(San Sebastián se despierta mojado)
¿Cómo
se pueden hacer películas tan diferentes y sin embargo tan personales? No lo sé,
pero Alberto Rodríguez consigue cerrar
su trilogía sobre la España contemporánea con un film, El hombre de las mil caras, que es diferente y al mismo tiempo
igual a Grupo 7 y La isla mínima. ¿Por qué es igual?
Probablemente porque Rodríguez trabaja con la misma gente, -coguionista, director
de fotografía, músico, montador y productor-, desde hace muchas películas. Eso
hace que entre ellos haya una complicidad que se nota en la fluidez con que se
narra y se filma todo. Pero esta complicidad, que podía ser un problema por la
tentación de la repetición, hace que cada proyecto se desarrolle desde
planteamientos muy distintos y que por eso, Grupo
7 sea una película cegadora de luces de barrio, La isla mínima sea una película de brumas y marismas turbias y este
Hombre de mil caras sea una película cosmopolita de trajes y corbatas. Aunque
lo de cosmopolita habría que matizarlo. La acción pasa en distintas ciudades a
lo largo de un año, pero su cosmopolitismo es claramente de interiores, porque,
como corresponde a una historia de mentiras, engaños y disfraces, casi todo
sucede en espacios cerrados, en pisos cada vez más claustrofóbicos.
El
hombre de las mil caras es Francisco Paesa y lo que cuenta este thriller
político, rompecabezas de mil piezas que poco a poco encuentran su encaje, es
uno de los episodios más siniestros de la historia reciente de la democracia española:
la corrupción y el robo que el director general de la Guardia Civil Luis Roldán
perpetró a mediados de los años noventa, su escandalosa huida y su más
escandalosa detención en Laos. Lo interesante de este film es que si no sabes
nada de esa rocambolesca historia no importa, la disfrutas igual gracias a la
puesta en escena rápida, ágil, fluida, con cambios de escenarios en los que
nunca te pierdes gracias a la voz en off del piloto que conduce al espectador
por los vericuetos de la trama y el engaño. Desde luego si se recuerda el caso,
se puede disfrutar aún más reviviendo las mentiras y las estupideces que se
dijeron y cometieron en torno a ese caso. Hay un tercer hecho: constatar que,
como dice uno de los personajes, ahí empezó todo y ese todo es el principio de
la podredumbre del estado y la corrupción institucionalizada. Y eso nos lleva a
otra conclusión. ¡Que inocente era la corrupción en los años 90!, casi parece
de Tin Tin, comparada con los tiburones corruptos que han ido creciendo en los últimos
años.
Pero
El hombre de las mil caras no es solo
cine político, es cine de entretenimiento puro con un personaje tan mediocre y
tan oscuro, tan sibilino y cínico capaz de engañar a todo un país y acabar con
la carrera política de varios ministros, al que sin embargo acabamos queriendo gracias
a la interpretación de Eduard Fernández. Le queremos a él y a ese piloto que es
su sombra, su criado, su chofer, su amigo al que da vida Coronado con una
contención absoluta. Es muy curioso ver como se complementan estos dos personajes,
el guapo, elegante, conquistador sigue como un perro fiel al bajito, y completamente
anodino cerebro de la operación. No podemos dejarnos a Luis Roldan interpretad
por Carlos Santos, otro hombre vulgar que se creyó aquello de “si todos lo
hacen, porque yo no”.
Esta
no ha sido la única película española en esta jornada. También se ha podido ver
Vivir y otras ficciones, el nuevo
trabajo del inclasificable Jo Sol, director del Taxista ful cuyo personaje se recupera aquí en el papel del
cuidador de un escritor tetrapléjico. Antonio, el escritor, reivindica la
sexualidad para las personas con problemas físicos como el suyo y para eso
monta un servicio de asistencia sexual en su casa donde los disminuidos físicos
pueden tener relaciones sexuales satisfactorias. Pepe, el hombre que le ayuda y
le cuida, no ve con buenos ojos ese servicio y las discusiones entre los dos
son el centro ideológico de un film que contado así, parece algo tremendo y en
cambio es ligero y sencillo. No sé muy bien cuál debería ser el destino de un
producto como este, no lo veo en una sala de cine convencional programado en
horario de la merienda. Creo que si el cine está buscando nuevos caminos y este
experimento entre social y humano lo es, también debería buscar nuevas vías
para su exhibición. En todo caso, el festival es uno de los espacios a los que pertenece.
El
contraste entre estas dos películas me sirve para cerrar este segundo día de
festival con una conclusión. Hay que disfrutar con toda clase de propuestas.
(Si
me he extendido tanto con El hombre de
las mil caras es porque se estrena la semana que viene y quién quiera verla
tendrá oportunidad de hacerlo).
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