sábado, 30 de octubre de 2021

CUATRO BUENOS ESTRENOS


Seguimos con la racha de buenos estrenos –demasiados, quizás– pero no nos vamos a quejar después de la sequia que la pandemia nos ha obligado a vivir. Y menos nos podemos quejar si los estrenos son como los de esta semana: una película francesa preciosa, una película americana potente, una película inglesa como las de antes y una serie española inclasificable. Perfecto.



Petite maman, de Céline Sciamma

Pocas veces una película te llega directa al corazón, sin pasar por la cabeza. Cuando eso sucede, se siente algo muy especial, difícil de explicar. Es lo que me pasó con la última película de Céline Sciamma, Petite maman. No quiero contar mucho de este hermoso y único film para no estropear el placer de descubrirlo uno mismo, por eso intentaré verbalizar mis sentimientos sin desvelar la historia. Petite maman es una película de fantasmas, pero fantasmas buenos y cercanos; Petite maman es una película de la huella del tiempo; Petite maman es un canto al hilo que nos une con nuestro pasado y nos proyecta a nuestro futuro. ¡Uf que difícil! A ver si lo digo de una vez: esta película sencilla, pero muy cuidada en todos los detalles, corta, solo dura una hora y quince minutos, hermosa en sus colores otoñales y en los contrastes de rojos y azules, maravillosa en sus protagonistas, las dos niñas Nelly y Marion, pone en imágenes un deseo que he tenido muchas veces y que incluso he llegado a describir en algún cuento. ¿Cómo sería encontrarte con…? No cuento mas, no quiero. Seguramente las criticas y las informaciones sobre Petite maman destriparan su argumento, pero yo no. Una única pista, Petite maman empieza en una residencia de gente mayor donde Nelly se despide de los ancianos porque su abuela ha muerto y no volverá allí. La historia sigue en la casa de su abuela y en el bosque donde encuentra a Marion… Este pequeño gran film me ha llegado al corazón, como una flecha, directamente.

 



El último duelo, de Ridley Scott

Que Ridley Scott sabe hacer cine histórico ya lo sabíamos. Pero lo interesante de esta grandiosa película es como cuenta una historia muy intimista y con solo tres personajes, tejiendo los puntos de vista de cada uno de ellos de manera que una anécdota que se puede contar en una frase, se desborde hasta abarcar dos horas y media sin cansar en ningún momento. El último duelo está basado en hechos y figuras históricas. El 29 de diciembre de 1386, bajo el reinado de Carlos VI de Francia, tuvo lugar en París el último juicio por combate resuelto en el último duelo de honor o juicio de Dios que enfrentó al caballero Jean de Carrouges con el escudero Jacques Le Gris, acusado de haber violado a Marguerite deThibouville, esposa de Carrouges. En esos tiempos la violación no era un delito y el adulterio de la mujer se pagaba con la hoguera. Por eso Carrouges acusó a Le Gris de un delito contra su propiedad, Marguerite, poniéndose en peligro a sí mismo y a ella si resultaba vencido en el combate. La historia empieza en los preparativos del duelo, cuando no sabemos nada de los contendientes, antes de adentrarse en el relato de la amistad de Carrouges y Le Gris, el matrimonio de Jean con Marguerite, la violación y el duelo entre ambos ante el rey y toda la corte. Partiendo del libro The Last Duel: A True Story of Trial de Combat in Medieval France de Eric Jager, el guión escrito por Matt Damon y Ben Affleck describe lo que pasa primero desde el punto de vista de Jean de Carrouges, secamente interpretado por Matt Damon, después, desde el punto de vista de Jacques Le Gris, encarnado en un atractivo pero turbio Adam Driver y finalmente desde el punto de vista de Marguerite, una misteriosa y hermosa Jodie Comer. Las variaciones entre un punto de vista y otro son muy pequeñas, sutiles, casi no se aprecian, pero sin que el espectador sea consciente, poco a poco van reconstruyendo la verdad de la historia de uno de los raros casos de violación que en la Edad Media llegaron a los tribunales y que tuvo como consecuencia la celebración del último duelo. Scott no escatima escenas de sangrientas batallas, la Edad Media no era precisamente un baile de salón. Tampoco en el duelo final nos ahorra violencia entre los contendientes. Pero esa violencia, casi coreográfica, es el contrapunto perfecto a la violencia de las relaciones y sentimientos entre estos tres personajes. Tan solo apuntar la presencia y también la importancia de un personaje secundario, seguramente el más malvado de todos, el Conde Pierre d'Alençon interpretado por un irreconocible Ben Affleck, Y como guinda de este pastel medieval, los castillos franceses de una belleza asombrosa y la inteligente utilización de los recursos digitales en una recreación del Paris del 1386, con Notre Dame en plena construcción. Si les gustan las películas históricas, la disfrutaran mucho, Pero si no son fans de este género, también pueden encontrar muchos alicientes en un film, que se puede considerar el primer film histórico de los tiempos del Me Too. Sin ser el mejor Scott, El último duelo nos regala algunos momentos espectaculares.

