(un paisaje romano de Ramón)
Esta semana hay dos películas que si vale la pena ver. Mátalos suavemente, de Andrew Dominick y A Roma con amor, de Woody Allen.
Empiezo por la segunda. No soy alleniana, ya lo saben quienes siguen este blog, pero de vez en cuando me gustan sus películas, o parte de sus películas. En esta ocasión lo que me gusta es Roma y como la mira el director neoyorquino: como un extranjero embobado, pero menos tópico que en otras ocasiones. Y me gustan retazos de las historias. De la de Alec Baldwin me gusta la mirada sobre los muros naranjas de las casas de la ciudad; de la del propio Woody Allen, me gusta la desinhibición y el ridículo; de la de Benigni no me gusta nada, es la peor resuelta y la mas tópica; y de la de Penélope, me gusta ella. Tiene una calidez y un tono casi tan naranja como las casas de esa ciudad única. En todo caso es un Allen ligero y sin pretensiones.
En cuanto a la otra película, Mátalos suavemente, es uno de los mas interesantes films negros de los últimos tiempos. Basado en una novela de 1974 escrita por George V. Higgins, felizmente recuperada por Libros del Asteroide, esta historia de mafiosos de poca monta es una mezcla explosiva de Scorsese y Tarantino. De Scorsese tiene esa violencia seca, inesperada, innecesaria a veces, que hace que sus films sobre los mediocres delincuentes sean tan desagradables. De Tarantino tiene el ritmo de los diálogos veloces, llenos de giros sorprendentes. No es extraña ni una cosa ni otra. Tarantino ha reconocido en mas de una ocasión que los diálogos de Higgins y sus novelas, especialmente Los amigos de Eddie Coyle, están en el origen de los brillantes diálogos de Pulp Fiction; y Scorsese se ha declarado un fan de Higgins por la concisión y sequedad de sus historias. Tres nombres se conjugan en este film, ¿Pero que le queda a Andrew Dominick entonces? Le queda haber hecho un film melvilliano a partir de estos tres puntos de partida, una película donde todo se dirime dos a dos, en la que prácticamente no hay nunca una tercera persona en el plano. Es esa construcción en la que domina la presencia de Brad Pitt, lo que singulariza este film sobre tantos otros.
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