(Ramón Herreros, pintor. Hilari M. Pellicé, director, en la presentación del documental)
El miércoles 18 hicimos un pase de STUPOR MUNDI.
UNA APROXIMACIO A L’OBRA DE RAMON
HERREROS , en los Cines Girona de Barcelona. Fue una noche muy
emocionante. Era la primera vez que se veía el documental en una pantalla de
cine (la proyección en el Festival de Valladolid fue en una sala del Museo
Patio Herreriano) y la verdad es que verlo en una pantalla tan grande como la
de la Sala 1 de los Girona impresionaba. La calidad y la belleza de los cuadros
de Ramón ganaba con las dimensiones.
Vino mucha gente. Algunos conocían a Ramón y su obra; otros
conocían a Ramón, pero no su trabajo; y hubo también personas que no le
conocían, ni a él, ni su pintura. Amigos de amigos, compañeros del mundo del cine,
conocidos recientes que poco a poco se van acercando a su obra. Fue muy interesante escucharles a la salida o
leer los comentarios que nos han ido enviando tras la proyección.
Interesante por dos cosas. Una, que me parece la mas
importante, es la sorpresa que produce escuchar como se vive con los cuadros. “Se trata de un argumento que no está
legitimado, frente a los más elaborados de los sabios del arte”, me ha
escrito entre otras cosas un viejo amigo. Comprobar que los cuadros forman
parte de la vida, te ayudan a vivirla, te acompañan, es algo que no se podían
imaginar.
Y esto me lleva a la otra consideración. Darme cuenta
que para muchas personas el arte, la pintura, los artistas se sienten como algo
lejano, elitista, incomprensible, solo apto para entendidos que utilizan un
lenguaje críptico, que necesita traducción. Una sensación que te hace sentir
mal por no ser capaz de entenderlo o de disfrutarlo. En este documental, de
repente, se encontraron frente a una obra que, cargada como está de contenido
filosófico, de simbolismo, de profundidad y de belleza, no solo “se entendía”
sino que se “disfrutaba”.
Una amiga me dijo algo muy revelador al salir del
pase: “no nos han enseñado a mirar la pintura como algo cercano”. La culpa de
que esto suceda está muy repartida. La educación que por un lado academiza y
aburre en su rutinaria manera de enseñar el arte, cuando lo enseña, porque
últimamente ya ni eso, convirtiéndolo en objeto de museo, muerto. El mercado
del arte que vive de construir fenómenos incomprensibles ajenos a los deseos y
necesidades del público, expulsando a la gente normal de las galerías y los
museos de arte contemporáneo (una
persona que me conoce muy poco y que no sabe mi vinculación con un pintor me
dijo hace unos días que había ido al Gugenheim hace mucho tiempo y que había visto
una exposición por lo visto de alguien muy famoso. Había cuadros enormes
pintados solo de un color, se llamaban, Red, Blue. Se los miró y pensó que o
bien era una tomadura de pelo o bien ella debía ser una analfabeta artística.
Nunca mas volvió al museo). Esta especie de encumbramiento de la NADA, es lo que ha alejado el arte de la gente de la calle. No se trata de
rebajar planteamientos. La pintura de Ramon es compleja y tiene muchos
significados. Pero tiene antes que nada un valor de cercanía. Se disfruta, se
siente, se quiere. Como dice una de las personas que intervienen en el
documental. “hay un enamoramiento”.
Mas allá de su valor como “documento”, este film, realizado
sin ninguna ayuda institucional y sin ningún apoyo oficial, nos está sirviendo
para intentar acercar las obras a sus legítimos destinatarios: el público.
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