(la foto está sacada de los periódicos, Putin Gran Hermano)
La
película La muerte de Stalin que se
estrena esta semana y que ha provocado las iras del todo poderoso zar de las
rusias putinescas hasta el punto de prohibirla y acusarla de difamación y de
sembrar el odio con una conspiración contra el neoimperio putiviético, me sirve
de ejemplo para hablar de otros estalinismos de pacotilla, tan siniestros y
ridículos como el del padrecito Stalin, (aunque, de momento, con consecuencias
menos trágicas), que se siguen practicando impunemente en nuestra ciudad (ya no
hablo del país).
¿Por
qué lo digo? Porque me ha indignado la retirada de la estatua de Antonio López
de la plaza que ya no lleva su nombre. Y me ha indignado porque es un
comportamiento plenamente estalinista: borrar de la memoria colectiva lo que al que manda no le gusta o no le sirve, es decir, modificar la historia para adecuarla a su relato ideológico. Vamos Stalin y Franco no lo habrían hecho mejor. El
ayuntamiento, que ya ha cometido tonterías parecidas, como la de cambiar el
nombre de la Plaza Llucmajor ¡una
población mallorquina! por el de la República¡¡¡ se ha cubierto de gloria
mandando al oscurantismo de un almacén la estatua de un hombre que está en el
origen de una de las mayores riquezas culturales y turísticas de nuestro país:
la obra de Gaudí. Y lo ha hecho sin preocuparse de estudiar el qué, el cuándo o
el por qué, simplemente porque le convenía hacerlo, porque se lo debía a su
parroquia.
Ah
y la película. Es divertida, mordaz, cruel, un poco chabacana pero muy
aleccionadora de lo que pasa en los pasillos del poder, esos que no se ven y
apenas se intuyen desde la calle.
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