sábado, 3 de febrero de 2024

TIERRAS PROMETIDAS

 

Lo de la tierra prometida es una expresión que sirve para muchas cosas. Todos podemos tener una tierra prometida que no necesariamente coincide con un espacio geográfico: puede ser el deseo de llegar a ser algo distinto, o el de conseguir un espacio de libertad. La tierra prometida es también una esperanza, una ilusión. Lo que no tenemos puede ser un aliciente para conseguir tenerlo. Todo esto viene a cuento de una película danesa que se acaba de estrenar y aunque parezca que no, también de una película alemana que no parece tener nada de tierra ni de prometida.


La tierra prometida, de Nikolaj Arcel

El cine nórdico tiene una tradición de cine de emigrantes,  así se llamaba la primera parte del díptico de Jan Troell, Los emigrantes y La nueva tierra, rodados en los años setenta y que curiosamente podrían ser una precuela de la serie 1883, pero eso es otro tema. El director danés Nikolaj Arcel se suma a esa línea narrativa volviendo al siglo XVIII que ya fue el escenario de Un asunto real, del 2012, la que es su mejor película hasta esta, que para mí es aún mejor. En aquel film la historia estaba centrada en la corte del estrafalario y errático Christian VII. Ahora, Arcel vuelve al mismo reinado, pero desde otro punto de vista: el de un soldado, bastardo de un noble, que pretende levantar una colonia en la remota península de Jutlandia, empresa en la que han fracasado todos los que lo han intentado. Pero el capitán Ludvig Kahlen, interpretado por el siempre magnífico Madds Mikelsen, no es fácil de derrotar. Ni las intrigas palaciegas, llenas de envidias y desprecio de clase, ni las brutales arbitrariedades del desequilibrado señor feudal de la zona, conseguirán disuadirle de convertir la seca y árida tierra de Jutlandia en un campo de cultivo rentable. Ludvig Kahlen es la serenidad frente al caos, la civilización frente a la barbarie. Se ha hablado en las críticas de John Ford por el uso de los paisajes y los cielos, por el aire de western que tiene en algunos momentos. Pero  a mí me parece que este film clásico tiene más que ver con Howard Hawks  en lo que sin duda es lo más interesante del guión escrito entre Nikolaj Arcel y Andres Thomas Jensen: el papel relevante de tres mujeres en la aventura de Ludwig. Una es una niña mulata, lo que hace de ella alguien demoníaco a los ojos de los primitivos habitantes de la península; otra es una sirvienta que se convierte en el principal apoyo de Ludwig; la tercera es una noble de la que se enamora el capitán.  Si las mujeres son lo más interesante, lo mejor de la película es el ritmo de la narración, los tempos del relato, los paisajes neblinosos de la plana Jutlandia y el rostro impenetrable de Mikelsen que, en un milagro de la interpretación se dulcifica a medida que se endurece.

 


Sala de profesores, de Ilker Çatak

¿Hay alguna tierra prometida en este film alemán ambientado íntegramente en un colegio del que nunca se sale? Creo que sí, la tierra prometida de Carla Nowak, la joven profesora de matemáticas y educación física, curiosa combinación de materias, es precisamente esa escuela a la que llega llena de ilusiones y con ganas de cambiar las cosas, de hacerlo bien. Carla aterriza en una  sala de profesores cansados, mal pagados, hartos de los alumnos, sin ganas de comprometerse. Aterriza en un aula donde los adolescentes a los que tiene que enseñar no entienden sus métodos pedagógicos. Pero sobre todo, aterriza en el colegio en medio de una crisis: hace tiempo que se están produciendo una serie de robos entre los alumnos e incluso entre los profesores. Con su ingenuidad y su inocencia, Carla intenta resolver el enigma sin saber que desencadenará una tormenta de consecuencias imprevisibles para ella. No cuento mas, vale la pena descubrir con ella como el racismo, la lucha de clases, el desprecio, el absentismo, la desidia, la falta de solidaridad y las rígidas normas de la sociedad corrompen esa tierra prometida para Carla. Un colegio, una sala de profesores de la que el film nunca sale haciendo de ese espacio una metáfora de lo que es nuestra sociedad. Buscar la verdad, intentar cambiar las cosas, querer mejorar lo mejorable, es peligroso y ante ello, a veces, solo cabe el grito. Como el grito que lanza Carla cuando ya no puede más.

Algunas acuarelas de Ramon son preciosas tierras prometidas (y quizás conquistadas)



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