“Solo
aquello que yo quiero conservar tiene derecho a ser conservado para los demás.”
(Stefan Zweig. El mundo de ayer)
Esta
frase del final del prefacio del libro autobiográfico de Stefan Zweig me sirve
como introducción a la entrada de hoy donde tres películas estrenadas esta
semana responden justamente a esa idea: El
mundo de ayer, del francés Diastème, Alcarrás,
de la catalana Carla Simón y Downton
Abbey, Una nueva era del inglés Simon Curtis.
Alcarràs, de Carla Simón
Empiezo
por la más cercana a nosotros. Alcarràs,
segunda película de Carla Simón. Cuando escribí de Verano del 93 dije algo muy parecido a la frase de Zweig: “Hablar
de uno mismo, de tus propias experiencias, contarlas para los demás, es
una tentación que no siempre se resuelve bien. Puedes escribirlo o filmarlo
para ti, pero si quieres que esa memoria sea compartida, tienes que utilizar
bien el lenguaje, ya sea la escritura, ya sea el cine. Y Carla Simón lo hace
muy bien. No sé qué hará Carla Simón en su segunda película, pero espero que no
pierda esta capacidad de captar la luz del sol en medio de una borrasca de
emociones.”. Pues bien, Carla ha hecho una segunda película donde el sol sigue
brillando en medio de la tormenta de las emociones. La directora ha vuelto a
mirar lo más cercano, su familia, su memoria, para contar una historia
universal: el fin de una era, el final de una manera de entender la tierra, el
campo, la familia. Alcarràs, como Las uvas de la ira de John Ford (más que
de Steinbeck), es el retrato de cómo desparece un mundo para alumbrar otro que
no sabemos si será malo o bueno, no es eso lo que importa, pero seguro que será
distinto. Lo que importa es el ritmo de las horas entre los árboles de
melocotón, lo que importa son las comidas familiares, lo que importa son los
instantes compartidos en un empeño colectivo. El gran acierto de Carla es haber
conseguido que sus no actores se metan en la piel de una familia para la que
ella ha escrito una historia que dibuja, desde el abuelo hasta los niños, figuras
en un paisaje de árboles, sol, nubes… A mí me habría gustado que acabará un
plano antes del último. Pero luego, cuando pienso en la película, me digo que
quién soy yo para opinar sobre lo que ella ha “escogido” contar. Lo que ella ha
querido conservar. Y me contesto que Carla ha hecho una película luminosa en su
nostalgia, con aroma de frutal y aires de final de un tiempo. Un ayer que está
desapareciendo mientras se alumbra un mañana que aun no ha nacido. Alcarràs es un viaje a un mundo, el
mundo de ayer.
El mundo de ayer, Diastème
Esta
película que toma el título del libro de Stefan Zweig, es otra cosa. Es un film,
político cien por cien. Creo que estaba previsto estrenarse la semana pasada,
pero la coincidencia con la segunda vuelta de las elecciones en Francia desaconsejó
sacarla en vísperas de tan decisiva votación. Porque El mundo de ayer se centra en los tres días anteriores a las
elecciones presidenciales en Francia, donde la presidenta que está a punto de
dejar el cargo se enfrenta al reto de un escándalo de corrupción que afecta al
candidato de su partido y por tanto al peligro más que real de que triunfe el
candidato de la extrema derecha que le pisa los talones. Mientras en el ala
oeste del Eliseo se cruzan conspiraciones y arreglos, miedos, y peligros, ella,
magnifica Léa Drucker, se enfrenta a una delicada situación personal, un
atentado terrible y la amenaza posible de una involución política de
consecuencias imprevisibles. Real como la vida misma salvando las distancias.
Un film político, ambiguo y con un final abierto que nos deja con la duda: ¿Y
si….?
Downton Abbey: Una nueva era, de Simon Curtis
Este
sí que es un mundo de ayer, tan lejano como el de los cuentos de hadas. La
tercera entrega de la serie creada por Julian Fellowes ha llegado a su final.
