(un árbol de Ramon para sentarse a su sombra mentalmente)
Seguimos en el confinamiento,
no exactamente el encierro. Para mí, estas dos palabras tienen significados
distintos y al mismo tiempo ambiguos y convergentes. Pienso que un encierro implica que
alguien o algo (en este caso, uno mismo) no puede salir de algún sitio: una casa,
una cárcel. Es un acto individual. Se encierra a las personas de una en una. En
cambio, un confinamiento implica que alguien o algo (en este caso la sociedad) te
obliga a no salir. Puedes salir, pero no debes salir. El confinamiento es un
acto colectivo. Por eso creo que ahora estamos “confinados”, no “encerrados”. Y
en este nuevo estadio, los confinados de la era del bicho, tenemos muchas cosas
que aprender. Por ejemplo el valor de las distancias. Ayer me dí cuenta de lo
lejos que está el metro. En mi vida cotidiana, ir al metro me lleva siete u
ocho minutos. Ahora, es una distancia enorme, imposible. Todo es relativo.
También me he dado cuenta de otra cosa. Esta pandemia mundial es una cura de
humildad para los países ricos que siempre (al menos en mi tiempo de vida)
han estado libres de desgracias. Las guerras, las catástrofes naturales, los
grandes disturbios, siempre pasaban lejos o en la historia pasada. Quizá esto empezó a ser diferente con el
cambio climático. De repente, los huracanes azotaban nuestro paisaje, o las inundaciones
o los grandes fuegos. Ahora, nos toca el turno de la distopía que creíamos reducida
al mundo de la ficción. Aquí estamos, metidos de lleno en una nueva vida. La única
ventaja que seguimos teniendo sobre el resto del mundo, es que, quizás, estemos
mejor preparados para afrontar el reto (la sanidad pública nunca será
suficientemente aplaudida) que en países menos cuidadosos de sus ciudadanos. Es
un rayo de esperanza.
Bueno, ya basta de pensamientos.
Aunque estoy un poco saturada de ofertas de todo tipo en la red, esta semana me
sumo a la saturación con una variedad de temas que se pueden encontrar desde
casa. No se qué pasará cuando volvamos a una cierta vida normal. La gente se
(nos) habrá (habremos) acostumbrado a consumir cultura gratis y en casa. ¿Seremos
capaces de volver a ir a una sala de cine, a un teatro, a una librería, a un
concierto? Espero y confío que si, pero no estoy segura que suceda de
forma inmediata. Volveremos a salir a la calle, pero ¿volveremos a consumir
cultura pagando?
Mis cuatro recomendaciones
(usar a discreción)
Un
libro El cine que ens va obrir els ulls, (El cine que nos abrió los ojos), de
Jaume Figueras y Gemma Nierga.
Publicado en catalán por Rosa
dels Vents, espero que pronto, cuando la vida vuelva a ser la que era o
parecida, se haga una traducción al castellano. Este no es exactamente un libro
de cine. Es otra cosa. Una conversación de dos amigos que hablan con
sinceridad. Dos amigos que se conocen hace mucho tiempo y se acercan al cine de
maneras muy distintas, pero convergentes en el hecho de disfrutar de las
películas. Las que les abrieron los ojos y muchas mas. Jaume Figueras cuenta con
una memoria prodigiosa llena de anécdotas acumuladas en sus más de cincuenta
años trabajando en “eso del cine”. La conversación con Gemma está trufada de
recuerdos, historias, memoria privada y colectiva. Gemma Nierga, en cambio, se
acerca al cine desde una perspectiva más personal, la de simple espectadora que
descubre en la pantalla emociones, sentimientos, ideas. El diálogo entre el que
“sabe” y la “que no sabe” es muy entretenido. Ninguno de los dos esconde o
disimula sus gustos, sus preferencias. Son dos amigos que charlan de cine, como
tantos otros hacen cada día. Al final, el libro es una especie de guía
sentimental por las vidas de los dos, unas vidas en las que mucha gente puede
verse reflejada. No busquen análisis, ni críticas, ni teorías. Solo el placer
de recordar y compartir. Una recomendación, el libro tiene muchas
ilustraciones, todas bonitas, pero no dejen de leer los pies de fotos, ¡son
estupendos! Tal como están las cosas es difícil comprarlo, pero se puede
adquirir en formato ebook en la web de la editorial. Aprovecho para recomendar
una entrevista con Jaume Figueras que le ha hecho Marta Armengou y que ha
publicado en este enlace del programa La Cartellera de BTV
Una
serie animada. Simon’s Cat
Simon’
s Cat es una serie inglesa que se puede ver en Youtube. Creada
por Simon Tofield, tuvo un primer episodio en 2007. El éxito de Cat Man Do le animó a seguir explorando
el mundo gatuno teniendo como modelos los cuatro gatos con los que convive. Él
mismo es uno de los personajes de la serie, un pobre humano siempre a merced de
un gato con mucha personalidad. Se nota en los episodios que Simon conoce muy
bien el comportamiento gatuno y sabe reflejarlo con un dibujo claro, sencillo,
limpio, de líneas claras. El mundo del gato de Simon se enriqueció con la llegada
de un gatito pequeño que muchas veces consigue robarle la comida y de paso el
protagonismo al gato de Simon. Esta es la página web oficial de la serie. https://simonscat.com/ donde
están todos los capítulos hasta el último del 14 de febrero pasado. Son episodios
divertidos, ligeros, ingeniosos, muy cortos, en blanco y negro, sin palabras,
pero con muchos sonidos, realizados todos por el propio Simon que tiene un
maullido especial para su gato y otro para su gatito. A los que tienen gatos, les
gustará mucho porque reconocerán las cosas que hacen los suyos. Los que no
tienen o no les gustan los gatos, pueden disfrutrarla también. Ver a un animal
inteligente sacando partido de la tontería humana, es algo que va mas allá del
amor a los gatos. En estos tiempos de confinamiento forzoso puede ser un descanso
entre trabajo y trabajo o entre peli y serie. Un regalo para una Kitten-Cat
pause.
