Se han
estrenado esta semana dos películas sobre las que me gustaría llamar la
atención para que no se quedaran perdidas en el limbo de la cartelera. Se
trata de una española y otra islandesa. Una se llama ärtico y la otra De caballos y hombres. Pero, curiosamente,
el título helado corresponde al film español, mientras que los caballos, ¡tan
nuestros!, son el tema de la islandesa. ärtico,
asi con minúsculas y diéresis, está dirigida por Gabriel Velázquez; De caballos y hombres es de Benedikt Erlingsson. En las dos, la naturaleza es casi el protagonista
principal; en las dos, los personajes humanos son figuras en el paisaje. Las dos
son de esos films que vale la pena ver.
ärtico
A Gabriel Velázquez lo conocí hace años en un Festival de San Sebastián donde presentaba Amateurs. Entonces ya me llamó la atención el estilo frío y casi
sin diálogos de su historia. Peleé para que Iceberg,
su siguiente trabajo, estuviera en el Festival de Berlín en Generation.
Entonces no lo conseguí. Pero este año, por fin, Gabriel Velázquez ha logrado
que ärtico haya sido seleccionada en
esta prestigiosa sección juvenil donde, además, ha ganado un premio. Cuando
me enteré, felicité a Gabriel y le mandé
un mail del que reproduzco algunos párrafos.
“Veo
que sigues fiel a tu estilo narrativo, contar las cosas con las imágenes y
prácticamente sin diálogos. Y fijarte en personajes que se mueven en ese
terreno ambiguo entre la adolescencia y la obligación de asumir
responsabilidades.
De
todos modos ärtico me ha parecido mas dura que Iceberg.
Es como si fueras destilando la historia hasta dejarla en lo esencial, en una
línea pura sin adornos. Y eso
es lo más interesante de todo. Porque, mientras los personajes y lo que les pasa
es de una sordidez extrema, el espacio donde se desarrolla su historia es de
una belleza extraordinaria. Hacia tiempo que no veía paisajes tan bien
retratados, tan hermosos, pero sobre todo tan adecuados Porque la película se
crece en ese contraste entre lo feo de las historias y lo bello de los
espacios. Y cuando digo feo, quiero decir sin salida, sin horizonte, son seres abocados a la nada.
La luz,
el agua, los árboles, la propia cabaña de Debi y Jota, son espacios de una gran
belleza, encuadrados justo como se tienen que encuadrar: el árbol en el centro
de la imagen para que veamos a Debi huyendo; la pequeña figurita de ella pariendo
en una esquina del encuadre… Es un film muy especial. Espero que todo lo
que has conseguido con la trilogía salmantina y adolescente te de armas para
enfrentarte a una historia distinta pero con la misma capacidad evocadora de
tus imágenes.”
Gabriel me contestó y de su
respuesta entresaco este párrafo.
“Sí, es una
película fría, distante, buscando con la belleza el contrapunto de un entorno
social sucio y duro... Yo lo defino como un "bodegón de cine negro".
Esa era mi intención, situar una película del cine quinqui de los 80 en un
entorno poético, minimalista y frío, por eso se llama ärtico.”
(dibujo de Ramón de 1977 con un caballo tan insólito como los de la película)
De caballos y hombres
Sabía que este
film islandés había ganado el Premio Nuevos Realizadores del último Festival de
San Sebastián y había visto el cartel de la película en la programación del
Atlántida Film Festival. Ya entonces me pareció atractiva esa potente imagen de
un semental negro, montando una yegua blanca con el jinete impávido que parece
asistir al apareamiento de los animales como un convidado de piedra. Cuando vi
la película, descubrí que ese pobre jinete no es un convidado de piedra y que la
humillación de verse pillado en ese acto amoroso equino, va a ser uno de sus traumas.
También descubrí que esa no era la única imagen perturbadora de este singular
film donde los humanos son vistos a través de los ojos de los caballos y, quizás
por eso, muestran todas sus debilidades y
mezquindades. La imagen del caballo colgado de una plataforma de un
barco mientras las olas rompen a su lado, o la del caballo muerto en la
nieve, son impactantes y deslumbrantes. Tan extrañas como todo lo que sucede en
esa pequeña comunidad de vecinos que se espían unos a otros con binoculares mientras
son contemplados por los caballos que asisten indiferentes a un comportamiento
humano donde se mezcla a partes iguales humor y violencia. Una sorpresa que no
debería pasar desapercibida.
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