(
quiero pensar que este cuadro de Ramon le gustaría a Park Chan-wook)
Ayer
fui al cine. No, no es una broma. Ayer fui a una sala de cine a ver una
película un viernes a las siete de la tarde. Hacía mucho tiempo que no lo
hacía. Me explico. Muchas veces he contado que los críticos vemos las películas
en pases de prensa adelantados para poder
hablar de ellas en su estreno. Eso nos ha alejado de la experiencia de
compartir una sesión de cine con el público normal. Bien, ayer lo hice. Y fue
muy interesante. No sé si La doncella
me habría gustado más vista entre mis colegas que vista con el público. Pero si
se que el público la vivió de una manera muy diferente a como vivimos las
películas los profesionales de la escritura de cine.
La
sala estaba llena, y había un silencio absoluto. Nadie hablaba ni comía
palomitas, ni una simple piruleta (nota para los exhibidores: yo pondría un expendedor
de piruletas en el vestíbulo, o las regalaría a la salida a todos los asistentes). Había silencio, pero no quietud.
Una parte de los espectadores se removía en su asiento ante algunas de las
escenas de la película; otros permanecían arrobados ante su belleza. Todos, yo incluida,
fascinados por el cuento. Y por las imágenes.
La doncella de Park Chan-wook
podría llamarse La gran estafa coreana,
pero en realidad lo que me recuerda y es probable que sea por su origen
literario, es el Tom Jones de Henry
Fielding, publicado en 1749 y llevado al cine en 1963 por Tony Richardson. La doncella tiene el humor y la ironía de
la picaresca inglesa; comparte con Fielding el erotismo y la sensualidad; los
giros en la historia que van descubriendo que quizás nadie es lo que parece ser.
Y sobre todo, el valor evocador de la palabra. Las palabras de las narraciones
del Marqués Sade, especialmente Justine y
los infortunios de la virtud y la Historia
de Juliette o las prosperidades del vicio, pero también de las palabras que
se dicen. O las acciones. Porque en una película tan llena de sexo explícito y
hermoso, la secuencia que provoca mas es la de la limadura de un diente. En
todo caso es donde más se movía el público.
La doncella es, además un cuento
gótico, un film de terror, una película de amor y un film inesperado en su
belleza: belleza de los cuerpos, belleza de los árboles, belleza de los
objetos. Uno de los mejores títulos del año. Sin duda.
(una
vieja foto, estos días encuentro muchas, de la Costa da Morte en 1978)
2
No
sé muy bien donde se puede ver esta película. Una de tantas que se estrenan
estos días para poder entrar en la competición de las nominaciones a los Goya y
que a menudo se pierden entre la vorágine de la semana. Estoy hablando de Sicixia, de Ignacio Vilar, un nuevo
ejemplo de la cinematografía gallega que intenta abrirse camino mas allá de sus
fronteras naturales. Y de fronteras habla este interesante trabajo. Frontera
entre el documental y la ficción, frontera
entre la ciudad y el campo, frontera entre el hombre y la mujer. Con la excusa
de un técnico de sonido encargado de recoger los murmullos de la naturaleza y
el susurro de las voces de la Costa da Morte, Vilar nos acerca a las formas de
vida más ancestrales que aún perviven en una Galicia que se mueve ella misma en
la frontera entre la modernidad y la tradición. Pero no es solo eso. El hombre
urbanita se siente fascinado por la naturaleza, por el mar y su fuerza, las
montañas y su poder, las cuevas y sus misterios, el rio y sus ondinas. De todos
ellos extrae el sonido que va poco a poco componiendo la banda sonora del film.
Y en ese viaje le acompaña una mujer que le sirve de guía, no solo en los
caminos del mar y la montaña, sino en el de sus propios sentimientos. Me gusta
mucho esta película, me provoca (y esa es una de sus funciones, me imagino)
muchas ganas de volver a Galicia. Búsquenla en la cartelera o en las
plataformas. O simplemente imagínenla si no la encuentran.
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