(yo tengo mis particulares Richard Parker: una gata negrita
y de verdad, y un Calvin, de rayitas y de peluche. La Negra y Calvin conviven
estupendamente)
Hay varios estrenos esta semana. De todos ellos me quedo con
dos: La vida de Pi, de Ang Lee y El capital, de Costa Gavras. Y de las
dos películas, absolutamente recomendables por muy diferentes motivos, me quedo
con algunos momentos inolvidables.
De La vida de Pi, aparte
de unos increíbles títulos de crédito, me quedo con las imágenes del joven Piscine
y el tigre Richard Parker en medio de un Océano cuajado de estrellas en el
cielo y en el mar. Pocas veces el cine ha sido capaz de evocar la belleza que
tienen algunas de los dibujos de las miniaturas indias, con la precisión del
detalle, la composición perfecta del cuadro, el equilibrio de las formas, en
este caso el tigre y el adolescente en una barca. Los colores, la luz, la
atmósfera, todo se conjuga para hacer de la parte central de la película de Ang
Lee, una experiencia sensorial memorable. En Holy Motors, de Leos Carax, había un episodio que producía una
sensación parecida, pero sin la dimensión metafísica (y no quiero meterme en
terrenos espirituales o religiosos que no me interesan) que tienen este tigre y
este humano frente a frente.
De El capital me
quedo con una conversación aterradora: la que tiene el personaje de Marc
Tourneuil, el ejecutivo sin alma, con su mujer Diane, aparentemente una persona
con mas conciencia. Es ella, sin embargo, quién le da la clave para resolver el
espinoso asunto de despedir a 10.000 personas: haz como el Presidente Mao en
China durante la
Revolución Cultural ; no te ensucies tú, que sean las propias
bases las que decidan a quien hay que echar. Una cascada de delaciones y venganzas
personales se desencadena en el poderoso Banco que preside Marc. Y él tan
contento. De todas las lecciones que se pueden sacar de este frío y despiadado
retrato del funcionamiento de los negocios de los grandes bancos y su
implacable afán de ganar mas y mas dinero a costa de gobiernos, personas y lo
que sea, la mas feroz es esta: el Libro
Rojo de Mao que tantas y tantos enarbolaban
en los años 60 como símbolo de progreso, es el mejor manual para los
jóvenes depredadores de los mercados.
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