El
martes pasado, 26 de abril, me entregaron el Premio Alfonso Sánchez que otorga
la Academia de Cine Español. Fue un día muy bonito, muy emocionante. Había
mucha gente acompañándome y otra mucha me mandó mensajes desde distintos
sitios. He de confesar que antes de recibirlo estaba muy nerviosa. No sabía que
podía pasar ni cómo iba a reaccionar. Pero fue entrar en el acogedor bar de
la Academia, donde me encontré con muchos amigos, y pasarse todos mis miedos.
El acto lo presentó Edmon Roch y para mí fue muy significativo que lo hiciera él al
que conozco desde que era casi un crío. Me sentí feliz de verle ahí, todo un
vicepresidente y uno de los grandes productores de este país. Luego proyectaron
un vídeo que me hizo emocionar, especialmente las palabras de Marta Esteban
recordando nuestras vidas paralelas desde que teníamos 13 años. Después me tocó
a mí. No había preparado nada. Solo tenía el principio de lo que quería decir:
“Si mi padre viviera, hoy sería su cumpleaños, y seguro que estaría muy
orgulloso y feliz, pero también muy sorprendido de que me dieran un premio por
esa cosa absurda con la que me ganaba la vida: escribir de películas.” También
tenía el final: “Yo no estaría aquí si Ramon Herreros, mi marido, no hubiera
traído la oficina de la Filmoteca Nacional a casa en aquel lejano 1976.
Seguramente sería urbanista, que era mi profesión y no crítica de cine, así que
a él se lo debo en gran parte.” Entre medio improvisé y agradecí a todos los
que estaban ahí y los que no estaban que escribieran, dirigieran y produjeran
cine, porque sin ellos, yo no tendría nada que hacer.
Fue
un día de aquellos que se recuerdan y que marcan un punto, no de final, pero sí
de inflexión. Espero seguir escribiendo de cine (español y de todo el mundo)
muchos años más. Pero lo que este premio
ha significado para mi no se volverá a repetir.
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