A
veces, cuando tienes muchas ganas de ver una película o leer un libro, la
realidad te decepciona. Las expectativas son tan grandes que te quedas un poco
mustio si no llega a lo que tú pensabas. Por eso, cuando la película o el
libro, no solo responden a las expectativas sino que incluso las superan, la sensación
es una de las mejores que se pueden sentir. Eso me ha pasado esta semana con
una película y este verano con un libro.
(En
cualquier calle de cualquier ciudad hay un bar donde se cuecen tardes para la
ira, pero también para el amor, la amistad, la charla, la compañía. Este es el
que hay en mi calle)
La
película es Tarde para la ira, de Raúl
Arévalo. Arévalo es un actor atípico, capaz de hacer de bueno y de malo, de feo
y de guapo, sin dejar nunca de ser él mismo. Forma parte de una generación que
está renovando el cine español, un grupo de gentes de cine que integran una
especie de “gran familia” en el que podemos encontrar a Daniel Sánchez Arévalo
(que le dio su primer papel importante), Alberto Rodríguez (que le consagró con
La isla mínima), Juan Cavestany o
Isaki Lacuesta (con los que ha compartido proyectos suicidas) o Antonio de la
Torre (compañero en muchas de las películas que ha hecho). De todos ellos ha
aprendido Arévalo, observando y sintiendo. De todos ellos ha sacado experiencias que le
han servido para enfrentarse a una primera película que no parece una ópera
prima.
Por
el contrario, hay en Tarde para la ira
un control de la narración, una seguridad en los tiempos, en la posición de la
cámara y en los movimientos que muchos veteranos no consiguen jamás. Pero si
eso ya sorprende, lo que es más interesante en este film es la puesta al día y
en clave contemporánea del universo del western. Empieza con un asalto muy
violento a una joyería (podía ser un banco en un film del oeste). Pasa después
a un bar (un saloon) donde encontramos
la típica fauna de bar de barrio. Con una excepción, el hombre callado, serio,
aislado de todos, un hombre que mira y escucha, un hombre que sin que lo
sepamos tiene un objetivo. Hay una chica que trabaja en el bar; hay un hombre
que sale de la cárcel; hay una venganza. Hay coches en lugar de caballos, hay
casas de pueblo en lugar de ranchos, hay violencia muy contenida.
Tarde para la
ira
es un western perfecto, impecable. Raúl Arévalo demuestra que no solo ha
aprendido de sus directores y amigos, también ha visto mucho cine. Cine
clásico, cine de sentimientos que no se muestran pero circulan por debajo de la
historia impulsando a los personajes hacia un final quizás esperado, pero nunca
previsible.
El
libro es la saga inmensa de Stephen King: La
torre oscura. Son siete libros, casi 5000 páginas, un viaje a un mundo
(muchos mundos) que me ha ayudado a escapar de este tediosos y caluroso verano.
King empezó a escribir la primera parte de La
torre oscura, La hierba del diablo,
en 1970. Tenía 23 años. La publicó en 1982 cuando ya era un escritor más o menos
conocido gracias a Carrie. King
construyó este mundo paralelo o mundos paralelos, a lo largo de 34 años. El volumen
séptimo de La torre oscura se publicó
el año 2004. Ramon, mi marido que fue el primero en interesarse por la
literatura de King y descubrir que era uno de los grandes escritores del siglo XX, compró los cuatro primeros
libros de la saga en el año 2006. Yo entonces no quise leerlos. Más tarde, leí
el primero y el segundo, pero aunque me gustó, el hecho de no tener los siete
volúmenes me echó para atrás. Este verano los he reunido todos y los he leído casi
sin respirar.
Es
imposible contar todo lo que sucede en este libro que es western (Clint
Eastwood, Sergio Leone, John Sturgess); es aventura medieval (el rey Arturo y
sus caballeros), es mundos fantásticos (Tolkien no está lejos), es melodrama
romántico, es historia de amistad i lealtades, es terror en estado puro, es
crónica contemporánea a su tiempo de gestación lo que la convierte en lección de
historia reciente. Roland Deschain, de Gilead, es el máximo protagonista, el guía,
el organizador, el que busca la Torre. Eddie Dean, de Nueva York, Jake
Chambers, de Nueva York, Susannah Dean, de Nueva York, son sus tres
acompañantes. Sin olvidarnos de Acho, el bilibrambo, uno de los mayores
hallazgos de la narración.
La
torre oscura está llena de ideas brillantes –como la raedura, un sonido que abre una brecha en el aire y produce un
sonido insoportable, o los arrunados,
niños a los que se les ha robado el alma–; de personajes apasionantes, Susan
Delgado, el padre Callahan… y descripciones inesperadas e insólitas de paisajes
y ciudades. Hay puertas entre los mundos, hay rosas rojas y negras, hay un Rey
Carmesí malvado y hay un escritor, el propio Stephen King, que forma parte de
la narración y se convierte en una de las claves para que el viajero/lector
llegue a la Torre y consiga salvar al mundo, a los mundos, que se han movido y
corren peligro de caer en la oscuridad. Pero sobre todo hay una historia que si
te engancha, no te deja respirar hasta que, desgraciadamente, se acaba.
(Tengo
que confesar que al leer este libro de libros he sentido una extraña sensación de
proximidad. En Solsticios, la primera
parte de mi novela La piedra negra, escrita
en 1981, ya hay un campo de rosas negras, puertas que comunican mundos y un
Nueva York que tiene en Central Park un escenario fundamental para la historia).
Gracias por la recomendación de la película de Arévalo, no me la perderé.
ResponderEliminarY llega también la nueva de Alberto Rodríguez, sobre el fascinante Paesa.
Buenas semanas para el Spanish cinema, parece.
"La torre oscura", tan extensa, me da algo de reparo, aunque tal como cuentas tiene una pinta fantástica. De Stephen King lo último que he leído es su novelón sobre el asesinato de Kennedy, entre otras cosas, que compone una original perspectiva sobre el tema del "time travel": "22/11/63".