(A Borau le intersaba la pintura. Creo que este cuadro de Ramón, inspirado en un pueblo de su querido Aragón, le habría gustado mucho.)
Querido José Luis
Sabía que estabas enfermo, muy enfermo. Por eso tu muerte no
me ha sorprendido. Pero tengo que decirte algo. Para mí sigues estando ahí,
donde estabas siempre: lejos, pero cerca. El hecho de que hayas muerto no hará
que mi relación contigo cambie. Hacía tanto tiempo que no te veía en persona,
que eras ya, desde hace mucho, una presencia/ausencia permanente. La
muerte de alguien al que hace tiempo no ves, es siempre menos tangible, menos dolorosa. Desde la
última vez que coincidimos, creo que en Barcelona cuando eras presidente de la
Academia, has estado ahí. En mis clases he hablado de ti como alguien capaz de elevar la palabra a imagen y de hacer que las
imágenes fueran mucho mas que palabras. Un cuentista, un narrador. Alguien con
eso tan complicado que se llama “mundo propio”. Desde que tuve la suerte de
conocerte en persona durante el rodaje y la promoción de Tata mía, supe que no
eras como otros directores. Niño nadie y Leo lo confirmaron unos años después.
Sobre todo Leo, un film incomprendido y difícil en el que se reconocía tu compleja humanidad.
Querido Borau, seguiré hablando de ti, de tu cine, de tus
ojos azules, de tu sonrisa. Porque yo solo te encontré en momentos buenos:
disfrutando y sufriendo como actor en Malaventura;
apoyando la Academia de Cine en Catalunya; animando a los alumnos de la ESCAC a
no tener miedo de arriesgarse… Creo que en mis clases seguiré hablando de ti en
presente, leyendo los textos de tus libros, repasando las mejores secuencias de
tus películas. Lo seguiré haciendo porque no quiero sentir tu ausencia.
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