Semana de mujeres fuertes en dos películas y una serie.
Mila, en Creatura, de Elena Martín
Mila es sin duda una mujer fuerte en su fragilidad, en su dolor, en su
represión, en su incapacidad para superar el bloqueo sexual que la tiene
atenazada. Mila es la creatura de Elena Martin, una mujer que son muchas
mujeres, porque el problema de Mila no es solo de ella. La sexualidad, como
vivirla, como aceptarla y como superar los tabúes y prejuicios que nos
acompañan desde que nacemos, es algo transversal. No es un tema de una clase
social o de un tipo de sociedad. Afecta a todos. Pero Elena ha escogido para
contar la historia de Mila, un entorno
muy reconocible: el de una familia de la burguesía catalana, clase media
acomodada, progresista, de izquierdas, liberal, pero tan incapaz como cualquier
otra de gestionar la sexualidad de su hija. Conocemos a Mila con 30 años,
recién instalada en una casa en el Ampurdán donde pasó los veranos de su
infancia y adolescencia. Mila vive con su pareja, Marcel. Vive, pero no consigue hacer el amor con él.
Porque Mila tiene una relación con el sexo difícil, compleja. Una relación que
se manifiesta físicamente en una alergia cutánea que la tiene desasosegada y emocionalmente
en una incapacidad de que su pareja entienda que es lo que necesita. Sin caer
nunca en lecturas freudianas, Creatura
indaga en los tres momentos en que la sexualidad es fundamental en el
crecimiento de una mujer: la infancia (y aquí Martín se arriesga mucho
mostrando a una niña de cinco años con deseos sexuales inocentes que provocan
la incomodidad de su padre); la adolescencia (y aquí trasgrede los clichés al
reconocer que no siempre una adolescente tiene ganas de que le metan mano) y
sobre todo la edad adulta, cuando afloran en Mila, a sus treinta años, todas las
represiones que ha ido acumulando. Creatura
es una película incómoda, pero muy valiente, en la que la propia Elena,
asumiendo el papel de Mila adulta, se arriesga emocionalmente y se expone
físicamente. Creatura es una de esas
películas que van creciendo dentro porque ahondan en sentimientos y
experiencias que muchas mujeres pueden reconocer. Le agradezco mucho a Elena
que con este tema, estas premisas y este planteamiento descarnado y sin
hipocresías, nunca caiga en la morbosidad ni en los tópicos. Sus personajes son
muy humanos, los dos hombres que aparecen son seres desubicados, inseguros
frente a un comportamiento que no entienden; la madre es un personaje
marginado, olvidado, incluso despreciado por Mila, hasta que reconoce que ella
también tuvo un papel y muy importante en su despertar sexual. Creatura me hizo pensar en Repulsión de Polanski, pero Elena
reconoce como influencia más directa el Titane
de Julia Ducornau. Creo que hay un poco de las dos y de muchas otras
influencias y lecturas que Elena Martín ha incorporado con coherencia y con
inteligencia. No es una película fácil, pero es una película necesaria.
Leila en El valle de la esperanza, de Carlos Chaine
La crítica que he escrito para Cinemania
empezaba así: “Los tres títulos de esta película libanesa nos ayudan a
entenderla. El original francés, La nuit
du verre d’eau, La noche del vaso de
agua, es una pista sobre la importancia de esa noche y ese vaso de agua; Mothers’Valley, el titulo internacional,
es una manera gráfica de situar la historia en ese valle en medio de las
montañas; El valle de las esperanza,
título castellano, en cambio nos remite no solo al valle donde sucede la
historia, también a la esperanza de un país, Líbano
en 1958, y una mujer Leila, que en ese verano cálido y tranquilo viven una
autentica revuelta que les llevará hacia el futuro.” Es en este contexto donde
Leila y sus hermanas se desenvuelven aparentemente felices, hasta que algo
viene a perturbar sus vidas: la revuelta de liberación colectiva que llega
desde Beirut; la revuelta de liberación de Leila que llega de la mano de un
francés y su madre, la estupenda Nathalie Baye. Porque mientras Líbano intenta
librarse del dominio colonial, es una mujer francesa la que le abre la puerta a
Leila para liberarse del dominio patriarcal. Si en Creatura Elena Martin comprendía a sus hombres, en El valle de la esperanza, Carlos Chahine
no tiene reparo en retratarlos en toda su crudeza, aridez y sobre todo poder.
Que el padre de Leila y sus hermanas sea un patriarca orgulloso y poderoso, es
comprensible; que el matrimonio de Leila sea una farsa con un marido impuesto
al que no quiere ni respeta, es lo que pasaba (y pasa) en los países árabes,
aunque la familia de Leila sea cristiana. Pero lo que ya es más difícil de
aceptar es el rol del hijo de Leila. La crítica acababa con estas palabras: “Lo
más doloroso en este film hermoso y lleno de luz, es el papel represor que ejerce
un niño de siete años, interpretado por Antoine Merheb Tarb, que ya desde
pequeño sabe que forma parte del grupo dominante”. El valle de la esperanza es una película tranquila, serena, quizás
porque su director es un hombre de 63 años que no tiene necesidad de cargar las
tintas contra nadie. Para cerrar el círculo diré que los tres títulos del film
sirven para acercarse a este cuento de verano y de despertar en un paisaje
idílico.
