sábado, 3 de diciembre de 2016

LA DONCELLA


( quiero pensar que este cuadro de Ramon le gustaría a Park Chan-wook)

Ayer fui al cine. No, no es una broma. Ayer fui a una sala de cine a ver una película un viernes a las siete de la tarde. Hacía mucho tiempo que no lo hacía. Me explico. Muchas veces he contado que los críticos vemos las películas en pases de prensa adelantados para poder  hablar de ellas en su estreno. Eso nos ha alejado de la experiencia de compartir una sesión de cine con el público normal. Bien, ayer lo hice. Y fue muy interesante. No sé si La doncella me habría gustado más vista entre mis colegas que vista con el público. Pero si se que el público la vivió de una manera muy diferente a como vivimos las películas los profesionales de la escritura de cine.
La sala estaba llena, y había un silencio absoluto. Nadie hablaba ni comía palomitas, ni una simple piruleta (nota para los exhibidores: yo pondría un expendedor de piruletas en el vestíbulo, o las regalaría a la salida a todos los  asistentes). Había silencio, pero no quietud. Una parte de los espectadores se removía en su asiento ante algunas de las escenas de la película; otros permanecían arrobados ante su belleza. Todos, yo incluida, fascinados por el cuento. Y por las imágenes.
La doncella de Park Chan-wook podría llamarse La gran estafa coreana, pero en realidad lo que me recuerda y es probable que sea por su origen literario, es el Tom Jones de Henry Fielding, publicado en 1749 y llevado al cine en 1963 por Tony Richardson. La doncella tiene el humor y la ironía de la picaresca inglesa; comparte con Fielding el erotismo y la sensualidad; los giros en la historia que van descubriendo que quizás nadie es lo que parece ser. Y sobre todo, el valor evocador de la palabra. Las palabras de las narraciones del Marqués Sade, especialmente Justine y los infortunios de la virtud y la Historia de Juliette o las prosperidades del vicio, pero también de las palabras que se dicen. O las acciones. Porque en una película tan llena de sexo explícito y hermoso, la secuencia que provoca mas es la de la limadura de un diente. En todo caso es donde más se movía el público.
La doncella es, además un cuento gótico, un film de terror, una película de amor y un film inesperado en su belleza: belleza de los cuerpos, belleza de los árboles, belleza de los objetos. Uno de los mejores títulos del año. Sin duda.



(una vieja foto, estos días encuentro muchas, de la Costa da Morte en 1978)
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No sé muy bien donde se puede ver esta película. Una de tantas que se estrenan estos días para poder entrar en la competición de las nominaciones a los Goya y que a menudo se pierden entre la vorágine de la semana. Estoy hablando de Sicixia, de Ignacio Vilar, un nuevo ejemplo de la cinematografía gallega que intenta abrirse camino mas allá de sus fronteras naturales. Y de fronteras habla este interesante trabajo. Frontera entre el documental y la ficción,  frontera entre la ciudad y el campo, frontera entre el hombre y la mujer. Con la excusa de un técnico de sonido encargado de recoger los murmullos de la naturaleza y el susurro de las voces de la Costa da Morte, Vilar nos acerca a las formas de vida más ancestrales que aún perviven en una Galicia que se mueve ella misma en la frontera entre la modernidad y la tradición. Pero no es solo eso. El hombre urbanita se siente fascinado por la naturaleza, por el mar y su fuerza, las montañas y su poder, las cuevas y sus misterios, el rio y sus ondinas. De todos ellos extrae el sonido que va poco a poco componiendo la banda sonora del film. Y en ese viaje le acompaña una mujer que le sirve de guía, no solo en los caminos del mar y la montaña, sino en el de sus propios sentimientos. Me gusta mucho esta película, me provoca (y esa es una de sus funciones, me imagino) muchas ganas de volver a Galicia. Búsquenla en la cartelera o en las plataformas. O simplemente imagínenla si no la encuentran.

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