La historia es cíclica, la historia es implacable. Dos
películas españolas estrenadas esta semana nos lo recuerdan desde la libertad
de la puesta en escena de sus directores
1
Stella cadente, de
Lluis Miñarro, recupera la figura del rey Amadeo de Saboya y su fugaz reinado en 1870. Primer monarca
constitucional, elegido por un Parlamento, Amadeo I intentó modernizar el país
y acabó renunciando al no poder enfrentarse al mismo tiempo a carlistas,
aristócratas corruptos, el poder fáctico de la iglesia y un pueblo que normalmente
no soporta que le manden extranjeros con ideas “de fuera” (¿les suena la
combinación?). El resultado de su expulsión fue la proclamación de la I República , que
resultó tan fugaz y convulsa como el reinado del pobre rey italiano. Miñarro
nos cuenta su historia encerrándolo en un palacio (Castel del Monte en la Puglia Italiana
figurando ser la vieja
Castilla ) donde sus cortesanos se dedican a hacerle la vida
imposible y él se refugia en un hedonismo desenfrenado. Con la libertad que le
caracteriza como productor, Miñarro hace con Amadeo/Brendemühl una película
atípica: musical, pictórica, anacrónica, irreverente, alegre, desvergonzada
(son adjetivos que tomo de distintas críticas). Oliveira está detrás de su
oreja susurrando, pero también Apichatpong
Weerasethakul y su irreal mundo de fantasmas. Es un divertimento magnífico.
2
Hermosa juventud es
otra cosa. Rosales habla de ahora mismo (como Miñarro si me apuran) pero desde
otra perspectiva. Desde la desesperación de una generación sin
horizontes, sin futuro, sin salida. Una generación que ve como se les escurre
la vida sin encontrarle un rumbo o un sentido en una sociedad que los está
dejando de lado. No solo a ellos, desde luego. Aunque si es cierto que son
ellos los únicos que tienen la oportunidad de plantarle cara a la historia. Pero
¿cómo? Rosales no nos da respuesta a esta pregunta porque no creo que la haya. El director se
coloca en la posición del observador y desde este punto de vista casi
documental sigue a Carlos y Natalia durante unos años cruciales de su vida en
los que ella acaba por tomar una decisión mientras él está paralizado en su
miedo. La gran aportación de Rosales es la de retratar a estos novios de barrio
no como unos marginales, ni menos aun como unos rebeldes. Carlos y Natalia son
tan normales que los puedes encontrar en cualquier super presentando un
currículo o aceptando cualquier subtrabajo mal pagado. Tienen a su favor que
son guapos (¿quién dijo que ser de barrio y pobre quería decir ser feo?) y son
inocentes. Pero no tienen nada mas, ni siquiera la valentía de aceptar que
hacer porno les podría sacar del círculo infernal de precariedad en que viven.
Rosales hace con Hermosa juventud su
película mas cercana, mas empática. Sabe sacar partido a los espacios
desangelados del suburbio madrileño, utiliza los nuevos lenguajes para dar
saltos de tiempo, mantiene una distancia respetuosa con sus personajes y
provoca una reflexión sobre la sociedad que vivimos. El único pero que le
pondría es el hecho de que, por desgracia, los Carlos y Natalias del mundo no
irán a verla. Carlos y Natalia no van al cine porque no tienen dinero, y cuando
van, o se bajan cualquier film, escogen historias que les permitan evadirse de
la realidad, no buscan en ningún caso algo que les recuerde su propia y miserable
vida. Los viajes de Sullivan sigue
siendo un referente obligado.
Adenda. Escribí este texto ayer, sábado. Y hoy me he
despertado con una reflexión inesperada. De repente he pensado que la alusión a
Los Viajes de Sullivan, el magnífico film de Preston Sturges, no era una buena
referencia. Cuando Sturges dirige esta historia en 1941, el cine era la diversión mas popular entre los que no
tenían trabajo, las clases medias bajas y el proletariado. La gente se
refugiaba en el cine porque era muy barato, le servía para protegerse del frío,
y le permitía evadirse de una realidad agobiante durante un buen rato, a veces
hasta toda la tarde. La
denuncia de la realidad, el levantar acta de las injusticias sociales,
el ser la voz de la conciencia y la memoria de la historia, estaba reservado
para la literatura, el teatro, el arte y algunas películas muy especiales: John
Steinbeck, Tennessee Williams, Picasso, y quizás Las uvas de la ira de John Ford, por ejemplo. El cine era el reino
del musical, la comedia, el thriller, el melodrama y el western. Ahora no. Ahora el cine, por
desgracia, ha dejado de ser un espectáculo popular y ha pasado a ser parte de un
área de la cultura reservada. Ya no es la única diversión, ni la más barata, ni
permite encerrarse horas en una sala porque llueve. Ese espacio lo ha
colonizado la televisión primero y ahora mismo los videojuegos, el móvil,
Youtube y las descargas ilegales y legales de Internet. En este contexto, me he
dado cuenta que la película de Rosales, excelente como producto
cinematográfico, tiene todo el sentido.
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