(Roberto Turigliato y Joaquín Jordá en Barcelona, junio, 2006)
Mañana 24 de junio, se cumplen diez años de la muerte de
Joaquín Jordá. El tiempo es una cosa terrible, nos persigue, y no nos deja
darnos cuenta de que pasa. Diez años ya desde que preparábamos juntos el libro
y la retrospectiva para el Festival de Turín; diez años en los que el mundo ha
cambiado, el cine ha cambiado y él seguramente habría cambiado. Porque Joaquín
cambiaba, se movía, renacía constantemente.
He vuelto a leer lo que escribí en el libro de Turín pocos días después de su muerte (si alguien
quiere leer el texto entero, lo cuelgo en el otro blog). Entre otras cosas
recordaba mi último encuentro con él, cuando le presenté a Roberto Turigliato,
director del festival italiano:
“Fue puntual y más que puntual. Llegó incluso antes de la
hora. Esa conversación bajo un sol de justicia un día de junio, iba a ser la
última que tenía con él. Roberto y Joaquín se entendieron muy bien. Hablaban el
mismo idioma (y no me refiero al italiano), Roberto escuchaba con atención las
cosas que Jordá le contaba de su etapa italiana, de su vida en Roma, de los
films que había hecho para el Partido Comunista Italiano, del proyecto de hacer
una película sobre la mujer de Toni Negri, de su último encuentro con el ex
brigadista en San Sebastián un par de años antes. Habló de sus proyectos y de
la ilusión que le hacía la retrospectiva de Turín. Al acercarse la hora de la
presentación del libro de Laia Manresa, le recordé que debíamos ir al Palau
Marc. Se sintió ligeramente desorientado al bajar a la calle, pero enseguida
aceptó la ayuda para llegar al lugar donde le esperaba una Laia nerviosa pero
feliz.
No había mucha gente en la sala, pero todos eran amigos.
Roc Villas los presentó, Laia leyó la introducción del libro y luego habló él.
Habló de Laia, de la gente que trabajaba con él, de sus chicas, de sus alumnos,
de su vida. Habló de su enfermedad con una entereza y una sencillez que
desarmaba; habló del ictus, del coma, del cáncer. Habló de cómo había cambiado
su vida para bien después de cada uno de estos “incidentes”. “Nunca habría
hecho las películas que he hecho si no hubiera tenido el infarto cerebral. Mi
idea, antes de eso, era retirarme a leer todo lo que me faltaba por leer y
releer todo lo que quería releer. Como me quedé sin esa posibilidad, busqué en
la imagen una ayuda y la imagen me llevó a hacer el cine que he hecho en estos
diez años”. Habló del cáncer no como un enemigo al que vencer, sino como algo
con lo que convivir, aprendiendo de él cada día. Habló del inmediato pasado y
el inmediato futuro. Acabar el film que tenía entre manos, comenzar el musical…
Fue impresionante. Entonces no me di cuenta, pero fue una despedida.”
(Joaquín en los años italianos)
Estos días he pensado mucho el él. Me acordé de Joaquín
viendo las tres entregas de Las 1001
noches de Miguel Gomes. Creo que ese cine le habría encantado. Hablar del
ahora y el aquí, a través de la fantasía, la imaginación y la libertad. Joaquín
sigue en la memoria de mucha gente. Lo
pude comprobar hace unos días cuando Luis E. Parés, mostró uno de sus cortos
italianos que se creía perdido y que él recordaba bajo el título. Il per
chè del dissenso: “ Parte de una “crónica de
sucesos”, la bomba que los fascistas italianos arrojaron en el lugar donde se
reunía una especie de Concilio paralelo de “curas rojos”. Acudí allí con la
cámara, filmé los restos de la bomba y algunas intervenciones, y convoqué en
otro lugar a los curas vascos asistentes para que hablaran de Euskadi. Supongo
que la copia se ha perdido.”
Ver esta pieza de arqueología fue muy interesante; oír su
voz juvenil, fue un shock para muchos; comprobar que su discurso seguía siendo
vigente, una constatación de que era una persona que estaba siempre atenta a
todo lo que pasa. También me sirvió para pensar que Jordá se habría reído mucho
de ese acto tan protocolario. Seguro que le habría dado la vuelta.
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