Molly y Vicka en El manipulador, serie sueca en Filmin
Molly Hartleb y Julia Lindstrom, son las dos mujeres que están detrás de
esta serie en la que otra Molly será la primera en atreverse a denunciar al
manipulador Tommy Lund. Inspirada en hechos reales, la serie cuenta el caso de
un profesor en una escuela de hípica en Heddesta que estuvo abusando de sus
alumnas y de sus propias hijas a lo largo de veinte años, sin que sirvieran de
nada las denuncias que se hicieron contra él. Manipulador y seductor, Tommy
consigue lo que quiere de todas las mujeres que le rodean con engaños o con
amenazas. Hasta que llega Molly y no lo aguanta. La estructura de la serie es
compleja. Empieza con Molly intentando huir, para a continuación sumergirnos en
el relato de otra mujer, Victoria, que desde el presente del 2016, recuerda cómo
era la vida en la maravillosa escuela de hípica que dirigían sus padres. El
tono es suave, sin estridencias, conocemos a Tommy poco a poco y vamos viendo
su lado Jekyll y su lado Hyde. El lado Jekyll es el que muestra al mundo, el
lado Hyde es el que reserva para sus víctimas. Pero lo terrible de lo que se
cuenta en esta serie no es el comportamiento de un ser despreciable, es la
manera cómo reaccionó la sociedad y la justicia ante la evidencia de sus
abusos. Y más terrible aun, es la manera como Lotta, su esposa, madre de Vicka
y supuesta amiga de Molly, se niega a ver lo evidente. El manipulador es perturbadora por esto, no por ser el retrato de
un hombre monstruoso. Lo auténticamente monstruoso es la sociedad que
culpabiliza a las victimas sistemáticamente. Todo enmarcado en un lugar
idílico, hermoso, con los caballos como convidados de piedra.
Un adiós. Manolo Pérez Estremera
A veces tengo la impresión de que la vida es un paseo por un paisaje en el que van despareciendo figuras. Es cierto que aparecen otras, pero nunca las sustituyen. Las que se van, se van definitivamente. Aunque queden en nuestra memoria. La última figura de mi paisaje que se ha ido es Manolo Pérez Estremera, “El Buda Feliz”, como le llamaban cariñosamente algunos de sus amigos. Buda, por su figura oronda, su tranquilidad, su capacidad de serenar el entorno con su sola presencia; feliz porque Manolo sabía disfrutar de la vida, de una buena comida, de una copa al atardecer, de una conversación relajada. En los muchos artículos que se han escrito estos días se reconocen todos sus valores como director en TVE, en el ICAA, en Canal Plus, en San Sebastián. Pero yo me quedo con el Manolo que conocí, mejor dicho que no conocía todavía. El Manolo director de Fila 7, el mejor programa de cine en televisión que ha habido nunca. El mejor en muchos sentidos, pero sobre todo por la libertad de creación que Manolo dejaba a sus redactores. En Fila 7 podías ver un reportaje de Álvaro del Amo centrado en un solo plano de un western olvidado; o un análisis exhaustivo de Toni Partearroyo, otra figura borrada de mi paisaje hace poco más de un año; o una crónica imaginativa de Manuel Vidal Estévez sobre un festival. Fila 7 empezó a emitirse en 1983 y se convirtió inmediatamente en una cita indispensable para cualquier cinéfilo o no cinéfilo. Cuando empecé a ir a festivales como crítica en 1984, los conocí a todos personalmente. A los redactores, a su productora, la estupenda Mercedes Juste, y a Manolo, el director. Con ellos compartí entrevistas conjuntas, cenas divertidas, sesiones memorables en Venecia, en Cannes, en Berlín. Manolo y yo seguimos nuestras vidas profesionales, pero nuestros caminos no se separaron mucho. Recuerdo un viaje a México, al festival de Guadalajara, donde estuvimos a punto de perderlo al ser retenido en el aeropuerto de Miami por ser un sospechosos peligroso debido a sus viajes a Cuba; en ese mismo viaje celebramos que no se lo habían quedado con alguna juerga memorable que no nos impedía acudir a las proyecciones, donde no siempre coincidíamos en nuestros gustos. Porque no era necesario estar de acuerdo con Manolo para disfrutar de una discusión de cine con él. Recuerdo lo mucho que le gustó el libro que hicimos Andrea Martini y yo sobre nuestros comunes amigos Arturo Ripstein y Paz Alicia Garciadiego. Recuerdo el papel conciliador y de encaje que tenía en las reuniones del comité de San Sebastián donde él participaba. Y recuerdo las estupendas fiestas de Canal Plus en Sanse, montadas por él. Hacía tiempo que no le veía, pero si sabía que estaba enfermo por amigos que me iban contando como estaba. Su muerte no me ha sorprendido, pero si me ha dejado otro espacio vacío en mi paisaje.
El regalo de esta semana es un viejo dibujo de Ramon, de los años setenta, que no sé porqué, me ha hecho pensar en Manolo.
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