sábado, 9 de mayo de 2020

UN FESTIVAL, UN AMIGO






Semana extraña, distinta. La posibilidad (estupenda y creo que muy acertada) de poder ver las películas de D’A Film Festival a cualquier hora y en cualquier sitio donde lleves el ordenador, ha sido la tabla de salvación de esta (una mas) rara semana. Hay dos reflexiones que me hago en estos momentos: el éxito, ellos tendrán que valorarlo, de la experiencia del Festival On Line, es para mi innegable. He disfrutado de muchas de las películas programadas que en un festival presencial no habría podido ver por incompatibilidad de horarios, por imposición de las obligaciones cotidianas, por falta de información. En este confinamiento, cuando una película no me gustaba, la dejaba y empezaba otra. En el cine, si me salía de una, no tenía ninguna posibilidad de ver otra. En cambio, cuando una película me gustaba, podía volver a ver secuencias que me habían impresionado, recuperar diálogos. Disfrutar mas de ella de lo que jamás podría hacer en el cine. Todo estos son ventajas. Pero también tiene algunos inconvenientes. No poder comentar las pelis a la salida con amigos o simples conocidos (la cantidad de gente que han acabado siendo amigos tras ser simples conocidos de final de películas o aún mejor, de colas para entrar al cine). Compartir en wasap, mail o cualquier otra forma de comunicación las impresiones de un determinado film, no es ni mucho menos lo mismo. Otro inconveniente, te produce una extraña dependencia: poder ver películas a las 7 de la mañana o a las doce de la noche, sin dejar de verlas a lo largo de la jornada, acaba por provocar un cierto estrés y te hace olvidar el contexto, en este caso la pandemia, que no siempre es bueno. Y aquí viene la segunda reflexión. Durante esta semana que me he sumergido en el D’A como me sumergía en Berlín, Cannes o San Sebastián, han pasado cosas fuera que creo que han sido importantes. Digo creo, porque no estoy segura que la dichosa desescalada y sus fases agónicas, el estado de alarma (que horrible nombre, por Dios) y su aprobación in extremis, sean realmente importantes. Probablemente si. Nos van a condicionar, si mas no, los próximos quince días. Pero la verdad es que me resulta todo muy ajeno, muy lejano. Esta semana de cine como refugio me ha generado una profunda indiferencia hacia lo que está pasando. Y no me gusta. Me gustaría volver a sentirme indignada o satisfecha con el mundo exterior. Querría poder reconocer en nuestra clase política lo que el comentarista José Antonio Zarzalejos dice citando a Confucio: “Seriedad, honestidad, generosidad, sinceridad y delicadeza”. Cinco atributos que, por desgracia, no veo por ninguna parte.


(Riba, en primer plano  a la  derecha, en una cena del equipo del Festival de San Sebastián en Cannes)
Un amigo
En medio de esta indiferencia hacia el mundo exterior, ha pasado una cosa, una sola, que si me ha afectado. La noticia me llegó en pocas horas desde distintos lugares: Barcelona, Madrid, San Sebastián, París: Riba había muerto por culpa del maldito virus. Que fueran tantos y de tan distintas ciudades los que lo fueran contando, con dolor, tristeza y rabia, es la mejor prueba de la humanidad de José María Riba. Hacía mucho que no le veía, ni hablaba con él, quizás más de diez años. Sabía que seguía con los dos grandes proyectos del cine español en París, Espagnolas en Paris y Different! L’autre cinéma espagnol. Cuando veía a su hija en San Sebastián, siempre le preguntaba por él. Riba se había alejado de mi paisaje, pero eso no podía borrar los quince años de amistad y sobre todo de colaboración en trabajos donde coincidimos compartiendo risas, discusiones, aciertos y desencuentros. Los que tengan memoria de la tele de los 90, seguramente le recordarán en sus inconfundibles presentaciones en la cadena Cineclassics de Canal+; los muchos directores latinoamericanos que vieron como se les abrían las puertas de Europa gracias a su trabajo en la Semana de la Crítica de Cannes, o en el Festival de San Sebastián, seguramente le recordarán con un punto de nostalgia y de cariño. Riba era un torrente de ideas, nunca paraba de pensar nuevos proyectos. Algunos de ellos, consolidados y fortalecidos, forman parte no solo de la historia del Festival de San Sebastián, sino de su actual realidad: Cine en Construcción, Cine en Movimiento, Horizontes Latinos, los Encuentros de Escuelas de Cine… Riba vivía en París, pero su alma y su cabeza estaban en el mundo latino, en España, en su Donostia querida. A veces era complicado entender su raro y lúcido sentido del humor, no era fácil seguirle el ritmo, no era sencillo trabajar con él, el dolor de su muerte no me impide recordar discusiones y enfados. Pero era alguien lleno de vida, de energía, de ideas. Transmitía ganas de hacer cosas o, como mínimo, de conseguir que lo que él imaginaba, se consolidara. Son legendarias las cenas de Zabaltegi durante el festival de San Sebastián, las presentaciones en el Teatro Principal, las charlas hasta la madrugada en el Petit Majesctic de Cannes. Tengo muchos y buenos recuerdos de Riba y con ellos me quedo en este triste momento en que el bicho ha intervenido para dejarnos sin él en una semana que, por una extraña coincidencia, he vivido como si estuviera en un festival, uno que seguramente él habría disfrutado.

El regalo de hoy está dedicado a Riba






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