miércoles, 21 de septiembre de 2016

SAN SEBASTIAN DIA 4


Este año, por primera vez en mi vida, he venido al festival de San Sebastián sin trabajo. Quiero decir, sin tener que escribir diariamente para un periódico, o ver las películas para una crónica en una  revista o hacer miles de entrevistas para distintos medios. Tampoco hacer ese otro trabajo de relaciones al que te obliga colaborar con algún festival como ha sido mi caso con Berlín tantos años. No, esta vez estoy aquí para ver cine, para ver amigos, para disfrutar. Y lo estoy haciendo. No es algo que tuviera claro antes de venir. Pensaba que me iba a sentir extraña sin tener un objetivo en medio de gentes que tienen tantos objetivos cada día  o casi cada hora. Pues no.
No soy exactamente público, eso es algo que muy difícilmente puedo sentir con todo el background que tengo detrás, pero si soy espectadora. Espectadora de las películas en primer lugar, pero también de la gran familia festivalera, periodistas, industria, gente que trabaja aquí, en distintos medios. Y me doy cuenta de lo mucho que me ha gustado formar parte de este mundo durante mas de treinta años. Pero me gusta mas aun darme cuenta de que estoy contenta de ver que ya no lo necesito para sentirme bien. Me llena de satisfacción comprobar el relevo generacional en todos los ámbitos, ver que muchas de las ideas que yo tenía cuando trabajaba aquí se han  ido haciendo realidad y que algunas de las semillas que planté en este festival son ahora hermosos árboles. Eso y sentir que a pesar de que han pasado diez años desde mi último festival como miembro del comité de dirección, aun hay mucha gente que me recuerda con cariño y se alegra de verme. Como yo me alegro de verlos a ellos.



Después de esta introducción casi de Querido diario, vamos a las películas.
Siguen las polémicas en el festival. La última, la película polaca Playground. Hay motivo para la discusión y para los contrastes. En las puntuaciones de los críticos hay quién le pone un 0 y hay quién le da un 9, con eso lo explico todo. Y yo ¿Qué pienso? Me lo preguntaba esta mañana mientras desayunaba en un bar y veía las noticias en la televisión. Hablaban de la India. Un adolescente apuñala a su profesora en la calle ante la indiferencia de los transeúntes que lo miran sin intervenir. Indiferencia. Esa es la palabra clave para entender este terrible film. No crueldad, no sadismo, no maldad. Indiferencia que es mucho peor. El director polaco se inspira en un caso real que conmovió Gran Bretaña hace unos años para contar con una enorme distancia una historia éticamente cuestionable, pero desgraciadamente cotidiana. Y para prueba la noticia de esta mañana. Está claro que la violencia con su sangre de guardarropía y sus moratones de maquillaje se acepta en el cine con mucha más tranquilidad que la violencia que no se ve pero se siente, se intuye. Bueno si se ve, pero de lejos, el espectador que está en la sala es como los transeúntes de la India. No quiere ver lo que le están enseñando, porque no quiere intervenir. Porque prefiere ser tan indiferente como lo son esos dos niños capaces de cuidar a un padre paralitico o a un bebé, pero incapaces de sentir ninguna empatía por nadie. La última secuencia de la película es un bisturí que abre las tripas sin anestesia. Un plano fijo sin diálogos, solo con los sonidos del bosque, del tren y los sollozos. La gente se iba de la sala a puñados. Tarantino se aguanta mucho mejor que Haneke. Y este polaco es aún más seco y distanciado que el austriaco. La distancia es la que va de las flores putrefactas vienesas a los cirios malolientes de una sociedad hipócrita como la polaca. Yo todavía no he decidido que puntuación le doy.

Para cambiar de tono he visto dos películas que me han gustado mucho. Las dos  están en Nuevos Directores. Una es española, la otra francesa. La española es María (y los demás) de Nely Reguera. La María del título es Bárbara Lennie en otro personaje inolvidable. Tan enfurruñada y enfadad con el mundo como si fuera Isabelle Huppert, Bárbara le da a esta María una dimensión humana que te llega al corazón. Cuando su padre anuncia que se va a casar con su enfermera, María se verá obligada a replantearse toda su vida. María saldrá fortalecida de ese momento de crisis contado con una ligereza de comedia familiar, un tanto caricaturesca, pero entrañable.

La francesa se titula Lumières d’étè, de Jean Gabriel Periot. Si no sabes nada de ella te puede desconcertar porque los primeros diez minutos son una larga entrevista en plano fijo a una superviviente del bombardeo de Hiroshima. Pero superada esta primera secuencia, el film sale a respirar y se convierte en un paseo tranquilo y feliz por la reconstruida ciudad de Hiroshima de la mano de una joven alegre que vive el pasado, mejor dicho vive en el pasado y observa como ese pasado terrible se ha convertido en un presente que no olvida, pero ya no se atormenta. Ozu y Koreeda están detrás, pero también Linklater y desde luego el cine francés de los años sesenta. Es una delicia y la prueba de que se puede y se debe repensar el pasado sin dejar de mirar el futuro.

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