 


El espía inglés, de Dominic Cooke

John le Carré sigue vivo. Aunque ésta no sea una adaptación de ninguna novela del mejor escritor de la guerra fría, el guión original de Tom O'Connor, es un claro homenaje al creador de Smiley. Estoy segura que le Carré conocía la historia de Greville Wynne y que se inspiró en ella para algunos de sus personajes, en especial el Barley de La casa Rusia. Porque El espía inglés está basada en hechos y personajes reales (como el duelo de Scott). En este caso el ingeniero inglés Greville Wynne con el rostro de Benedict Cumberbatch, que jugó un importante papel como espía al servicio del M16 en los primeros años sesenta, en especial durante la crisis de los misiles de Cuba. Utilizando su cobertura como vendedor de productos industriales, Wynne viajaba regularmente a Rusia, circunstancia que aprovecharon los servicios secretos para convertirlo en correo, así se llama la película en ingles The Courier,  de la información crucial que Kennedy necesitaba para desafiar a Kruschev e identificar donde estaban los misiles nucleares que se estaban instalando en Cuba y que le proporcionaba Oleg Penkovsky, un disidente soviético disconforme con la deriva militarista que su país estaba tomando en el mundo. Lo mejor de esta película clásica en todos los sentidos dirigida por Dominic Cooke, es devolvernos un cine que ya no se hace. Hasta tal punto es sugerente su poder evocador que yo la recuerdo en blanco y negro, como si mi propia percepción se hubiera superpuesto a la realidad del film, para asimilarla al mejor cine de espías de los años sesenta. Wynne y Penkovsky surgen del frio y nos recuerdan que aunque los tiempos han cambiado y ahora los espías son cibernéticos, el mal sigue existiendo y no podemos descuidarnos.

 

EL RINCÓN DE LAS SERIES

 


Doctor Portuondo de Carlo Padial

Carlo Padial es un director de cine inclasificable, mejor dicho es un hombre inclasificable. Su nombre está asociado a la corriente de Cine Low Cost donde destacó con dos películas únicas Mi loco Erasmus y Taller Capuchoc y un artilugio visual inesperado, Algo muy gordo. Pero su trabajo abarca más terrenos, entre otros el de la escritura. En el año 2017 publicó una hilarante novela autoanálitica mas que autobiográfica, en la que narraba sus vivencias en las sesiones de psicoanálisis que mantuvo durante cinco años con el extravagante Doctor Portuondo, un cubano freudiano acostumbrado a gritar a sus pacientes o ponerse a bailar en cualquier momento. Un sabio desquiciado que fuma en pipa y le gusta tenderse en el diván. Ahora Padial ha decidió transformar ese libro en una serie, la primera que produce Filmin. Seis capítulos de 30 minutos, siguen al alter ego de Padial, interpretados por Nacho Sánchez, una especia de doble del propio director no solo psicoanalíticamente, también físicamente, en sus visitas al imprevisible y arrollador Doctor Portundo es decir Jorge Perrugorria. El resultado es un producto que provoca la risa tanto como la congela al ver a ese grupo de pacientes incapacitados emocionalmente para vivir, pero a los que no puedes menos que entender. Alternando la desgraciada vida personal del protagonista obseso del queso, con las sesiones en el diván y las terapias colectivas, la serie se convierte en un retrato de nuestro tiempo con todas sus rarezas y miserias. Se suele definir a Padial como el Woody Allen español, barcelonés para ser exactos. Pero yo no creo que lo sea. Que se coloque a sí mismo en primera persona, que recurra al psicoanálisis para explicar sus neurosis, que sea un personaje atormentado por sus fantasmas mas hilarantes, no son elementos suficientes para decir que es el Woody Allen local. Creo que lo que hace Padial es más interesante. Capaz de crear situaciones incómodas ante las que no sabes cómo reaccionar, esta serie no te deja indiferente, la puedes odiar o la puedes disfrutar, pero seguro que las sesiones en el diván de este estrambótico doctor no se olvidan fácilmente.

 

El regalo de esta semana es un bosque donde Nelly y Marion pueden construir una cabaña.

 


 

 

 

 

 

 

 

 

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