domingo, 24 de marzo de 2013

DE CHINOS Y RUSOS


Esta mañana he visto en el periódico de ayer (siempre leo el diario un día después, así no tengo sorpresas desagradables) una foto de la visita que el recién elegido presidente de China Xi Jinping  ha realizado a Vladimir Putin.  Viéndolos en ese recargado salón, no he podido evitar un escalofrío en mi espalda. Ahí están dos de los hombres más poderosos del mundo, saludándose sin verse, sin mirarse a los ojos, sabiendo cada uno de ellos que no puede fiarse de esa sonrisa hipócrita. Herederos directos del comunismo más feroz que llevó a sus países a la ruina moral, personal y económica durante décadas de férreas y absurdas dictaduras, ahora subidos a la cresta de la ola del capitalismo mas desvergonzado, el de las mafias, el del dinero sin alma y sin control, el zar y el emperador siguen combatiendo la idea de ese Occidente decadente y democrático que nunca aceptaron y nunca entendieron.
 Esa foto me ha dado la excusa para hablar de dos libros que he leído hace muy poco.  Historias de Pekín, de David Kidd y Una saga moscovita, de Vasili Aksiónov. Son dos textos muy distintos entre si, tan distintos como puede ser un ensayo poético de una novela río. Pero los dos son una prueba del mal que hicieron tanto el hermético Mao Tse Tung con sus terribles guardias rojos, como el tiránico Stalin y sus cobardes y malvados acólitos.


En Historias de Pekín, un joven americano, David Kidd, recuerda los años que van de 1946 a 1949 cuando vivió en la ciudad imperial. Especialmente el año 1949 cuando se casó con Aimée, cuarta hija de la rica familia Yu. Ese año fue el primero de la revolución y el último de una forma de vida basada en la tradición y el respeto a los antepasados que estaba condenada a desaparecer como desapareció el Palacio de Verano y los jardines que lo rodeaban bajo la orden de acabar con el mundo antiguo para construir el mundo nuevo. Es un texto lleno de olores a flores, con la delicadeza de las obras que pervivieron siglos y siglos a través de distintos avatares y que fueron destruidas por la intolerancia y la urgencia de la reeducación colectiva decretada por el Libro Rojo. David se marchó de Pekín en 1950 y no volvió hasta 1981. Entre medio, la Revolución Cultural de 1966  y la locura de los Guardias Rojos había borrado cualquier vestigio del viejo Pekín. Pero si ya entonces no existía nada que uniera el pasado con el presente, en la actual China dominada por grandes mafias descontroladas que no dudan en poner en peligro su propio país y por extensión el planeta, en aras de una voracidad económica nunca vista, aun es más difícil encontrar alguna huella de esa civilización milenaria. Este pequeño y delicioso texto me hace preguntarme porque es necesario destruir el pasado para construir el futuro, cuando sería mucho mas inteligente incorporar todo lo bueno y hermoso que había antes a la construcción de una vida futura mejor para todos. Pero parece que este e un deseo condenado a no cumplirse. Al menos en la China actual.



Una saga moscovita es otra cosa.  Es una apasionante novela río que empieza en 1925 y acaba en 1953. Los años que van del vacío dejado por la  muerte de Lenín a la muerte de Stalin. Los años del terror que llevó a la desaparición de millones de personas en los gulags siberianos o en los gulags personales y cotidianos en los que se encerraba la población presa del miedo “a ser el siguiente”. Centrada en la historia de la familia Gradov, una de las mas influyentes a partir de la Revolución del 1917, la saga moscovita recorre tres generaciones de rusos cercanos al poder que padecieron en sus mismas entrañas las incoherencias y abusos de un hombre que no tenía límites a su despotismo y arbitrariedades. Vasili Aksiónov es hijo de Eugenia Ginzburg, escritora y profesora revolucionaria arrestada en 1937 y deportada al valle de Kolima en Siberia. Esta detención forma parte de esta saga moscovita, pero también hay otras muchas historias que retratan medio siglo de vida rusa y europea. Lo mejor es que Aksiónov utiliza en su escritura la ironía y el humor soterrado que hace aún más crueles y dolorosos los hechos que describe. El prólogo de la edición castellana acaba con estas palabras: “Aksiónov ha logrado condensar la historia rusa del siglo XX, haciendo que la vivamos, la toquemos, y que suframos con sus actores, en una de las mas hermosas, mágicas y tristes novelas de la centuria”

Historias de Pekíín. David Kidd. Libros del Asteroide, 2005
Una saga moscovita. Vasili Alsiónov, La otra orilla, 2010

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