Este es el enlace al primer
episodio Cat Man Do
Una
película inesperada La máscara de cristal
Está dirigida por Ignacio
Guarderas que la ha colgado directamente en una plataforma pública de consumo
en abierto. Es un film muy especial. Cine Low Cost, desde luego, es un
experimento atractivo. Antes de verla, yo solo sabía que tenía algo que ver con
México, lo que a priori ya me gustaba, pero no intuía que podía haber detrás de
ese titulo, un film de aventuras, una historia psicoanalítica… Empecé a verla y
descubrí que, tras un prólogo desconcertante, la película empieza a girar en
una espiral, abriéndose, no cerrándose, en otras historias que no sé si son o
no son verdad. La de Rogelio, el adolescente precoz que escribe poesía en un
orfanato mexicano; la de Omero, sin hache, que conocemos en dos lenguajes, el
hablado y el dibujado; la de director del film intentando sacar adelante una
película sobre Rogelio donde se habla de Omero, sin hache. Los tres relatos se
van interrelacionando en una especie de making of de la pre producción de una
película que nunca existió. Y se va construyendo como se hace con los proyectos
para presentar a las subvenciones, ilustrándolo con referencias visuales, las
secuencias que aportan no solo un punto de vista, sino un diálogo con el
relato; las entrevistas con los posibles informantes, es decir, la
documentación del proyecto; el casting de los futuros actores. Ensamblar todo
esto no era fácil y no siempre funciona, pero el conjunto hace de La máscara de cristal un producto muy
original. Al final, cuando se supone empieza el rodaje en serio de la historia
de Rogelio y Oracio, sin hache, me doy cuenta de que me han contado tres
historias de familias, todas ellas enmarcadas en el relato de la Penelopesea, un cuento de padre ausente
(Ulises) hijo que lo busca (Telémaco) y madre que espera (Penélope). No es el
cine habitual, pero precisamente por eso puede ser interesante verlo en estos
tiempos tan poco habituales.
Un
clásico inmortal: Horizontes de grandeza,
de William Wyler.
Un western de la época dorada
siempre es un buen refugio para olvidarse de dónde estamos. Desde el rincón de
casa, podemos adentrarnos en los grandes horizontes de las praderas del oeste
americano. Y ninguno mejor que Horizontes
de grandeza, ese Big Country que
nos envuelve en sus amplios y vacíos paisajes, donde la tierra se confunde con
el cielo. “¿Ha visto usted algo mas grande que ésto?”, le pregunta a Jim McKay,
un orgulloso texano. “Si, contesta, Jim, uno o dos océanos”. Para grandeza de
verdad la de este hombre educado, inteligente, con sentido del humor, que sabe
distinguir entre la verdadera ofensa y la broma estúpida de gente a la que
mejor no hacer caso. Que respeta el derecho adquirido, que fomenta la
convivencia, que entiende que esa tierra de grandeza es una oportunidad, siempre
y cuando se acabe con los Terrils (arrogantes, prepotentes, que se creen
superiores a los demás, propietarios de todos los derechos que no reconocen a
los que no son de los suyos, es decir los Trump del mundo) y los Hannessys
(incultos, brutales, incapaces de reconocer la belleza en nada ni en nadie,
inmunes a cualquier sentimiento de compasión o de respeto, es decir los muchos
dictadorzuelos que nos acosan). Uno y otro, el viejo Terril y el viejo
Hannessy, deberían están condenados a desaparecer. Pero también sus herederos, esa Pat
estúpida y gilipollas si me permiten la palabra, ese Buck, carne de fascismos.
Pero, además de eso, Horizontes de
grandeza es una película bonita, de las que te reconcilian con el cine, con
la vida, con la civilización. Grandes horizontes para nuestro pequeño horizonte
diario. La interpreta Gregory Peck, Charlton Heston, Carrol Baker y Jean
Simmons. Es de 1958 y está en Filmin por si la quieren ver.
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