Supongo, aunque no deseo. Porque yo soy fiel seguidora de esta familia de
nobles ingleses a los que conocimos en 1912 (en el 2010 de nuestra era) y a los
que hemos seguido hasta 1929 (en el 2022
de nuestra era). En esos 17 años de ficción la familia Crawley ha pasado
de ser un ejemplo de tradición ancestral victoriana a ser una familia que asume
que el mundo ya no es lo que era. Es un mundo de ayer en toda regla. Se ha
acusado a Fellowes y Curtis de estirar el producto como un chicle. Yo no estoy
de acuerdo. En esta tercera entrega los conflictos se han dulcificado, las
lealtades se han consolidado y la curiosa y entrañable familia que integran los
señores y los servidores, ha logrado una estabilidad a las puertas de una
década que acabará por volver a ponerlos a prueba: los años 30. Pero eso ya se
verá si hay cuarta y quinta entrega. De momento estamos con ellos compartiendo
el paso del cine mudo al sonoro mientras se cierran historias que acaban bien y
quién sabe, se abren otras nuevas. Reconozco y lo digo sin miedo, si no eres
fan de la casa de Yorkshire, no la veas. Pero si lo eres o quieres serlo,
disfrutarás mucho con la inocencia de estos personajes a los que la Historia ya
arrolló una vez y seguramente volverá a arrollar en la próxima década. La nueva
era de Downton Abbey es en realidad el mundo de ayer que evocaba Stefan Zweig
en su magnífica autobiografía.
“Pero
toda sombra es, al fin y al cabo, hija de la luz y sólo quién ha conocido la
claridad y las tinieblas, la guerra y la paz, el ascenso y la caída, solo éste
ha vivido de verdad”. Stefan Zweig.
EL
RINCÓN DE LAS SERIES
La edad dorada HBO Max
Me
ha parecido que en una entrada que hablaba del mundo de ayer y una semana en la
que se estrenaba la última entrega de Downton
Abbey, tocaba recuperar una serie de la que aún no había hablado: La edad dorada. Creada por Julian
Fellowes, lo mejor que se puede decir de ella es que no pretende ser un Downton
americano. Para nada. La edad dorada
evoca la década prodigiosa de 1882, cuando Nueva York era el centro de una
revolución urbanística, cultural y social muy lejos del salvaje oeste y la
culta europea. En este contexto acompañamos a Marian Brook, una joven que llega
a Nueva York para vivir con sus dos ricas tías, en su viaje de integración en
un mundo que se mueve entre su propio ayer, el de la excelente Christine
Baranski y la dulce Cynthia Nixon representantes de la vieja tradición de
americanos descendientes de los primeros colonos, auténtica aristocracia
neoyorquina, y la del mañana de los grandes magnates del petróleo y los
transportes, encarnados en la poderosa familia de nuevos ricos, los Russell que
representan Carrie Coon y Morgan Spector. Con la complicidad de Peggy Scott,
una mujer negra solo creíble en ese contexto, la hija de Meryl Streep, Louisa
Jacobson, se mete en la piel de Marian para intentar forjar su propio camino
entre las dos casas que una frente a la otra, la de sus tradicionales tías, la
de los nuevos ricos, la ponen en el camino de la modernidad que llama a las
puertas de una ciudad en pleno cambio y crecimiento. Más cruda y seca que
Downton, más americana que británica, la nueva criatura de Fellowes está
llamada a convertirse en un juguete estupendo para los que nos gustan este tipo
de dramas, para los que disfrutamos con Louis May Alcott y con La edad de la inocencia de Martin
Scorsese. La edad dorada es el contra
plano perfecto de una película como Horizontes
de grandeza. Ver la serie y la película de William Wyler es casi una
lección de historia americana que permite entender como ese mundo de ayer sigue
siendo el mundo de hoy mismo.
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