini y Paco se vieron
obligados a separarse, Paco solo la podía ver a escondidas desde una ventana y
ella le sonreía, reconociéndole a pesar de sus brumas. Y el documental cambió y
pasó de ser la historia privada y triste de los abuelos de Marta, a ser un
testimonio imprescindible de los estragos que la pandemia del Covid, de la que
a veces siento que me olvido, hizo entre las personas mayores y más
vulnerables. Lo de los sentimientos o emociones contradictorias viene de que Toda una vida me hizo pensar en mis
propios abuelos maternos que también vivieron toda una vida juntos desde que se
casaron a los 19 años hasta que murieron a los 70. Tengo algunas fotos de
ellos, tengo fragmentos de películas de súper 8 donde se los ve juntos, pero no
tengo el recuerdo de haber vivido toda una vida con ellos. Y me habría gustado
vivirlos un poco más, disfrutarlos mejor. Ahora que yo tengo la edad de mi
abuela y llevo toda una vida viviendo con Ramon, ver este documental me ha
hecho añorarlos a ellos y agradecer lo que yo tengo.
El
libro: Oriente de Manuel Gutiérrez
Aragón
Soy muy mala lectora de
cuentos. Es un género que me cuesta aunque reconozco que es perfecto. Mejor una
historia corta y justa que una alargada artificialmente. Pero me cuesta. Por
eso tardé un poco en leer el libro de cuentos de Gutiérrez Aragón. Y cuando lo
hice, me alegré mucho de descubrir que hay cuentos que me gustan mucho. No
todos los del libro son iguales, pero sí que en todos encontré algo especial.
El director/escritor, permanentemente dividido entre sus dos amores, el cine y
la literatura, ha conseguido en sus libros ensamblarlos de una manera orgánica.
Pero es en estos cuentos donde creo que lo ha logrado de una manera más
hermosa. Oriente reúne ocho cuentos
publicados en distintos espacios que el autor ha revisado para darles una
unidad: el relato interno. El primero se llama El Matemático y es un recuerdo de infancia en una playa hermosa donde
ocurrió algo hace mucho tiempo que el narrador le cuenta a una amiga, sentado
en la arena, mirando el mar. El segundo, Opera
interrumpida, está escrito durante la pandemia y deja ver esa sensación de
claustrofobia, de encierro, de miedo y pesadilla que parce salido directamente
de las imágenes de Sonámbulos. Sesión de cine enlaza directamente con
su novela anterior, Rodaje.
Ambientado en un cine de barrio de los años cincuenta, el encierro y la
claustrofobia también están presentes, pero el espectador allí recluido, busca
escapar a través de un sueño que confunde lo soñado con lo proyectado. El que más
me gusta de todos se llama Sevilla en el
fondo del mar. El origen en este caso es claro, Malaventura y la melancolía de Manuel buscando a Rocío en la noche
sevillana. Pero no es solo eso, Sevilla
en el fondo del mar es el más fantástico de todos, el más irreal, con esas
nubes que llenan el cielo de la ciudad de peces de todos los tamaños. Es precioso.
El gran viaje es un cuento imposible.
No encuentro ningún referente para este gran viaje en el que Luis Mantecón se
ve metido casi sin darse cuenta. Un viaje ¿imaginado? ¿soñado?. No lo sabremos,
ni lo sabrá él cuando al final se encuentre con su novia delante del cine Paz. El Nestrovich es quizás el más extraño
de todos los cuentos extraños. No voy a desvelar que es un nestrovich (¿qué es
un nestrovich?), pero si intuyo en sus páginas la extrañeza del Oso que en Feroz vive y convive con un viejo profesor.
Kheler es una historia de cine y de
aventuras. Cuenta el rodaje de una película sobre Mahoma en un país árabe. No
está datado, pero me gusta imaginar que Manolo Gutiérrez Aragón pensaba en Agustín
Villaronga y su aventura saudí cuando lo escribió, aunque lo lleva un poco más
allá de la simple anécdota para convertirlo en una profunda historia de amor.
Por último Oriente, que da título al
libro, es un homenaje a sus orígenes cubanos, a su abuela que vivió una doble
historia de amor dividida entre un militar español y un disidente que luchaba
por la independencia de la isla. El amor se cuela entre los entresijos de un
conflicto político sin perder ni un solo sentimiento. Es muy bonito. Junto con
el de Sevilla, es el que más me gusta. Espero la próxima novela/imagen de
Manuel Gutiérrez Aragón o ya, soñar no cuesta, la próxima película/novela de
este narrador que me ha reconciliado con los cuentos.
La
serie: Manayek, Filmin
Hay pocas películas israelíes que se estrenen. Pero, por suerte, hay muchas series israelís que se pueden ver en las plataformas. Los israelitas hacen series negras muy buenas, Homeland era una adaptación de una de las más prestigiosas. En este sentido, quizás Manayek no sea de las mejores, pero es una de las más interesantes. Hay una cosa que siempre he admirado en el cine americano (y en la literatura americana) la gran capacidad de crítica que tienen respecto al sistema, el gobierno, la policía, la justicia… Es algo que siempre he envidiado en los americanos y que echo de menos en el cine y las series (y la literatura) europea. Pues bien, los israelitas también lo tienen. No me imagino una serie como esta en ningún país europeo. Manayek quiere decir algo así como Pasma o Maderos, es una forma despectiva de hablar de la policía. El principal protagonista es Izzi, un investigador del siempre detestado departamento de Asuntos Internos, envuelto en una oscura y siniestra trama de corrupción policial que abarca todos los estamentos del cuerpo hasta llegar a lo más alto. No hay en esta serie ningún personaje al que te puedas agarrar. Ni siquiera Izzi, que en una versión yanqui sería un atractivo hombre de cincuenta años y aquí es un desfondado policía de mediana edad. La investigación de esta trama ocupa los 10 desesperanzados capítulos de la primera temporada, (hay dos) que es la que yo he visto. Una trama que se llevará por delante todas las cosas que Izzi pensaba que eran para siempre, amistad, familia, trabajo, confianza. El ritmo es rápido, pero no trepidante como en una serie americana. Las situaciones se encadenan de manera lógica y me encuentro enganchada cada final de capítulo para saber quién mas está involucrado en esta enorme tela de araña de corrupción que sepulta bajo su capa la idea de que la policía israelí es la mejor del mundo.
Mi abuela adoraba las flores,
los tulipanes, tan escasos en México, le encantaban, por eso el regalo de esta
semana es una acuarela de tulipanes rojos.
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