Lo
de la tierra prometida es una
expresión que sirve para muchas cosas. Todos podemos tener una tierra prometida
que no necesariamente coincide con un espacio geográfico: puede ser el deseo de
llegar a ser algo distinto, o el de conseguir un espacio de libertad. La tierra
prometida es también una esperanza, una ilusión. Lo que no tenemos puede ser un
aliciente para conseguir tenerlo. Todo esto viene a cuento de una película
danesa que se acaba de estrenar y aunque parezca que no, también de una
película alemana que no parece tener nada de tierra ni de prometida.
La
tierra prometida, de Nikolaj Arcel
El
cine nórdico tiene una tradición de cine de emigrantes, así se llamaba la primera parte del díptico
de Jan Troell, Los emigrantes y La nueva tierra, rodados en los años
setenta y que curiosamente podrían ser una precuela de la serie 1883, pero eso es otro tema. El director
danés Nikolaj Arcel se suma a esa línea narrativa volviendo al siglo XVIII que
ya fue el escenario de Un asunto real,
del 2012, la que es su mejor película hasta esta, que para mí es aún mejor. En
aquel film la historia estaba centrada en la corte del estrafalario y errático
Christian VII. Ahora, Arcel vuelve al mismo reinado, pero desde otro punto de
vista: el de un soldado, bastardo de un noble, que pretende levantar una
colonia en la remota península de Jutlandia, empresa en la que han fracasado
todos los que lo han intentado. Pero el capitán Ludvig Kahlen, interpretado por
el siempre magnífico Madds Mikelsen, no es fácil de derrotar. Ni las intrigas
palaciegas, llenas de envidias y desprecio de clase, ni las brutales
arbitrariedades del desequilibrado señor feudal de la zona, conseguirán
disuadirle de convertir la seca y árida tierra de Jutlandia en un campo de cultivo
rentable. Ludvig Kahlen es la serenidad frente al caos, la civilización frente
a la barbarie. Se ha hablado en las críticas de John Ford por el uso de los
paisajes y los cielos, por el aire de western que tiene en algunos momentos.
Pero a mí me parece que este film
clásico tiene más que ver con Howard Hawks
en lo que sin duda es lo más interesante del guión escrito entre Nikolaj
Arcel y Andres Thomas Jensen: el papel relevante de tres mujeres en la aventura
de Ludwig. Una es una niña mulata, lo que hace de ella alguien demoníaco a los
ojos de los primitivos habitantes de la península; otra es una sirvienta que se
convierte en el principal apoyo de Ludwig; la tercera es una noble de la que se
enamora el capitán. Si las mujeres son
lo más interesante, lo mejor de la película es el ritmo de la narración, los
tempos del relato, los paisajes neblinosos de la plana Jutlandia y el rostro
impenetrable de Mikelsen que, en un milagro de la interpretación se dulcifica a
medida que se endurece.
Sala
de profesores, de Ilker Çatak
¿Hay
alguna tierra prometida en este film alemán ambientado íntegramente en un
colegio del que nunca se sale? Creo que sí, la tierra prometida de Carla Nowak,
la joven profesora de matemáticas y educación física, curiosa combinación de
materias, es precisamente esa escuela a la que llega llena de ilusiones y con
ganas de cambiar las cosas, de hacerlo bien. Carla aterriza en una sala de profesores cansados, mal pagados, hartos
de los alumnos, sin ganas de comprometerse. Aterriza en un aula donde los
adolescentes a los que tiene que enseñar no entienden sus métodos pedagógicos.
Pero sobre todo, aterriza en el colegio en medio de una crisis: hace tiempo que
se están produciendo una serie de robos entre los alumnos e incluso entre los
profesores. Con su ingenuidad y su inocencia, Carla intenta resolver el enigma
sin saber que desencadenará una tormenta de consecuencias imprevisibles para
ella. No cuento mas, vale la pena descubrir con ella como el racismo, la lucha
de clases, el desprecio, el absentismo, la desidia, la falta de solidaridad y
las rígidas normas de la sociedad corrompen esa tierra prometida para Carla. Un
colegio, una sala de profesores de la que el film nunca sale haciendo de ese
espacio una metáfora de lo que es nuestra sociedad. Buscar la verdad, intentar
cambiar las cosas, querer mejorar lo mejorable, es peligroso y ante ello, a
veces, solo cabe el grito. Como el grito que lanza Carla cuando ya no puede más.
Algunas
acuarelas de Ramon son preciosas tierras prometidas (y quizás conquistadas)
No hay comentarios:
Publicar un comentario